Consolidación del campo intelectual mexicano. Una aproximación histórica: décadas de los cuarenta y sesenta del siglo xx
Consolidation of the Mexican Intellectual Field
A Historical Approach: The 1940’s and 1960’s
of the 20th Century
Norman Eduardo Alburquerque González
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México
Resumen: El propósito de este ensayo es presentar un análisis del campo intelectual mexicano entre las décadas de los años cuarenta y sesenta del siglo xx, con el objetivo de describir los elementos constitutivos que hicieron posible tanto su consolidación como su fortalecimiento. Se realiza un recuento de los índices de la autonomía relativa de las instituciones específicas. Se parte del supuesto de que, a partir de la década de los años cuarenta, bajo el discurso de la unidad política en torno a la familia revolucionaria, la intelectualidad se desplazó hacia posiciones más moderadas, relegando a los intelectuales de izquierda que abanderaron los asuntos del Estado durante el cardenismo. Esto fue decisivo para la autonomización del campo, pues permitió el surgimiento de instituciones que ayudaron a dar el paso definitivo hacia la profesionalización del intelectual, ya que garantizaban cierta libertad para las propuestas culturales, además de consagrar simbólicamente a sus miembros.
Palabras clave: Fortalecimiento del campo, aparato cultural, mecanismos institucionales, empresas culturales, producción editorial.
Abstract: The purpose of this essay is to present an analysis of the Mexican intellectual field between the 1940s and 1960s, with the aim of describing the constituent elements that made possible both its consolidation and its strengthening. A review is made of the indicators of the relative autonomy of specific institutions. It starts from the assumption that, from the 1940s onward, under the discourse of political unity around the revolutionary family, intellectuals shifted toward more moderate positions, sidelining leftist intellectuals who had championed state matters during the Cardenista period. This shift was decisive for the autonomation of the field, as it allowed for the emergence of institutions that helped take the definitive step toward the professionalization of intellectuals, as they guaranteed a certain degree of freedom for cultural proposals, in addition to symbolically consecrating their members.
Keywords: Strengthening of the field, cultural apparatus, institutional mechanisms, cultural enterprises, editorial production.
Recibido: 10 de diciembre de 2024
Aprobado: 4 de febrero de 2025
doi: 10.15174/rv.v18i36.831
El propósito de este ensayo es presentar un análisis histórico del campo intelectual mexicano entre las décadas de los años cuarenta y sesenta del siglo xx, con el objetivo de describir los elementos constitutivos que hicieron posible tanto su consolidación como su fortalecimiento. Partimos del siguiente supuesto: a partir de la década de los años cuarenta, bajo el discurso de la unidad política en torno a la familia revolucionaria, la intelectualidad se desplazó hacia posiciones más moderadas, relegando a los intelectuales de izquierda que abanderaron la cultura socialista en los asuntos del Estado durante el cardenismo. Esto fue decisivo para la autonomización del campo.1
En ese marco contextual, una vez concluido el régimen cardenista, factores externos derivados del tono conservador de los proyectos presidenciales de las décadas siguientes permitieron el surgimiento de las instituciones que ayudaron a la consolidación del campo cultural y con ello la estructura de la vida intelectual. Aunado a esto, la industria editorial y sus empresas culturales en ese periodo vivieron un despunte porque aprovecharon la situación histórica de su momento, además el papel de agentes como Jaime García Terrés, Jesús Silva Herzog, Arnaldo Orfila y Fernando Benítez fue decisivo, pues impulsaron y construyeron carreras intelectuales. Siguiendo la metodología de Bourdieu, mi propuesta busca captar la lógica más profunda de la realidad histórica, fijando la mirada en la estructura cultural, la cual permitió la construcción y los mecanismos de producción en dicho espacio (Bourdieu, Razones prácticas 12-13). Un análisis como el que propongo conlleva a realizar un recuento de los índices de la autonomía relativa de las instituciones específicas: las instancias de consagración, las instancias de reproducción de los productores y la participación de agentes especializados (Bourdieu, Las reglas del arte 428). El papel de cada una de ellas fue imprescindible, pues permitió producir y reproducir la creencia y la importancia de los productos culturales, así como la del productor en ese contexto.
Fortalecimiento del campo
Entre las décadas del cuarenta y sesenta del siglo pasado, se consolidó el campo intelectual mexicano. Su consolidación estuvo estrechamente ligada a la centralización política de la revolución institucionalizada, a través del fortalecimiento del Estado y del partido hegemónico, gracias a la incorporación de nuevos cuadros técnicos, integrados principalmente por civiles formados en instituciones de educación superior como la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional y El Colegio México, y al paulatino alejamiento del sector militar de los principales puestos de elección popular. En ese periodo de veinte años, gracias a la apuesta por la industrialización, México experimentó grandes cambios. La bonanza económica y material permitió que los encargados del poder político abanderaran la narrativa del desarrollo, presentando al país como una nación madura y en camino hacia la modernidad.
La renuncia del proyecto cardenista y el repentino abandono del discurso que justificaba la lucha sindical de obreros y campesinos calmó a los sectores conservadores del país. Dicha estabilidad social favoreció la inversión del capital privado, tanto nacional como extranjero. Como consecuencia de la continuidad de las medidas desarrollistas, del control inflacionario y del crecimiento económico, se ampliaron los asentamientos urbanos y con ellos floreció una clase media, la cual tuvo acceso a una muy destacada producción cultural.2 En este contexto, el nacionalismo revolucionario y el surgimiento de ese público consumidor detonó la expansión de las empresas culturales, además del crecimiento y la consolidación de las instancias de reproducción de los productores.
En un periodo de relativa calma social y con el surgimiento de un nuevo público, el medio intelectual se dio a la tarea de cuestionar y reflexionar sobre el “nacionalismo cultural” y “lo mexicano”. Estas preocupaciones se harán presentes no sólo en las publicaciones de la época, también en las políticas e instituciones culturales encabezadas por el Estado, revelando, de esta manera, la existencia de dos polos abiertamente confrontados: la corriente nacionalista-heterónoma y su opuesto cosmopolita-autónoma.
Aparato cultural
El fortalecimiento del campo intelectual se dio gracias a la centralización del aparato cultural bajo la tutela del Estado. A pesar del constante crecimiento institucional, según Krauze, dicho aparato era un cuerpo cerrado, limitado a un número de personas que se congregaban en espacios muy específicos de la Ciudad de México (584). Por su importancia histórica, entre la década de los años cuarenta y sesenta, la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) se convirtió en uno de los principales centros de reunión intelectual, posicionándose como el empleador por antonomasia de intelectuales, pues les abrió las puertas de su imprenta, les dio el control de la difusión cultural o los contrató como docentes, cambiando significativamente la estructura de la vida intelectual del país: por primera vez, como menciona Krauze, dicho sector pudo dedicarse profesionalmente a su disciplina sin sacrificar su tiempo en las actividades de las dependencias del Estado (597).
De esta manera, la unam permitió la paulatina transición de la carrera de los intelectuales: de una carrera gubernamental a una semigubernamental, paso definitivo hacia la profesionalización del campo, pues a pesar de que la universidad es una institución sostenida por financiamiento público, garantiza cierta libertad para la crítica y el ejercicio intelectual (Camp 166). En este contexto, a partir de la década de los años cincuenta, la universidad se expandió y con ella se fundaron institutos de investigación como el de Estéticas, el de Históricas y el de Sociales. Aunado a ese crecimiento, la Escuela Nacional de Antropología, organismo perteneciente al Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), consolidaba sus planes de estudio sobre arqueología y antropología, y los centros de historia y estudios internacionales de El Colegio de México (Colmex) iniciaban sus líneas de investigación (Medina 127).
Las instituciones de educación superior, pensadas como unidades espaciales en términos de Bourdieu, contribuyeron en la formación de comunidades intelectuales, las cuales les permitieron a sus integrantes compartir los mismos lugares de reunión y encuentros específicos, vivir los mismos acontecimientos relevantes, estar expuestos a los mismos mensajes culturales, y que su formación estuviera a cargo de los mismos docentes (Bourdieu, Las reglas del arte 299-300). Además, dichos espacios organizaron las prácticas y las representaciones de los agentes, cohesionando sus preferencias ideológicas. Para Camp, esta cohesión también tuvo un impacto considerable en el éxito de las carreras de los individuos dentro del aparato cultural, pues permitieron crear redes de amistad, las cuales potencializaron la trayectoria y sus tomas de posición dentro del campo (36).
Las redes que se tejen dentro de esas unidades espaciales están profundamente intervenidas por la pertenencia de clase entre individuos. Esto se da gracias a lo que Bourdieu llama identidad de posición y efecto de campo. La primera propicia el acercamiento y el intercambio entre individuos vinculados por el afecto mutuo; y el segundo crea las condiciones para que se dé el acercamiento entre agentes que ocupan posiciones homólogas dentro del espacio social (Bourdieu, Las reglas del arte 395-396). Esto llama poderosamente la atención, porque sujetos provenientes de estratos socioeconómicos medios y altos tienen un vínculo directo con los sectores ligados al poder, lo cual implica que cuando dicho individuo llega a un nivel alto de consagración en cualquiera de los campos (social, económico, político o cultural) favorece las reformas moderadas y liberales que los grupos hegemónicos necesitan. Pienso, por ejemplo, en Antonio Carrillo Flores y Antonio Ortiz Mena, ambos estudiaron derecho en la unam y eran parte del círculo de amigos de Miguel Alemán y Adolfo López Mateos. Los dos se beneficiaron del Estado entre 1950 y 1970 al ser nombrados secretarios de Hacienda y Crédito Público (el primero en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines y el segundo en los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz). Cuando se incorporaron al Estado, construyeron un país a imagen y semejanza de su clase: dejaron de lado la reforma agraria y optaron por impulsar el proyecto industrializador, proceso con el que soñaron —por cierto— tanto los grupos de izquierda como los de la derecha (Krauze 590).
Lo mismo ocurre en el lado opuesto, cuando los individuos forman parte de una situación socioeconómica menos privilegiada. Quienes pertenecen a la clase media o extractos bajos buscan formar alianzas con los sectores con quienes más se sienten identificados, particularmente con las organizaciones de la sociedad civil, la clase obrera y la campesina. Por ejemplo, intelectuales como Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero y Luis Villoro, en la década de los años sesenta, intentaron constituir una agrupación política independiente que funcionara como vínculo de representación de las clases golpeadas y derrotadas por el sistema corporativo y autoritario del régimen priista (Krauze 598).
Mecanismos institucionales
El desarrollo de las instituciones culturales estuvo estrechamente vinculado con el nacionalismo revolucionario. El Estado apostó fuertemente por robustecer los mecanismos institucionales que sustentaran su proyecto de nación. En este sentido, las ciencias sociales y las humanidades serían de mucha ayuda. Por ejemplo, con el objetivo de mantener vivo el legado de la Revolución, se fundó el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (inehrm) en 1953 (Pérez 60-61). Bajo esta lógica, en ese periodo se crearon organismos claves que enriquecieron y fomentaron la investigación del país, además de promover carreras intelectuales: El Colegio de México, El Colegio Nacional, el Instituto Panamericano de Geografía y Estadística, el Congreso Mexicano de Historiadores, el Seminario de Cultura Mexicana, así como la Escuela de Bibliotecarios y Archivistas (Torres 296).
En 1946, el Departamento de Bellas Artes, perteneciente a la Secretaría de Educación Pública (sep), se convirtió en el Instituto Nacional de Bellas Artes (inba). Este cambio significó mayor autonomía para el organismo. A partir de ese momento, al inba se le destinó la tarea de fomentar y estimular la creación y la investigación en las artes, el teatro, la danza, la arquitectura, la música y las letras. Una de sus atribuciones más importantes fue la consagración de los agentes que participaron en el campo cultural, a través de la entrega de premios. Uno de los primeros fue el Premio Nacional de Ciencias y Artes, creado en 1944.
Este premio se pensó como una distinción otorgada por el Estado a una personalidad consagrada por su trayectoria, es decir, miembros de la intelectualidad en la cúspide de su carrera (Camp 218). Esta instancia de consagración y legitimación temporal del campo cultural reconoció la producción de los miembros de las diversas generaciones y grupos culturales que ayudaron a institucionalizarlo, sin importar su inclinación por cualquiera de las dos corrientes en disputa durante ese periodo: el nacionalismo o el cosmopolitismo.3
Según Camp, una de las características de este premio es que no lo reciben intelectuales que tienen posturas políticas severamente críticas sobre el Estado, salvo algunas excepciones como fue el caso de Cosío Villegas y su toma de posición frente al régimen echeverrista (Camp 218) y el caso del propio Revueltas, quien ganó el primer certamen por la publicación de su novela El luto humano. La selección de los ganadores la realizaba una comisión integrada por los representantes de las instancias de consagración institucional: miembros del Instituto Politécnico Nacional (ipn), de la unam, del inba, del Colmex, del Seminario Mexicano de Cultura, así como de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Academia de Historia.
En este contexto, a finales de la década de los años cuarenta, y gracias al interés por construir un proyecto nacional, el Estado creó el Instituto Nacional Indigenista en 1948. En esos años se vivió un periodo donde se dio una serie de manifestaciones de afirmación nacional, el inah hizo grandes descubrimientos arqueológicos en Palenque, Tulum y Tula (Cohn 150). La efervescencia nacionalista vivió momentos álgidos cuando en 1947, en vísperas del centenario de la intervención norteamericana, exhumaron supuestamente los restos óseos de los niños héroes en el bosque de Chapultepec; de igual manera, en 1949 se descubrieron aparentemente los restos del emperador Cuauhtémoc. La maquinaría del Estado buscó construir el mito nacional sobre dichos descubrimientos. En ambos casos se conformó una comisión de peritos con miembros del inah, de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, historiadores y representantes de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), con el propósito de autentificarlos (Medin 141-142).
Otra institución clave para la consagración del campo cultural fue la Dirección de Difusión Cultural, perteneciente a la unam. Su director fue Jaime García Terrés y tuvo su apogeo entre 1953 y 1965. Este departamento se comprometió a llevar la cultura a un público masivo, patrocinando actividades culturales en distintos lugares de la ciudad, y mediante la publicación de libros económicos y la distribución de la Revista de la Universidad de México. En esta última, por ejemplo, participaron los escritores hispanoamericanos más destacados de la época, alimentando el debate literario y rivalizando directamente con los escritores heterónomos, quienes mantenían una férrea defensa de la literatura nacional y sin “contaminaciones” de técnicas externas (Cohn 162).
Como parte del proyecto de difusión de García Terrés, se creó el centro cultural la Casa del Lago en 1959. Su periodo de mayor éxito fue en la década de los años sesenta, y sus directores fueron Juan José Arreola, Tomás Segovia y Juan Vicente Melo, respectivamente. El centro cultural tuvo como objetivo formar un público con un gusto estético más cosmopolita, proclamándose como una línea de defensa en contra de las corrientes nacionalistas impulsadas por el Estado y sus agentes heterónomos (Cohn 162-163). Con esa directriz se patrocinaron exposiciones novedosas y hubo presentaciones de teatro, ballet y conciertos de música alternativa a las convenciones del mercado; se proyectó cine de autor y se promovieron conferencias sobre temas poco comunes en la academia mexicana, como el psicoanálisis, el marxismo, el arte moderno y los autores que representaban el canon literario de la primera mitad del siglo xx (de Thomas Mann a Scott Fitzgerald). La Casa del Lago se convirtió en el punto de encuentro de intelectuales de la generación de Medio Siglo: Juan García Ponce, Eduardo Lizalde, José de la Colina, Inés Arredondo, Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, entre otros (Monsiváis s/p).
El Centro Mexicano de Escritores fue imprescindible para la formalización de alianzas entre escritores. Se fundó en 1951, con fondos de la Fundación Rockefeller, del México City College y del Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales. Los escritores beneficiados de esta institución obtuvieron una beca y participaron en talleres semanales donde compartían sus avances. Los maestros que dictaban los talleres tuvieron un papel determinante en la formación del canon nacional, al sancionar y legitimar las obras escritas. Durante la primera década, el centro becó a los escritores Emilio Carballido, Homero Aridjis, Juan José Arreola, Jorge Ibargüengoitia, Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Juan García Ponce, Alí Chumacero, Emmanuel Carballo, entre otros (Cohn 164-165). Las conexiones entre estos intelectuales concentraron el poder en manos de una pequeña élite cultural; por obvias razones la selección de los beneficiarios despertó la envidia de quienes no fueron seleccionados para recibir ese beneficio (Pérez 39). Esta sospecha, fundada en lo que Bourdieu denomina principio de la dialéctica del resentimiento, la cual “condena en otro la posesión que desea para sí” (Las reglas del arte 40), revela la presencia de la illusio en el campo cultural.
Empresas culturales
El aparato cultural logró su consolidación gracias a la expansión de las empresas culturales, las cuales se vieron enormemente beneficiadas por dos factores: 1) el estímulo del Estado, a través de sus instituciones; y 2) inversión realizada por las editoriales privadas. La proliferación de revistas y suplementos culturales comenzó en la década de los años cuarenta, derivado de la paralización de la industria editorial española a raíz de la Guerra Civil y la disminución de las importaciones de revistas y libros europeos y norteamericanos en el marco de la Segunda Guerra Mundial. La industria editorial mexicana no desaprovechó el momento y abasteció el mercado ibérico e hispanoamericano con sus propios productos (Cohn 146-147).
En 1942, Silva Herzog fundó una de las revistas más prestigiosas que objetivan la efervescencia del periodo: Cuadernos Americanos. Esta revista profesionalizó los trabajos académicos y literarios sobre la realidad de los países latinoamericanos, fomentando no sólo el fortalecimiento de la identidad mexicana, también buscó, de acuerdo con Cohn, convertirse en una plataforma con el objetivo de crear una identidad transregional latinoamericana entre intelectuales (148-149).
En cuanto al campo cultural mexicano, Cuadernos Americanos fue un espacio importante para intelectuales descontentos con los cambios y el rumbo que había tomado el país. Cosío Villegas y Silva Herzog, por ejemplo, usaron sus páginas para hacer un balance de la Revolución en la segunda mitad de la década de los años cuarenta. Ambos la consideraron terminada. El primero alertaba de una crisis gravísima, pues las metas de la Revolución se habían agotado, al grado de que el mismo término carecía de sentido. El segundo veía la Revolución como el fin de un ciclo histórico. La esfera política no aceptó esas visiones, apeló, en forma reiterada, al carácter sui generis de la Revolución que suponía un camino propio, pues no se apropió de corrientes europeas. En alguna medida, la búsqueda filosófica de lo mexicano en la década de los años cincuenta sostenía esa posición (Villegas 178-179). Dicha posición fue ampliamente difundida por intelectuales del grupo Hiperión como José Gaos, Leopoldo Zea, Jorge Carrión, Emilio Uranga y Silvio Zavala, quienes encontraron en Cuadernos Americanos el lugar para desarrollar periódicamente sus reflexiones. Como el resultado de sus interpretaciones concordaban con la apertura cultural del régimen de López Mateos, en 1960 Leopoldo Zea fue elegido para encabezar la Dirección General de Cultura de la Secretaría de Relaciones Exteriores (Cohn 158).
A partir de la década de los años cincuenta, la esfera intelectual contó con numerosos espacios para publicar sus productos culturales. De las publicaciones creadas en esta época sobresalen: América, en la cual Rosario Castellanos publicó sus primeros ensayos sobre problemas literarios y feminismo; Tierra Nueva, donde destacan las colaboraciones poéticas de Alí Chumacero y ensayos de Leopoldo Zea y José Luis Martínez (Torres 300-301); la Revista de Literatura Mexicana dirigida por Antonio Castro Leal, trinchera de la literatura con rasgos fuertemente nacionalistas; y su opuesto la Revista Mexicana de Literatura de Carballo y Fuentes, en la cual se promovió y publicó por igual a escritores latinoamericanos, norteamericanos y europeos. Sus páginas se volvieron una afrenta hacia el nacionalismo cultural (Cohn 166).
A partir de 1947, los periódicos comenzaron a publicar suplementos culturales. En ese año, El Nacional, órgano informativo al servicio del priismo, creó la Revista Mexicana de Cultura dirigida por Juan Rejano. En sus páginas escribieron intelectuales como José Vasconcelos, Artemio de Valle Arizpe, Agustín Yáñez, Luis Cardoza y Aragón, Efraín Huerta, y un personaje decisivo en la consagración del campo literario a partir de la década de los años cincuenta, Fernando Benítez. Hasta 1957, José Luis González, Andrés Henestrosa, Enrique González Rojo y Salvador Reyes Nevares, colaboradores frecuentes de esta revisa, mantuvieron una línea profundamente nacionalista (Pérez 47).
Fernando Benítez salió de la Revista Mexicana de Cultura en 1948 por un desencuentro con Uruchurtu, regente de la Ciudad de México. Durante el año que colaboró con Rejano, Benítez estableció relaciones con un buen número de intelectuales y se hizo a la idea de lo que debería ser un suplemento cultural. Con eso en mente, en 1949 aceptó la oferta de Rómulo O’Farril, dueño de Novedades, para dirigir su nuevo suplemento, el cual sería consumido principalmente por lectores pertenecientes a la clase media y alta del país. El 6 de febrero de ese año apareció México en la Cultura (Camposeco 99).
México en la Cultura se convirtió en un espacio beligerante del mundo intelectual. Desde su primer número se posicionó en contra de las corrientes que abanderaban el nacionalismo cultural. El suplemento se propuso recoger las manifestaciones más variadas de la cultura mexicana, ofreciéndole a sus lectores una amplia información sobre lo que se estaba haciendo en las artes, el teatro, la música, la filosofía, el cine y la literatura. En lo que respecta a este último, México en la cultura publicó regularmente ensayos, cuentos, poemas y fragmentos de novelas de los escritores consagrados del país, así como de los que luchaban por hacerse de un nombre en el mundo de las letras (Camposeco 101-102).4 Gracias a esto, Benítez se convirtió en el descubridor de talentos.
A pesar de que en el primer editorial de México en la Cultura se estipuló que el suplemento no sería la expresión de un solo grupo, la realidad es que el equipo de Benítez lo conformaron jóvenes pertenecientes a la llamada Generación de Medio Siglo. Escritores como Fuentes, Castellanos, Pacheco y Carballo, por mencionar sólo algunos, hicieron del suplemento un tribunal que fijó los criterios estéticos con el poder de legitimar la calidad de la producción cultural, al decidir qué era lo que valía la pena en términos culturales, convirtiéndose en un bastión de la defensa del arte por el arte (Cohn 142-144). La toma de posición de este grupo privilegió a los escritores que se distanciaban del nacionalismo cultural y experimentaban con nuevas influencias, las cuales contribuían a la formación de una identidad nacional más moderna. Para Cohn, esta posición tuvo implicaciones significativas en la canonización de la literatura, pues relegó a los márgenes del canon a escritores emergentes y autores de éxito comercial que no compartían esa sensibilidad cosmopolita (144). El caso más notorio fue el desprecio de la obra de Luis Spota, considerado como “un escritor para lectores” (Camposeco 277).
Bajo la dirección de Benítez, México en la Cultura vivió tres etapas. La primera de ellas fue de 1949 a 1953. Este periodo se distinguió por la ausencia de la crítica literaria. Se publicaron ensayos y reseñas sobre obras clásicas nacionales. Esto se explica por las condiciones del sistema literario, el cual sólo publicaba reediciones de autores consagrados. Llama la atención que en esa temporalidad no se hayan reseñado los libros de Arreola: Varia invención y Confabulario (Camposeco 167).
La segunda etapa va de 1953 a 1958. Fue la más importante para la consolidación del campo cultural. Fueron los años del inicio de la crítica literaria, y con ella el afianzamiento de Carballo como árbitro sancionador y legitimador de la literatura. En México en la Cultura, y posteriormente en La cultura en México, en Revista Mexicana de Literatura, en la Revista de la Universidad de México y como miembro del consejo editorial del Fondo de Cultura Económica (fce), Carballo evaluó el estado de las letras mexicanas, capitalizó y promovió la popularidad de autores que privilegiaban la producción de obras que abordaran temas mexicanos con un estilo modernista y experimental, tal fue el caso de los jóvenes Gustavo Sáinz y José Agustín (Cohn 161-168).
De 1958 a 1961, México en la Cultura vivió su tercera etapa, la cual se caracteriza por ser la época en la que Benítez se consagró como el líder de su grupo intelectual, y el suplemento se convirtió en un agente de publicidad de la producción cultural. En este contexto, tanto Benítez como los escritores que gravitaron bajo sus órdenes manejaron a su conveniencia el monopolio de la legitimidad literaria; es decir, estos agentes culturales asumieron su poderío que les permitía decir, con toda autoridad, quién estaba acreditado a llamarse escritor (Bourdieu, Las reglas del arte 331-332). En este contexto, una reseña positiva, una negativa o la simple falta de atención, impactaba directamente en la carrera de los escritores y en el posicionamiento de las ventas de sus productos en el mercado. De hecho, el núcleo de intelectuales que participaron constantemente en sus páginas recibió una promoción que lo afianzó dentro del canon (Cohn 159-161). Tal como ocurrió con Carlos Fuentes y las reseñas de La región más transparente.
En 1961, Benítez fue despedido de México en la Cultura por su apoyo abierto a la Revolución cubana. Todo el personal bajo sus órdenes renunció con él y lo acompañó en su nueva empresa: La Cultura en México de la revista Siempre!, de José Pagés Llergo. Este nuevo suplemento se posicionó como uno de los espacios más importantes dentro del debate intelectual en la década de los sesenta: la literatura y la actividad cultural mexicana fueron los elementos centrales. El contenido se puede interpretar como un esfuerzo para crear un público consumidor de la producción cosmopolita, pues hizo una evaluación del florecimiento de la industria editorial y sus columnas estaban dedicadas a revisar qué estaban haciendo los autores mexicanos, cómo eran recibidos sus libros tanto en el país como en el extranjero, y quién publicaba en las revistas y editoriales mexicanas (Cohn 158-161). Ambos suplementos culturales permitieron que algunos escritores tuvieran otras opciones de remuneración que no fuera la participación en dependencias del Estado.
Producción editorial
Entre la década de los años cuarenta y los sesenta, el Fondo de Cultura Económica (fce) tuvo un papel decisivo dentro de la producción cultural del país. Con el fin de acrecentar el capital literario, no sólo publicó grandes tirajes de la literatura occidental, también se convirtió en un medio de circulación que promovió las obras de escritores de diferentes naciones hispanoamericanas, con el propósito de establecer un vínculo regional con un pasado común y un destino compartido (Cohn 146-148). Siguiendo esta línea, en 1939, el fce comenzó la publicación de su colección Tezontle, la cual fomentó la creación literaria, difundiendo principalmente la poesía de autores mexicanos como Pellicer, Reyes y Guadalupe Amor, además de autores españoles como Max Aub y León Felipe (Pérez 40-41).
Arnaldo Orfila fue nombrado director del fce en 1948. En 1952, ordenó la creación de la colección Letras Mexicanas, la cual posicionó a autores mexicanos en el mercado hispanoamericano. La serie estaba integrada por diversos géneros, entre los que destacan la novela y el ensayo. El catálogo de Letras Mexicanas se convirtió en una guía para el lector, pues reunió las obras de autores desaparecidos, las cuales fueron presentadas y rescatadas por especialistas, además ayudó a iniciar la carrera de una generación de escritores que pronto formaron parte del canon mexicano (Pérez 41).5 En la colección Letras Mexicanas están publicadas obras muy destacadas como Confabulario de Arreola, El llano en llamas y Pedro Páramo de Rulfo, Balún Canán de Castellanos, La región más transparente de Fuentes, El laberinto de la soledad de Octavio Paz (Cohn 156). Otros autores que también formaron parte de la colección fueron: Emilio Carballido, Antonio Castro Leal, Mauricio Magdaleno, Salvador Novo, Luis Spota, Jaime Torres Bodet y Agustín Yáñez (Torres 316). Como se puede observar, la editorial le abrió las puertas por igual a las tendencias en pugna: la nacionalista y la cosmopolita.
La llegada de Orfila no sólo fue benéfica para el campo de la literatura, el fce comenzó a interesarse en otras áreas del conocimiento. Su actividad editorial también impulsó el estudio de la sociología. En este rubro se tradujeron las obras de Mannheim, Klein, Cole, además de los estudios de sociólogos mexicanos como Carrillo Flores y Rivera Marín. En el campo de la filosofía, se tradujo a autores entre los que se encuentran Dilthey, Hegel, Heidegger y Kant, y con la ayuda del Centro de Estudios Filosóficos de la unam, el fce publicó Dianoia, un anuario que presentaba lo mejor del pensamiento hispanoamericano. En el área de la antropología, se publicaron las obras de Alfonso Caso y Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas de Miguel León Portilla. En la rama de la sicología y el sicoanálisis, se tradujo la obra de Fromm, Jung y Piaget (Torres 315).
El campo de la historia también se benefició de las publicaciones del fce. En este rubro aparecieron tres importantísimas colecciones: 1) Tierra Firme, 2) Fuentes y Documentos para
la Historia de México y 3) Vida y Pensamiento de México. En la
primera se publicaron los estudios de Braudel, Ranke, Burckhardt, O’Gorman, sólo por mencionar algunos. La segunda publicó planes políticos, manifiestos y otros documentos útiles para entender el proceso histórico mexicano. Y la tercera reunió los textos de Juárez, Zaragoza, Flores Magón, Bassols, Silva Herzog y Henríquez Ureña (Torres 315-316).
El fce también estuvo a cargo de las obras preparadas por El Colegio de México (Colmex). En este periodo, el Colmex produjo numerosos estudios sobre historia, filosofía y letras, de autores como González Casanova, Imaz, López Cámara, Imbert, Fernández Retamar, Valle Inclán, entre otros. También el Colmex comenzó la publicación de sus revistas Historia Mexicana, Foro Internacional y Nueva Revista de Filología Hispánica (Torres 317).
Entre 1950 y 1957, Juan José Arreola, con la ayuda de Jorge Hernández Campos, Henrique González Casanova y Ernesto Mejía, creó la editorial Los Presentes, la cual promovió obras innovadoras en cuanto estilo y temática, cultivando conscientemente una visión cosmopolita de la literatura mexicana contemporánea (Cohn 156-157). En esta empresa cultural publicaron por primera vez Fuentes, Carballo, Cortázar, además de escritores consagrados como Revueltas, Reyes, Zea, Aub, entre otros. Arreola fue muy criticado por parte del aparato cultural que se sentía marginado. Al igual que pasó con las becas que otorgaba el Centro Mexicano de Escritores, a Arreola se le acusó de sectario y parcial en la selección de los manuscritos (Pérez 42). Esta desconfianza, sin embargo, nos revela la constitución de la illusio bourdiana, así como la lucha de los posicionamientos estéticos que prueban no sólo la existencia, sino la consolidación del campo cultural.
Por último, el inba publicó su revista Las Letras Patrias en 1954. Esta publicación, a cargo de Andrés Henestrosa, nació con el objetivo de difundir trabajos de historiografía literaria mexicana y el rescate de textos de autores del siglo xix, por obvias razones tenía un perfil fuertemente nacionalista (Cohn 165-166). La revista buscó convertirse en el corpus institucional de la literatura mexicana. En su primer número se rescató la importancia de Salvador Díaz Mirón, con textos críticos de Castro Leal (Pérez 49-50).
Podemos concluir que un estudio de la estructura cultural del campo revela que su consolidación y su profesionalización están estrechamente vinculados a los movimientos que ocurren dentro del campo político. El recuento de los índices de autonomía relativa de las instituciones específicas, que propongo en la exposición de este ensayo, nos permite observar cómo la estructura del campo cultural mexicano se consolidó gracias a un factor determinante: el alejamiento del proyecto cardenista hacia un polo más conservador a partir de la década de los años cuarenta. Este cambio de timón de los gobiernos poscardenistas ayudó al Estado a imponer, a través del consenso, cierta ilusión de estabilidad, que se fracturó a finales de la década de los años sesenta.
En el ámbito cultural, dicha estabilidad permitió dar el paso hacia la autonomización del campo, gracias al surgimiento de un nuevo público, potencial consumidor de la producción
de una intelectualidad que, como ocurrió en el terreno político, se alejó de las ideas socialistas y del arte social, para reflexionar y cuestionar el nacionalismo cultural y su defensa por lo mexicano, abriendo el espacio para la irrupción de productos culturales más rupturistas, los cuales rivalizaban directamente con los agentes heterónomos-nacionales.
El camino hacia la autonomización del campo se dio gracias a la centralización del aparato cultural, el cual estuvo estrechamente ligado a causas externas como el fuerte nacionalismo cultural. Gracias a este factor se crearon, consolidaron y diferenciaron instancias de reproducción de productores, ya sea para fortalecer o para resistir la oleada nacionalista. La centralización del aparato cultural fue verdaderamente significativa por tres elementos: 1) fomentó la profesionalización, permitiendo que los agentes desarrollaran su potencial, alejados de las dependencias gubernamentales; 2) esas unidades espaciales posibilitaron la creación de redes entre los agentes y con ello el fortalecimiento de su identidad como productores; 3) la formalización de dichas redes impactaron directamente en el campo cultural porque permitieron la concentración de poder cultural en pequeñas élites dispuestas a competir por el capital específico en juego.
En cuanto a la proliferación de la producción editorial y la expansión de sus empresas culturales, también obedece a factores externos derivados de la paralización de la industria editorial europea y norteamericana a raíz del contexto bélico, lo cual propició que el Estado y la iniciativa privada invirtieran en el campo cultural mexicano. En este rubro, tanto el fce bajo la dirección de Orfila, la revista Cuadernos Americanos de Silva Herzog y los suplementos culturales de Benítez operaron como plataformas sancionadoras y legitimadoras de los productos culturales, convirtiéndose en una guía para el nuevo público consumidor, pues se distinguieron por capitalizar y promover la producción tanto de agentes consagrados como de los jóvenes recién llegados al medio. La acumulación del capital literario de dichas empresas rápidamente se convirtió en el corpus del canon nacional, porque abrieron el espacio literario al posicionar sus productos en el mercado hispanoamericano.
Referencias
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1 Para Bourdieu, cuando los campos no se han autonomizado, los escritores son propensos a la oscilación política, es decir, se deslizan hacia el polo del campo que resulta inmediatamente reforzado. Si el centro de gravedad se desplaza hacia la izquierda, como ocurrió durante el cardenismo, los agentes culturales optan por definirse por un arte de contenido social (Bourdieu, Las reglas del arte 94). Como indica Sánchez-Prado, esto se observa en la práctica literaria de narradores como Mancisidor, Othón Díaz, Sarquís, entre otros, la cual buscó su articulación en la configuración hegemónica del proyecto nacional-revolucionario cardenista (38).
2 Bourdieu menciona que la transformación del campo cultural hacia un polo más autónomo se apoya en dos cambios externos: 1) en el incremento de la población que tiene acceso al sistema escolarizado y, derivado de ello, la expansión de un mercado de lectores potenciales; y 2) el aumento de productores capaces de vivir de los puestos que ofrecen las empresas culturales. La fórmula que sostiene este paso gradual a la autonomía es la siguiente: el incremento potencial de lectores da como resultado un mayor número de empleos para intelectuales y, por consiguiente, un mayor desarrollo de la prensa y la actividad editorial (Bourdieu, Las reglas del arte 194-195). Esto les permite a los agentes culturales la posibilidad de vivir alejados de los puestos asociados al campo político.
3 De los años cuarenta a los años sesenta, este galardón lo recibieron Mariano Azuela, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Silva Herzog, Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Silvio Zavala y Juan Rulfo.
4 El suplemento cultural de Benítez fue el lugar de lo que Bourdieu llama iniciativa de cambio. Dicha iniciativa pertenece a los recién llegados al campo cultural, es decir, los escritores e intelectuales más jóvenes que carecen de capital específico (Bourdieu, Las reglas del arte 355). Desde sus inicios, México en la Cultura permitió que agentes culturales lograran afirmar su identidad y consagrar su distinción, desconcertando a los agentes heterónomos por su ruptura con las técnicas y temáticas nacionalistas, imponiendo su propio estilo y con ello su visibilidad y su derecho a existir en ese espacio.
5 En 1954, Orfila fundó la Gaceta del Fondo de Cultura Económica, la cual tenía como objetivo la promoción y publicidad de los libros que editaba dicha institución. Con la participación de Carballo se publicaron fragmentos de libros, notas sobre autores, noticias culturales, encuestas de opinión y entrevistas (Pérez 48).