El eterno retorno de la filología
The eternal return of Philology
Leo Cherri
Universidad Nacional de Tres de Febrero /
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
lcherri@untref.edu.ar
Resumen: Este trabajo se propone realizar un pequeño recorrido por el tópico del retorno de la filología en los estudios literarios, al tiempo que sintetiza los principales conceptos y movimientos críticos de esta filología que ha vuelto a la vida tras el “fin” de todo. El trabajo merodea los diversos “orígenes” de la filología al tiempo que presenta algunos de los textos más emblemáticos del tópico. Además, señala caminos alternativos, igual de centrales e importantes para nuestras epistemologías del sur: es el caso de las filologías latinoamericanas.
Palabras clave: Filología, estudios literarios, literaturas comparadas, archivo.
Abstract: This paper aims to make a brief overview of the topic of the return of philology in literary studies, while summarizing the main concepts and critical movements of this philology that has come back to life after the “end” of everything. The work explores the various “origins” of philology while presenting some of the most emblematic texts on the topic. In addition, it points out alternative paths, equally central and important for our epistemologies of the south: this is the case of Latin American philologies.
Keywords: Philology, Literary Studies, Comparative Literatures, Archives.
Recibido: 1 de marzo de 2025
Aceptado: 27 de marzo de 2025
doi: 10.15174/rv.v18i36.846
Umbral
Desde hace algunos años, por aquí y por allá, se ha venido insistiendo en un retorno o renovación de la filología. En varias oportunidades se ha hecho el racconto de los calificativos que acompañan el retorno que, por cierto, no paran de proliferar.1
¿Qué es lo que retorna de aquella disciplina antiquísima que alguna vez fue considerada la ciencia del texto? ¿Cuál es el semblante de la filología en el presente? ¿Con qué imagen se nos presenta esa filología renovada que algunos llaman posfilología? Y, por último, ¿qué es lo que se juega en ese proceso de readquisición de la filología?
El tópico del retorno
Paul de Man inauguró el tópico en 1982 con su célebre texto “El retorno de la filología” que aparecerá en su también célebre libro La resistencia a la teoría unos años después.2 Para De Man, desde que la enseñanza de la literatura se convirtió en un campo académico autónomo, “se ha justificado como disciplina humanística e histórica, aliada pero distinta de las ciencias descriptivas como la filología y la retórica” (21). Sin embargo, como leer un texto nunca es meramente describirlo sino también establecer o determinar su significado, en la enseñanza de la literatura reside una función hermenéutica que la emparenta con la teología (22): el establecimiento de cánones y valores (estéticos, humanistas, éticos, morales). En ese sentido, su texto está atravesado por una coyuntura particular: De Man critica a la lectura y a la literatura como dispositivos de reproducción estético-culturales (que en su escenario institucional asocia con las disciplinas de estética) y, así, propone retornar a la filología no en su carácter positivista (como ciencia que persigue una verdad del texto, sea histórica o lingüística), sino como un método de lectura que se preocupa más por las estructuras de producción de significado que por el significado en sí mismo.
De Man ejemplifica la extraña fórmula y recupera la experiencia personal del profesor Reuben Brower y su curso “Humanities 6” en la década del cincuenta, que proponía a los alumnos leer lentamente, concentrándose en el lenguaje (retórica, estructuras sintácticas) y no en la interpretación hermenéutica o en la opinión. De Man da un paso más y asocia este método de lectura con el posestructuralismo, formulando una similitud “práctica”, ya que “el giro de la teoría se produjo como un retorno a la filología” (24). Las palabras y las cosas de Michel Foucault, que justamente aborda la relación entre lenguaje y realidad, dice De Man, no se aproxima a la cuestión a través de una especulación filosófica sino, de manera más pragmática, a través de las innovaciones tecnológicas de las ciencias sociales y los filólogos. Incluso Jacques Derrida, en apariencia más “filosófico”, en De la gramatología destaca los poderes empíricos del lenguaje antes que los de la intuición y el saber. Y, por último, Nietzsche, cuando es recuperado en este tipo de escritos, aparece no tanto como el filósofo nihilista sino como el filólogo.
Es interesante lo que De Man plantea. No obstante, como dice José Manuel Cuesta Abad, su “resistencia a la teoría tiene algo de sentimiento anti-filológico”, infiltrado subrepticiamente claro, bajo “el aspecto de una reacción antihermenéutica” (59).3 ¿Acaso leer no es producir sentido? El problema, en todo caso, es la noción de verdad o de universalidad que maneje esa práctica de lectura (llámese hermenéutica o estética). Y, por lo tanto, ninguna interrogación por la “estructura” de producción de sentido puede desentenderse de los sentidos producidos. Ninguna teoría puede juzgarse sólo por su método o postulados con independencia de los enunciados que produce. Incluso, es más sensato un radicalismo inverso: sólo hay teoría en la lectura, sólo hay teoría en la escritura. La deriva es borgeana: En “Notas sobre (hacia) Bernard Shaw”, dice el escritor, “si me fuera dado leer cualquier página actual —ésta, por ejemplo— como la leerán el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura del año dos mil” (Borges 747). Sin embargo, esta enseñanza viene de dos filólogos, de la noción de modos de leer de Josefina Ludmer formulada en una clase de 1987 y de una noción similar convertida en interrogación por Daniel Link en 2003: ¿Cómo se lee? Como puede advertirse desde los títulos, sin impugnar hermenéutica alguna, tanto Ludmer como Link ponen un énfasis especial en los modos, en el cómo de la lectura. Sí, quiero sugerir que los modos de leer son un eco anticipado del retorno de la filología como posfilología.4
Volvamos al tópico de retorno, más bien ubicado en el escenario global, y el norteamericano en particular. Sin aludir directamente a De Man, pero disputando el “retorno de la filología” desde el título, Edward Said también ha intervenido en el tópico del retorno para sostener que “una verdadera lectura filológica es activa; se trata de adentrarse en el proceso del lenguaje que ya está ocurriendo en las palabras y hacerlo desentrañar lo que puede estar oculto o incompleto o enmascarado o distorsionado en cualquier texto que tengamos ante nosotros” (59). Volver a la filología, para una de las figuras más representativas de la crítica poscolonial, implica afrontar un camino revisionista y perspectivista. Su método lejos está del árbol filogenético que la filología histórico-comparada heredó del darwinismo, sino que se presenta como un análisis en contrapunto entre “el espacio de las palabras y sus diversos orígenes y despliegues en el lugar físico y social” (83). El término contrapunto atraviesa toda la obra de Said desde Orientalismo (1978). Si bien el crítico sostiene que se trata de una figura musical, Erich Auerbach —maestro de Said, eminente filólogo— define la interpretación figural como una estructura contrapuntística en su artículo de 1938, “Figura” (publicado en español recién en 1998).
La filología para Said implica una revitalización del humanismo. Si en el pasado la cultura humanista y la práctica filológica fueron los ejes del más alto positivismo y consolidaron las narrativas de los nacionalismos coloniales, hoy sus técnicas “pueden criticar los orígenes y la coherencia con la misma facilidad con la que las construyeron” (Warren, “Introduction” 283). El retorno de la filología es, por tanto, pospositivista y poscolonialista. Se trata de la creación de un nuevo humanismo que, según Said, debe excavar el silencio, el mundo de la memoria, de los itinerantes, de los apenas supervivientes, de los lugares de exclusión e invisibilidad.
Cuánta distancia hay entre lo que retorna de la filología para De Man y para Said. Eso sí, podríamos señalar una coincidencia no menor: Foucault. Pero el eco de Foucault en la filología de Said nada tiene que ver con Las palabras y las cosas, sino que evoca La vida de los hombres infames. Ese Foucault que se acercó al archivo policial para encontrar lo que allí quedaba de vida, para comprender cómo la vida de los marginales fue puesta en juego, pero también ejerció una resistencia a la muerte, chispa de vida que todavía centellea en los bordes y borraduras del archivo judicial. Pensar en este momento foucaulteano, no sólo como anarchivístico sino como posfilológico, es crucial para comprender el aspecto más radical del retorno filológico y su impacto en nuestro presente.5
La “nueva” filología
En 1994, Michel Warren ya hablaba de una “nueva filología”, y por 2003 escribió su “Post-Philology”, cuya traducción al castellano se publicó recientemente en Chuy (núm. 15, diciembre de 2023). Antes de detenerme en las ideas de Warren —que propone pensar el futuro de la filología en alianza con los estudios contemporáneos de literatura y cultura— me gustaría señalar que ella es una medievalista que trabaja en Dartmouth College, es decir, una “auténtica filóloga”. Este señalamiento no es menor. ¿Quién calificaría a De Man o Said como “filólogos” en vez de “críticos” o “teóricos” literarios o culturales? ¿Por qué vemos a una medievalista como alguien más cercana a la filología? ¿Y por qué la visión de Warren, en tanto medievalista, posee cierto valor agregado?6 Y, finalmente, ¿cómo es que podemos pensar a Link o Antelo, a Kafka o Pasolini, a Benjamin o Barthes, a Schiller o Dante como filólogos?
El “retorno” de la filología no puede terminar de comprenderse sin un paneo general por los derroteros filológicos. Sin detenernos en las primeras menciones filosóficas a la filología (la platónica, como amor por la palabra/logos, pues legein es el ejercicio del logos en la palabra), podríamos decir que el conflicto moderno de la filología supuso su reducción a filología clásica, es decir, a una ciencia del pasado o macrociencia de la Antigüedad (Altertumswissenschaft), lo que acabó por degradarla en ciertos espacios institucionales, convirtiéndola en herramienta de la historia, de la arqueología, de la gramática comparada, etcétera. ¿Recuerdan el Curso de Ferdinand de Saussure? En sus primeras páginas, el relato histórico de cómo la lingüística general se independiza comienza nombrando, justamente, la filología de Wolf.
Más allá de los pormenores del asunto y de la diferencia de cada caso, podríamos decir que ese proceso inicia con Giambatista Vico, autor de Ciencia nueva (1725/1744), y August Wolf, el autodesignado filólogo (studiosus philologiae) en 1777, famoso por sus tesis homéricas de 1795.7 En ese proceso, Nietzsche fue una gran voz disidente. Insistió en que la filología y la antigüedad clásica no eran cosas del pasado o mera materia de verdad histórica, sino algo que vivía todavía, que chisporroteaba en el presente y, por culpa de ciertos filólogos, la filología no era sino una máquina de generar falsedad (Nosotros, t. 18, 37, 49).8 Nietzsche fue el primero en hacer retornar a la filología con un semblante renovado, como filosofía (histórica, ética y estética).9 En Homero y la filología clásica, texto de 1869, leemos “philosophia facta est quae philologia fuit”. Más allá de que Nietzsche advirtiera en Aurora que en el origen no hay más que el disparate (es decir, la extrañeza de las cosas), el rechazo a los planteos nietzscheanos fue categórico,10 y la filología clásica se institucionalizó bajo una máscara técnica y no teórica, ofreciendo las certezas para elucidar las leyes de la evolución de los pueblos a partir del examen del archivo de las lenguas (cf. Ennis, “Los tiempos”).11 Se cristaliza, así, la imagen del filólogo, a medio camino entre las lenguas y la historia, como una suerte de erudito universal especializado en la edición y en el comentario crítico de manuscritos (clásicos y luego medievales), al tiempo que se excluye la sensibilidad filosófica o poética del horizonte filológico.
Apenas un tiempo después de estos sucesos, ya para comienzos del siglo xx se producía una renovación de la filología a través de la “nueva filología”, institucionalizada con la creación de las revistas Neuphilologische Mitteilungen (1899), Neophilologus (1915) y Studia Neophilologica (1928). Complejicemos y ampliemos el escenario que arma Warren. Durante este mismo periodo, los estudiosos italianos formaron su propia “nueva filología”: Benvenuto Terracini fue uno de sus máximos exponentes, y en la década del cuarenta, exiliado en Argentina, ya hablaba de Glottologia (Bentivegna, Benvenutto 5, 31). Giorgio Agamben ha subrayado la confluencia entre filología y poesía en muchos de los intelectuales italianos.12 Un caso especial de filología es la “romanística” que, según Johannes Kabatek (“El hispanismo”), es una renovación propiamente alemana, y tiene que ver con un acceso al mundo de las lenguas romances no por el lado francés, sino por el lado latinoamericano y español. Piensen en Hugo Schuchardt, Karl Vossler, Leo Spitzer, Ernst Robert Curtius o Max Leopold Wagner. En relación con el escenario francés, podríamos leer la polémica entre Picard y Barthes como una disputa entre la vieja filología y unos nuevos modos de leer que no osan llamarse (pos)filología pero que, efectivamente, lo son.13
En la década de los años cuarenta, el español José Ortega y Gasset comenzó a formular su “Axiomática para una nueva filología”, comparando a la “vieja” filología con el espectáculo de una espantosa mutilación de los cuerpos (textuales) y explicando la necesidad de comprender al lenguaje no sólo como lengua sino también como situación y como gesto (729).14 Recientemente, se ha insistido en volver leer a Unamuno como filólogo y vincular esa filología con sus ecos americanos: Bergamín en México, Mariátegui en Perú, Rosenblat en la Argentina (Bentivegna, “Unamuno”).15 Amado Alonso es uno de los máximos exponentes de la renovación filológica española, y el Instituto de Filología de la UBA, que creó Ricardo Rojas en 1923, lleva su nombre debido al impulso que le dio su gestión a partir de 1927 junto a Pedro Henríquez Ureña.16 En esa misma línea novomundana, podemos ubicar el proyecto de Alfonso Reyes;17 sin embargo, recién en 1947 aparece en México la Nueva Revista de Filología Hispánica, editada por El Colegio de México, bajo la dirección de Amado Alonso y la secretaría de Raimundo Lida. Rafael Mondragón ha propuesto un panorama de constelaciones filológicas en América Latina suscitados desde comienzo de siglo xx hasta entrados los años sesenta en 2019. Algo similar ha hecho Sebastián Pineda Buitrago en 2022, pero comenzando su excurso filológico desde el periodo colonial. Todas estas constelaciones filológicas suponen complejos flujos de migración y circulación, no sólo Norte-Sur y Norte-Norte, sino también Sur-Sur y Sur-Norte. Un caso muy especial, el más célebre quizás, es el de Andrés Bello.18
Lo cuestión de este nuevo escenario, apunta Warren, es que ya para fines de los años sesenta la “nueva filología” parece suponer “una unión de la lingüística y del análisis literario; una década más tarde, Mary Speer llamó a la revisión de las nuevas guías de edición una ‘defensa’ de la filología” (Warren, “Posfilología” 201). Si bien Warren señala la transición tecnológica hacia lo digital como un fenómeno que avivó las reflexiones filológicas (la digitalización de los manuscritos y la experimentación con métodos computacionales trastocó saberes de la filología clásica), también es cierto que el fervor o la fiebre archivística que viene suscitándose desde los años ochenta (la sombra de Foucault también llega hasta aquí), y que ha alcanzado cierto clímax en el presente, supone una generalización y radicalización de una de las preocupaciones filológicas más centrales: la materialidad textual. Sumado a esto, la acelerada digitalización del mundo y los recientes lanzamientos de “Inteligencias Artificiales” reinstalan otro gran problema filológico: la verdad, la transmisibilidad. Es, por consiguiente, cada vez más acertado y vigente el diagnóstico de “una crisis de lo que vive” y su tesitura filológica (Link, Suturas; Ette, La filología).
Apuntemos algunas conclusiones tentativas:
Filología, humanismo y poesía ante el pos
En el final de “Posfilología”, Warren se detiene en Las bodas de Filología y Mercurio19 a fin de ofrecernos un origen alternativo de la filología que ilustra su semblante renovado en el presente. El texto es una sátira menipea sobre la organización del conocimiento humano en el siglo v (Trívium y Quadrivium). Su autor, Martianus Capella, fue un norafricano pagano establecido en Cartago, que ofició de “autor” de la educación medieval cristiana, del humanismo europeo y, de modo distante, de las artes liberales modernas. Popular en las escuelas carolingias, como señala Warren, su legado humanista sigue siendo objeto de disputa crítica.
En la alegoría de las bodas, Filología debe ser transformada de mortal a inmortal antes de que la boda tenga lugar: ella garantiza entonces la continuidad histórica mientras encarna el potencial de ruptura. Su doncella Geometría resulta de particular interés para la posfilología, porque ella es la ‘medidora de la Tierra’ (geo-metria), una ‘viajera incansable’ (‘viatrix infatigata’) de porte masculino (‘iure ut credatur mascula’) que describe al mundo conocido en su totalidad. Su descripción del mundo, además, sigue el legado de la Roma expansionista al hacer de Europa una fuerza geográfica menor, por poco literalmente provinciana. Geometría junto con Aritmética, Música y Astronomía conforman el quadrivium, y Gramática, Retórica y Lógica conforman el trívium. Filología y sus doncellas entonces aportan todas las materias primas a la unión mientras que a Mercurio le corresponde interpretarlas. A partir de esta alegoría la crítica occidental ha heredado las metáforas de una hermenéutica activa y masculina y una presentación pasiva y femenina. La crítica moderna, además, se ha comportado como si la filología y la hermenéutica se hubieran divorciado hace tiempo, sin tener nada que ver la una con la otra, dado que cada una persiguió propósitos mutuamente excluyentes. Quizás ahora podemos imaginar una reunión transgresiva y multirracial: casados nuevamente (las instituciones y las tradiciones aún delimitan las prácticas críticas hasta un punto), Filología se acuesta con cualquiera, mientras que Mercurio prefiere draguearse. No siempre están contentos el uno con el otro, pero sus hijos son hermosos (220-221).
Me parece fascinante el movimiento de Warren, en la medida que encuentra no en la pedagogía grecolatina sino en la medieval una imagen pagana de la filología, es decir, un origen alternativo (invisibilizado, claro) que ha sobrevivido como una auténtica Nachleben. La Alegoría de la primavera de Boticelli es, quizás, su momento de supervivencia más alto (es decir, más invisibilizado y, paradójicamente, siempre a la vista) y, de diversas maneras, resuena en nuestro presente.20 A fuerza de simplificación, podríamos decir que, en el presente, el retorno de la filología viene experimentándose e imaginándose no ya como una ruptura sino como una reconciliación entre ciertos elementos antes separados, marginalizados e, incluso, invisibilizados. El más importante es la unión de la hermenéutica con la filología. Si la filología es el arte de leer lentamente, como repetía Roman Jakobson, que repetía a su vez a Nietzsche,21 entonces “la posfilología es la lectura que te puede dar un dolor de cabeza: los centros se desplazan constantemente, las paralelas se cruzan, los orígenes se dispersan y la política pesa mucho” (Warren 220). Es decir, la posfilología es un arte de lectura que consiste en la multiplicación de series; en la excavación de las múltiples capas que atraviesan los textos; en la proliferación, superposición y ralentización de los tiempos (históricos y de lectura); en una sensibilización por todo tipo de materialidades textuales; en una atención, más allá del peso, al sentido sociopolítico de los enunciados.
Ahora bien, esta posfilología no sólo se propone abordar las obras y vidas marginales. En 2010, Warren publicó un libro colectivo titulado Relating Philology, Practicing Humanism. El practicando humanismo se apoya en Said, mientras que la idea de una filología relacional se elabora a partir de Eduard Glissant. Tanto Said como Glissant se han formado en las obras de grandes filólogos románicos como Erich Auerbach y Ernst Robert Curtius.22 Una filología relacional implica, dice Warren siguiendo a Glissant, una imaginación teórica que considera a los libros que funcionan como un monolito de saber y, por lo tanto, que son concebidos como “invariables”, no como la fundación de un “absoluto”, sino como una materia que conserva un lenguaje poético capaz de avivar la imaginación planetaria.
Nótese cómo este último argumento desarma el prurito hermenéutico que manifestaba De Man. La dualidad de la filología no reside, entonces, entre una atención por las estructuras del lenguaje versus los sentidos que esas estructuras producen, sino en los efectos de una práctica de cara tanto a la positividad como a la negatividad. La filología, dice Warren, crea y desmantela la coherencia, estabiliza y desbarata la tradición, multiplica y singulariza, arraiga y pone en errancia (racine y errance son los términos que usa Glissant en su Poétique). Tal oscilación protege a la filología de ser reducida a una disciplina obsesionada por los orígenes únicos, las genealogías continuas, las teleologías históricas, los sistemas lingüísticos coherentes, las jerarquías estables, etcétera.
La filología, por lo tanto, como un conjunto de técnicas para determinar las formas verbales, las identidades genéricas y los legados históricos, se revela como cualquier cosa antes que prehermenéutica. Cito a Warren:
En lugar de preceder a la interpretación, la filología trabaja a través de complejos parámetros teóricos y culturales. Simultáneamente descriptiva y creativa, la filología representa la cultura en el nivel microlingüístico. Al sostener tanto la especificidad histórica como la comunicación transhistórica, ayuda a distinguir entre idiosincrasias locales y puntos comunes más amplios. De esta manera puede desafiar los supuestos básicos sobre los textos fundamentales (como Beowulf o La Divina Comedia), que tan a menudo desempeñan papeles sobredeterminados en el teatro del humanismo literario. Al desestabilizar fundamentos aparentemente seguros, la filología puede apoyar la elaboración de humanismos más ágiles (286, traducción propia).
Destaquemos esta preocupación por un humanismo ágil. El término no alude tanto al conjunto de saberes antropocéntricos que generaron todo tipo de universalizaciones (sobre lo humano, sobre la verdad, sobre la belleza, sobre la historia y los textos), como a la idea del humanismo en tanto Bildung, es decir, una pedagogía acorde al estado de los saberes del Hombre. Ahora bien, al declinar las ideas positivistas de saber y reemplazar la preocupación de lo Humano (o el Hombre) por lo viviente, se declina también la epistemología moderna de la Bildung (crítica que tempranamente y sin demasiados frutos emprendió Carl Einstein, cfr. Antelo, Archifilologías, “Introducción”).
Las palabras (y, en general, el lenguaje, la lectura, el texto) han ejercido un rol decisivo en la definición de lo humano y en la configuración de una pedagogía en torno a ese “humanismo”. El filólogo no sólo es “la persona que ama las palabras”, dice Werner Jaeger citando a Frínico (poeta ateniense contemporáneo de Esquilo), sino aquel que “se interesa por la formación Humana” (Paideia 9). En esta antiquísima definición del filólogo no sólo como amante de las palabras y como pedagogo sino, sobre todo, como humanista reside el núcleo duro de la paideia griega o la humanitas latina: “la palabra, el sonido, el ritmo y la armonía, en la media que actúan mediante la palabra y el sonido o mediante ambas, son las fuerzas formadoras del alma” (Paideia 20). Nótese, por último, el carácter multimedial de esta filología antigua que resuena como nunca en nuestro presente.
Tempranamente, en su Infancia e historia (texto publicado en 1978 por Einaudi, traducido al castellano recién en 2001 por Silvio Mattoni), Giorgio Agamben definió la tarea de la filología no ya como una “destrucción de la tradición, si bien necesaria, sino más bien como una ‘destrucción de la destrucción’ donde la destrucción de la transmisibilidad, que constituye el carácter original de nuestra cultura, sea llevada dialécticamente a la conciencia” (202). Explica Agamben que en nuestra cultura, “que no dispone de categorías específicas para la transmisión y la exégesis espiritual, siempre se le ha encomendado a la filología la tarea de garantizar el carácter genuino y la continuidad de la tradición cultural. Por todo ello, un conocimiento de la esencia y de la historia de la filología debiera ser la condición preliminar de toda educación literaria” (203). Subrayo la necesidad/deber pedagógico que señala Agamben.
Frente a la confusión e indiferencia que reinan en la filología, continúa el filósofo italiano, esa tarea se dificulta. Por ejemplo: “las vanguardias literarias y artísticas, que indudablemente son una forma de filología [...] se clasifican dentro de la historia del arte y de la literatura, mientras que estudios que son indudablemente obras de poesía siguen adscribiéndose a las ciencias humanas y filológicas” (203-4). Dado que la filología nunca se constituyó como disciplina rigurosa y que los poetas fueron los que sintieron la necesidad de convertirse en filólogos —“en la época helenística con Filitas y Calimaco, en el primer humanismo con Petrarca y Poliziano, en el romanticismo con Friedrich Schlegel” (204)—, dicha tarea está pendiente. Para Agamben la filología (clásica o positiva) nunca se ocupó de “la transmisión material de los textos” sino que reivindicó tareas técnicas o específicas (la enmienda o corrección, el comentario o la conjetura), lo que revela su situación particular y problemática “entre verdad y transmisión, entre contenido fáctico y contenido de verdad” (204). La tarea de la filología es, así, la abolición “de la separación entre la cosa transmisible y el acto de transmisión, entre escritura y autoridad” (204). Se trata de una tarea que, según Agamben, los poetas modernos procuraron realizar en vano:
[...] desde Blake hasta Rilke, desde Novalis hasta Yeats, ya existe, y es una filología consciente de sus deberes (por filología nos referimos aquí a todas las disciplinas crítico-filológicas que actualmente se denominan, con cierta impropiedad, ‘ciencias humanas’). Poesía y filología: poesía como filología y filología como poesía. Por supuesto, no se trata de invitar a los poetas a que hagan filología ni a los filólogos para que escriban poesía, sino de situarse con respecto a ambos en un lugar donde la fractura de la palabra que divide poesía y filosofía en la cultura occidental se vuelva una experiencia consciente y problemática, y no un alejamiento avergonzado. [Pensamos en todos aquellos autores] que en diferentes situaciones culturales convirtieron el apartamiento entre verdad y transmisibilidad en su experiencia central. Dentro de la misma perspectiva, deberá reservársele una atención muy especial a la traducción, considerada como acto crítico-poético por excelencia (205).23
Éste es el punto más alto del planteo de Agamben. La tarea de la filología no es una mera poscrítica lúdica, sino situarse en un punto común respecto de la problemática radical que supone la verdad y la transmisibilidad. La filología por-venir deberá ser una “disciplina de la interdisciplinariedad”, donde converjan todas las ciencias humanas con la poesía y cuyo fin sería la “ciencia general de lo humano” (206) y supondrá, por lo tanto, otro tipo de comunidad, de pedagogía y de antropología.
Pequeña conclusión: mundillos filológicos
La posfilología, entonces, es un índice que señala cierta sedimentación en el presente de las transformaciones teórico-críticas-poéticas de los últimos siglos y del siglo xx en particular. La filología del presente es posfundacional y, por lo tanto, una de sus principales tareas es la deconstrucción de todos los teatrillos del humanismo que ella misma contribuyó a forjar. Si la filología es lo que hizo a Beowulf inglés, a la lírica temprana francesa y a Dante italiano, la posfilología relacional que aviva la imaginación mundial bien podría hacer a Kafka argentino, a Copi un argentino de París, a Bellatin musulmán-sufí y huaco a la vez. No hay naciones literarias sino mil pequeños mundillos.24 Si la filología contribuyó a reificar la idea de singularidad de la voz humana, la posfilología se propone escuchar el canto de la tierra o, como dijo Lezama, lograr que las piedras hablen. No hay Hombre sino mil pequeñas criaturas. Se trata, por lo tanto, de un proceso donde lo que se encuentra en juego es la vida misma y el mundo.
Referencias
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1 Compilo calificativos, autores y fechas. Para las fuentes completas ver el texto de Antelo, el más exhaustivo a mi juicio, y el de Warren (“Relating”). El retorno de la filología o esta nueva filología del presente ha sido definida como antifundacional (Culler 1990), reciclada (Knapp 1993), disyuntiva (Robins 2004), cosmopolita (Paulson 2001; Horta 2013), posfilología (Warren 2003; Link 2014), radical (Gurd 2005; Warren 2023), futura (Pollock 2009), relacional y radiante (Warren 2010, 2014), archifilología (Antelo 2013), en nueva clave (McGann 2014), poshumana (Kay 2014), salvaje (Naithani 2014), tartamuda y retardada (Link 2015). Antelo recuerda que en castellano contamos con “el libro de Hans-Ulrich Gumbrecht, Los poderes de la filología. Dinámicas de una práctica académica del texto (2007, originalmente 2003), de controversial recepción, pues, aunque Gumbrecht demonice la high-tech philology, la lectura desafectuosa de Jan M. Ziolkowski, en su reseña Metaphilology (2005), duda en definir el libro de Gumbrecht como un auténtico aporte a la filología o al philo-blogging, ya que su escritura postal estaría más cerca de la paraphilology, la hypophilology o incluso la pseudophilology. Otro es el caso del inobjetable Werner Hamacher (1948-2017), con sus seminales 95 tesis sobre la Filología (2011) o Lingua amissa (2012)” (Antelo, “Introducción”, 1-2).
2 La primera versión de ese texto fue “Professing Literature: A Symposium on the Teaching of English” publicada en The Times Literary Supplemente en 1982. Luego el texto integra el célebre Resistance to Theory de 1986. Hay muchos textos homónimos sobre el tópico, además de los que trabajaremos aquí, se encuentra el de Jonathan Culler que data del 2002 (The Journal of Aesthetic Education, vol. 36, núm. 3). En 2023, la revista Publications of the Modern Language Association of America publicó otro “retorno de la filología” a cargo de Merve Emre (vol. 138, núm. 1).
3 Ver el texto de Cuesta Abad para su exhaustivo análisis de la tradición de la filología filosófica.
4 Por cuestiones de espacio no puedo detenerme en este punto. Sin embargo, puede servir para reponer este entramado el recorrido que realicé sobre estos temas en un ensayo titulado justamente “Los modos de leer y sus ventosas” (2016). Hace poco hallé un recorrido muy similar, y anterior al mío, sobre este corpus (cfr. Capdevila, “La enseñanza”). Para explorar las formulaciones de Ludmer en sus clases de los años ochenta, ver los trabajos de Analía Gerbaudo (“Algo más”).
5 Sobre anarchivismo ver el volumen colectivo Archivar, desarchivar, anarchivar (Cherri y Link), y el ya clásico Anarchivismo de Tello.
6 Es interesante contraponer la intervención de Warren con la de otro medievalista. Por ejemplo la de Carlo Giunta, profesor en la Universidad de Trento, que cuestiona la idea de un retorno de la filología y ataca con virulencia a Said y Agamben. Disponible en https://www.leparoleelecose.it/?p=34505.
7 En Nosotros, los filólogos, dice Nietzsche: “el 8 de abril de 1777, en el que F. A. Wolf inventó para sí mismo el nombre stud. philol., es la fecha de nacimiento de la filología” (133). Recordemos que ni siquiera existía la denominación de Facultad de Filología cuando Wolf se matriculó.
8 Ejemplarmente, la tesis 52: “tiene que ponerse en claro que nosotros nos excluimos de una manera totalmente absurda cuando defendemos y paliamos la Antigüedad: ¡lo que somos!” (151).
9 Explica Gutiérrez Girardot: “La filología no es ciencia absoluta; se ha disuelto en filosofía, que es a la vez instinto estético, o como lo llama Nietzsche al resumir los tres elementos que componen la filología (es, a saber: filosofía de la historia, filosofía del lenguaje, ética en el sentido de ethos como morada del hombre y estética como establecimiento de un canon): el ‘instinto ético-estético’” (Nietzsche 67). En el verano de 1871, Nietzsche les recomienda a sus alumnos de “Introducción al estudio de la filología clásica” “ser hombres modernos y familiarizarse con los grandes”, éstos son: Lessing, Winckelmann, Goethe, Schiller (cf. Girardot, Nietzsche 65). Lo que podríamos caracterizar como un “canon filológico” humanístico-romántico.
10 El filólogo helenista Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff censuró enérgicamente El nacimiento de la tragedia en una serie de libelos titulados “Filología del futuro!”, al punto de pedirle a Nietzsche que abandonara su cátedra (Eduvim publicó una versión al castellano en 2022).
11 Bien podríamos pensar la historicidad de la filología nietzscheana en línea con lo que Foucault, leyendo a Nietzsche, sintetiza como genealogía. Así, la máscara que asume esta preocupación filológica ya no es “filosófica”, sino “política” (Foucault 5).
12 Dice Agamben: “fueron filólogos Petrarca y Poliziano, Vico, Leopardi, Pascoli, e incluso una práctica filológica está implícita en la poesía de Zanzotto y en toda vanguardia seria” (“Che cos’è”). Ver también el clásico texto de Michele Barbi, La nuova filogia e Pedizione dei nostri serittori da Dante a Manzoni (1938).
13 Ver el bellísimo trabajo de Link “Leer lo viviente: Roland Barthes y la filología”. Guilles Deleuze, en su Foucault (161, 164), define al autor de La arqueología del saber como un filólogo, lo que también vale para Barthes.
14 Ver también el texto “Apuntes para un comentario al Banquete de Platón” de 1946. Emeralda Belaguer García ha escrito una tesis sobre La “nueva filología” de Ortega (Universitat de València, 2021).
15 Bentivegna ha escrito sendos textos sobre el tema. Son todos recomendables. Fundamentalmente por los diferentes trabajos comparativos que realiza entre Terracini, Passolini, Alonso, Auerbach, Rojas, Santucho. Uno de los más recientes es el publicado en el número 26 de la revista Eu-topías (2023).
16 Ver “Postfilología y neohispanismo” y “Tres negritos” de Daniel Link para un análisis de los gérmenes posfilológicos de la filología latinoamericana (partes de estos textos integran Suturas: “Filología”, “Filólogos”). Para un recorrido historiográfico sobre el origen del instituto, ver Degiovanni y Toscano (“Disputas de origen”) y Lida (Los años dorados).
17 Ver Ugalde Quintana (“A la sombra” y Filología), el artículo de Sebastián Pineda en el número 9 de Chuy de 2020: “Alfonso Reyes y la genealogía de una filología vanguardista” y Sánchez Prado (“Alfonzo Reyes”).
18 En los últimos años se viene produciendo toda una revisión filológica de la obra de Bello. En el número 9 de Chuy (2020) puede consultarse una edición crítica de “Bosquejo del origen y progresos del arte de escribir” de Andrés Bello (a cargo de Raúl Rodríguez Freire) y un artículo de Juan Ennis titulado “Filología para los americanos: los años londinenses de Andrés Bello”.
19 “De nuptis Philologiae ct Mercurii”. Martianus Capella, editado por James Willis, Leipzig, B. G. Teubner, 1983.
20 La narración de la sátira menipea por parte de Link es, a mi gusto, mucho más jugosa que la de Warren. Sin embargo, todavía más interesante es su lectura de la Alegoría de la primavera en tanto Nachleben de las bodas de Mercurio y Filología (Link, “Posfilología” y “La humanista”).
21 Es realmente curiosa la atribución a Jakobson de esta noción, ya que se trata del final del prólogo de Aurora (1886): “La filología es un arte respetable, que exige a quienes la admiran que se mantengan al margen, que se tomen tiempo, que se vuelvan silenciosos y pausados [...] El arte al que me estoy refiriendo no logra acabar fácilmente nada; enseña a leer bien, es decir, despacio, profundizando, movidos por intenciones profundas, con los sentidos bien abiertos, con unos ojos y unos dedos delicados” (32-33).
22 Además de Mímesis, Auerbach tiene contribuciones filológicas decisivas: “Filología de la Weltliteratur” (1952), el ya mencionado Figura y su Introduction aux études de philologie romane (1949).
23 Para la relación entre filología y tradición ver la primera parte de Filología de la imaginación de Coccia, que es, además, un ejemplar trabajo filológico de transmisión y actualización de un pensamiento crucial y marginado como el de Averroes.
24 Link (desde Suturas y fundamentalmente en sus clases) viene insistiendo en la idea de “mundillo” como una forma de pensar conjuntos textuales y formas-de-vida, no tanto a partir de las inscripciones nacionalitarias, epocales e institucionales, sino centrándose en la resonancia y familiaridad conceptual y filológica (significado o función) de los textos/sujetos/personajes más allá de su aparente incomunicación o lejanía. La idea le viene de Jakob von Uexküll, quien había usado en 1934, en su libro Streifzüge durch Umwelten von Tieren und Menschen, el ejemplo de la garrapata (que posteriormente recogería Sarduy, y más tarde Agamben) para fundamentar la radical heterogeneidad de los mundos o ambientes animales.