María Zambrano. Primera

etapa del exilio: México1

María Zambrano. The first stage of exile: Mexico

José Luis Mora García

Universidad Autónoma de Madrid, España

jose.mora@uam.es 

Resumen: Este artículo trata de cumplir con dos objetivos. El primero de ellos muestra un panorama completo de las investigaciones realizadas sobre la opción de María Zambrano por México y sobre su estancia en Morelia, corrigiendo algunos tópicos que se habían convertido en lugares comunes. El segundo contribuye a mostrar las aportaciones fundamentales de nuestra pensadora en este periodo fundacional de su exilio cuando realizó un profundo análisis de la razón moderna y de su necesaria revisión para que contribuyera a una convivencia ajena a las exclusiones como la padecida por los propios exiliados.

Palabras clave: España, México, exilio, filosofía, poesía.

Abstract: This article tries to meet two objectives. The first of them shows a complete overview of the research carried out on María Zambranos choice for Mexico and her stay in Morelia, correcting some topics that had become commonplace. The second contributes to show the fundamental contributions of our thinker in this founding period of her exile when she carried out a profound analysis of the reason for modernity and its necessary revision so that it contributed to a coexistence outside of exclusions such as that suffered by the people themselves, exiles.

Keywords: Spain, Mexico, Exile, Philosophy, Poetry.

Recibido: 12 de septiembre de 2024 

Aceptado: 18 de octubre de 2024 

doi: 10.15174/rv.v18i35.821 

Contamos hoy con abundante documentación, tanto de archivos como de testimonios epistolares, para conocer bien el orden de los pasos que siguieron María Zambrano y Alfonso Rodríguez Aldave en su camino a América, y luego su estancia en el continente que les acogía. Y conocemos bien las huellas que dejaron. Sabemos, también, que antes de 1936 probablemente el interés por América era muy bajo. Así lo señala María Elizalde en la edición que publicó de las cartas de María Zambrano con el hispanista norteamericano Waldo Frank (Elizalde 115-139) de quien, por cierto, la revista segoviana Manantial, aquélla en que la joven Zambrano publicara “Ciudad ausente” (Zambrano (h) 1928) en 1928, recogía un fragmento sobre el acueducto tomado de Virgin Spain (Frank 1938).

Así lo indica Elizalde:

En esta primera carta le hace llegar Zambrano la petición de colaboración a Frank para el número de octubre de 1938, pues los redactores de Hora de España, entre los que figuraba la propia María Zambrano, habían ‘pensado dedicar el número de octubre a América, a nuestra América española. Nos parece imposible hacerlo sin que vaya un ensayo de Ud.’ ¿Creyeron verdaderamente imposible [se pregunta María Elizalde] publicar en Hora de España sobre Hispanoamérica sin un ensayo de Frank? Por una parte, así podría deducirse del interés suscitado por las cuatro traducciones al español, publicadas entre 1927 y 1932 en España, entre los intelectuales de este grupo. Sin embargo, apostilla la propia autora, no parece que fuera así pues sólo hemos encontrado un artículo con alusiones a México en la revista. (Elizalde 115, 116-117).

Aun así, Zambrano, por entonces, ya había regresado de Chile y se había integrado en la Unión Iberoamericana y en su órgano de expresión que fue la Revista de las Españas reeditada de nuevo en Barcelona en 1937. No confundir con la revista Las Españas que se editaría en México (1946-1963), impulsada por Manuel Andújar y José Ramón Arana, y en la cual publicaría la propia Zambrano en 1948 un más que interesante artículo titulado “El problema de la filosofía española” (Zambrano (c)). En la editada en Barcelona publicó “La tierra de Arauco”, dedicado a Pablo Neruda. Es la propia Zambrano la que comienza preguntándose:

¿A qué negar que los españoles, vueltos de espaldas, como estábamos, a nuestro propio ser, lo estábamos también hacia América? Así era y, por otra parte, una amarga leyenda rodeaba nuestro nombre allá en las lejanas tierras transatlánticas: una sombra producida por el mundo moderno, tan injusto con nuestro pasado como despiadado hoy con nuestro presente (Zambrano (m) 222).2

Antes de hablar del Pacífico y de la tierra de Arauco confiesa que “fue desde América cuando descubrí España”. Atrás quedaba su “Madre España” (Zambrano (n)), y la necesidad de estudiar la propia tradición española vinculada a las tradiciones americanas. Un programa que ella comenzó a desarrollar en Hora de España, editada primero en Valencia, luego en Barcelona, sin olvidar un artículo muy importante publicado en Valencia en la revista Nueva Cultura titulado “El nuevo realismo” (Zambrano (i)), tema central que luego retomaría durante su estancia en América ya como exiliada. Fue ésta una propuesta que en España tardaría en poder retomarse hasta bien avanzados los años sesenta con José Luis Abellán desde la revista Ínsula, luego en Salamanca con Antonio Heredia, en la Autónoma de Madrid con Diego Núñez y Pedro Ribas, en Málaga con Juan Fernando Ortega, Gregorio Gómez Cambres... (Mora García (b)). Y con tantos investigadores que se han ido incorporando a aquel programa que impulsaron los intelectuales que conocemos como Generación del 27, formados en la orientación europeísta de sus maestros que, de bruces, se dieron con una realidad que les obligó a saber por qué España había caído en la hoguera y cómo era necesario sacarla, no sólo por salvarla del color negro de leyendas construidas con potentes retóricas sino porque ahí se escondían valores imprescindibles para el mundo. Así lo reconocía en el epílogo a “Madre España”, firmado en Santiago de Chile en 1937, ya mencionado.

Este periodo es, pues, muy importante por la proximidad con Rodrigo Soriano, el embajador, quien, como buen galdosiano, casi con seguridad reforzó el aprecio por el autor canario que debía venirle a Zambrano ya de José Fernández Montesinos y del propio Lorca y ése era el puente para recuperar a Cervantes, clave en la revisión de la razón moderna. Y así habría de reconocerlo ya desde Morelia en 1939, cuando en el prólogo del que sería Pensamiento y poesía en la vida española confesaba con toda sinceridad que:

[...] hasta julio de 1936, en que España se lanza a la hoguera en que todavía arde con fuego recóndito, no me había hecho cuestión de la trayectoria del pensamiento en España. Absorbida enteramente en temas universales, resbalaba sobre mi atención, eludiendo muchas veces la naciente extrañeza que me producían las peculiaridades extremas del pensar español, es decir, de la función real y efectiva del pensamiento en la vida española (Zambrano (j)) .

Era un texto que figuraba como anexo a la carta que le envía a Alfonso Reyes el 14 de julio de 1939 (Enríquez Perea 192-193). Ahora bien, este impulso, aunque algo tardío, le condujo a recuperar el tiempo que no había dedicado al estudio de la historia de España. Mas es verdad que en esos años tan difíciles y en plena guerra realizó un esfuerzo que casi sobrecoge, para dar cuenta de las causas que habían conducido a esa hoguera y buscar en el hondón de la historia, desde el Renacimiento al menos, quizá desde el siglo xv, aquellos valores que la propia España había construido y destruido al mismo tiempo por aquella cercanía de la espada con la cruz, por el anacronismo en que cayó la monarquía al no comprender el “principio que informa la historia”, dicho con palabras de un novelista de la historia como lo fue Benito Pérez Galdós. No obstante, la función de la filosofía y del arte, de la poética, de la novela, es rescatar aquel punto mejor en que la historia habría quedado interrumpida. Y al rescatarlo, recuperarlo para el presente y el futuro. María Zambrano comprendió, entonces, el verdadero valor de la historia y se puso a escribir aquellos “papeles” que luego le servirían en sus clases en Morelia y, sobre todo, en aquellas primeras publicaciones que contribuyeran a rescatar un modelo de unidad que no cayera ni en el totalitarismo político ni en el teocratismo religioso. Era su proyecto político para corregir el exilio, los exilios ocurridos en los finales del siglo xv, en el siglo xvii, en el siglo xix, el caótico siglo xix y, por supuesto, el que ella y los suyos padecían.

No olvidemos aquí las enseñanzas de su padre. Había dejado escritas cerca de trescientas cuartillas —no todas han podido ser recuperadas, pero sí una buena parte— en las que se recreaban las tertulias segovianas, ambientadas en 1921 cuando el teniente Medina sale destinado a Melilla y luego llegaría la noticia de su fallecimiento en el desastre de Annual. Comenzaba ese mismo año la hija sus estudios universitarios. En uno de esos diálogos, el alter de Blas Zambrano, como lo fue Mairena para Antonio Machado, cuyo famoso libro estaba listo ya en la etapa segoviana, Álvaro Venegas, responde al positivista Pedro Roca, emulando al Manolito Peña de la novela El amigo Manso de Pérez Galdós, y, a continuación, le pregunta:

¿Y qué es la poesía, sino la intención espiritual, henchida de emoción? Filosofía irracional, pudiera llamarse la poesía. Pero hay que tener en cuenta que lo irracional puede ser suprarracional. ¿Y no es verdad, aunque sea poesía —o porque es poesía— que la cultura en cuanto a su intención laborante, es la religión de la humanidad consigo misma y para sí misma?’ Cuando Pedro Roca responde: ‘¡La unificación del mundo por la paz y amor!... ¡Qué sueño!’ Álvaro le responde: ‘¿No ve Ud. los felices augurios ¿Qué digo augurios?— los comienzos efectivos de esa unificación. Sin contar la Sociedad de Naciones que sí debe contarse’ (Zambrano García de Carabantes 414).

Un año después, en 1922, María Zambrano tuvo ocasión de escuchar a quien era un ejemplo vivo de esa forma de pensar. Miguel de Unamuno habló en el teatro Juan Bravo de la ciudad segoviana en una mañana del mes de febrero. Nos dejó una crónica de aquella conferencia Moisés Sánchez Barrado (Mora (c) 197-219). Cuando cruzó la frontera guardaba ya sueños por realizar y por superar el fracaso.

La primera experiencia chilena fue, sin duda, muy importante, pero no creo corrigiera sustancialmente su orientación europea. Debieron ser las primeras experiencias negativas, nada más pasar la frontera camino del exilio, las que comenzaron, en situación extrema, a poner la mirada en América. Es la carta a José Prat, hombre próximo a Juan Negrín —tremenda carta manuscrita con letra temblorosa desde la ciudad de Salses en los Pirineos Orientales—, firmada el 4 de febrero, cuando ante la disyuntiva, “teniendo que elegir entre el campo de concentración o ir a que Franco me fusile”, le dice:

Mi deseo es ir a América —Argentina o Méjico [sic]— donde creo podré vivir. Mas, ¿cómo llego? ¿No sería posible que el Gobierno Mejicano se hiciese cargo de unos cuantos intelectuales? En fin, yo no sé. Si el Gobierno insiste, también por un cargo cualquiera puede enviarme a América, o a París. Yo le aseguro a usted que, sin entrar en comparaciones, sabré ser útil y dar rendimiento en lo que se estime necesario (Zambrano (g)).

Es el primer testimonio que poseemos donde América aparece ya voluntariamente en su horizonte. No consta que hubiera respuesta a esta carta.

Sabemos que llegaron a París y que fue en la capital francesa donde se tomó una decisión fundamental que debió ser muy dolorosa, pues supuso la separación de la madre, la hermana y de quien había sido director de Seguridad durante medio año, Manuel Muñoz Martínez, ya que este último, compañero de Araceli Zambrano, decidió quedarse en París confiando en que no pasaría lo que sí sucedió, y quizá por no alejarse mucho de su familia y disponer de la pensión que la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (jare) le hacía llegar regularmente. Pedro Chacón, que ha recreado esos años con bases documentales, pone en palabras de Araceli, en carta a su hermana de 25 de junio de 1942, cómo ésta, le da cuenta de sus esfuerzos fallidos por mantener la esperanza, pues:

[...] la carta que recibió de la Delegación de México en Vichy, en lugar de confortarle con la noticia de que él y los miembros de su familia estábamos autorizados a embarcarnos en Casablanca rumbo a tierras mexicanas, parece haberle sumido aún más en la desesperación [...] Ya es tarde para poder escapar, demasiado tarde. Nos equivocamos y estamos pagando por ello: Manolo en la cárcel y yo, sola, sin apenas recursos, cuidando de madre enferma (Chacón 119).

El propio Pedro Chacón recoge la orden de fusilamiento de Manuel Muñoz ya en Madrid, firmada el 30 de noviembre de 1942.

Está bien documentado por quienes se han ocupado, con rigor y un punto de emoción de estos temas, que desde 1936 en México se había puesto en marcha el proyecto de La Casa de España por iniciativa de Cosío Villegas, con objeto de recibir y apoyar en calidad de “invitados culturales a hombres brillantes, atrapados en la guerra civil española”. Es difícil dar cuenta de todos los trabajos que han ido completando el proceso que siguió este proyecto desde su concepción hasta que María Zambrano y otros muchos fueron llegando a México. Recuerdo ahora el Homenaje a María Zambrano publicado en 1998, con prefacio de James Valender y que recoge trabajos que han sido de referencia; la magnífica edición de Pensamiento y poesía en la vida española de Mercedes Gómez Blesa, con un completísimo estudio introductorio (2004), ya mencionado; el libro Días de exilio. Correspondencia entre María Zambrano y Alfonso Reyes (1939-1959) compilado en 2006 por Alberto Enríquez Perea, igualmente ya citado. Solamente del periodo que aquí tratamos son unas cincuenta cartas. De 2010 es el libro coordinado por Antolín Sánchez Cuervo y Gerardo Sánchez Díaz, María Zambrano. Pensamiento y exilio, que recoge el trabajo de Beatriz Morán y Agustín Sánchez: “El exilio de Zambrano en México y sus primeras colaboraciones en revistas mexicanas”, y de Gerardo Sánchez: “Un exilio fecundo: María Zambrano en la Universidad Michoacana”. Los tres autores vinculados a la Universidad Michoacana (Sánchez Cuervo y Sánchez Díaz). Por último, la revista Devenires. Revista de Filosofía y Filosofía de la Cultura, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, ha publicado un Dossier titulado “Vida compartida. Correspondencia de María Zambrano y sus destinatarios” (Pineda y Mora 41-44) con documentados comentarios a las relaciones epistolares que mantuvo nuestra pensadora con sus interlocutores durante estos años iniciales del exilio. La revista incluye el artículo de Guadalupe Zavala de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, “Morelia, ciudad de la luz y del silencio” (Zavala 45-95), que contiene una muy documentada información sobre esta estancia de María Zambrano en la ciudad y universidad que estaba a punto de cumplir quinientos años.

En estos textos se hallan recogidas las cartas cruzadas a lo largo de febrero de 1939 por María Zambrano y por Alfonso Rodríguez Aldave con Alfonso Reyes en México. También con el diplomático de origen cubano José María Chacón en La Habana, a quien había conocido en Chile y, seguramente, antes en España, pues el cubano residió un buen número de años en la propia España; se trata de una carta larga que da cuenta de muchos matices que tuvieron estas relaciones, así como las mediaciones de Maruja Mallo desde Argentina o Santiago de Chile.3 Este último país se volvió muy difícil por las reticencias que mostraron a “la llegada masiva de refugiados” y excluyeron esta posibilidad.

Mientras, Alfonso Reyes había girado la orden de envío telegráfico de trescientos dólares con la invitación de que viajaran a México. Según Guadalupe Zavala, la mediación de Maruja Mallo fue decisiva, pues Zambrano no conocía personalmente a Alfonso Reyes. Así lo prueban las cartas que se recogen en el artículo ya mencionado de la profesora de la Universidad Michoacana. Éstas se prolongaron hasta el mes de abril, cuando el matrimonio estaba ya en México. La propia Maruja Mallo le dice a Alfonso Reyes: “no puede figurarse mi agradecimiento por lo que Ud. ha hecho por María Zambrano (24 de marzo)” (Zavala 66). En verdad, cuando escribe a la propia filósofa a París ésta no estaba allí; la carta se la remitirá más tarde Araceli, la hermana. Por su parte, Reyes, con fecha 6 de abril, le dice a Mallo: “todos los días veo a mis amigos de España. He hablado largamente con María Zambrano y su esposo. Ella va a trabajar a Morelia en un delicioso ambiente natural y tal vez haciendo vida monástica” (Zavala 67).

Contábamos ya sobre algunos de estos detalles con el testimonio de Zambrano en su autobiografía, escrita a comienzos de los años cincuenta. En el breve capítulo “Hacia un nuevo mundo” da cuenta de la toma de conciencia de ser apátrida: “no ser ciudadano de ningún país”, expresión que escuché personalmente de la onubense Carmen Rovira y su llegada a New York desde El Havre con sus apenas 15 años de vida.

Realmente, ¿dónde estaban?, realmente, ¿quiénes eran? [...] Se había despertado de aquella pesadilla que comenzaba a pesar un poco en aquel París en cuyo rostro leía la inminencia de un cerco también, de un terrible cerco que se apretaba, aunque sin precisarse todavía. Había recibido en una misma mañana dos cables, dos llamadas, dos ofrecimientos, de Méjico y de Cuba. Dos días después, otra para él, desde Chile. Responderían a la triple llamada de la América maternal, ¡tan ancha! (Zambrano (l) 257-261).

En verdad, el único documento que queda es la carta telegráfica nocturna dirigida al embajador Bassols: “Favor entregar María Zambrano giro telegráfico trescientos dólares enviado nombre de usted”. Firmado por Daniel Cosío Villegas.

Así pues, México era la mejor opción bajo la protección de La Casa de España, aunque esta institución no contara con muchos recursos ni tuviera local propio. Era, más bien, una institución de mediación para ayudar a los refugiados españoles a encontrar un puesto de trabajo. Según Guadalupe Zavala, llegó al puerto de Veracruz el 24 de marzo de 1939, y allí tomó el tren rumbo a Ciudad de México. La propia profesora Zavala ha hecho algunas averiguaciones para saber si habría llegado en el yate Vita, que tenía miedo de ser incautado por las joyas que transportaba y que llegó el 22 de marzo. Señala que, después de múltiples pesquisas, no sabe en qué barco llegó. Por carta de Zambrano a Waldo Frank de 6 de julio sabemos que pasaron por New York y que no consiguieron encontrarle. Otras muchas cosas le cuentan al hispanista norteamericano ya de Morelia, cuando llevaban en esa ciudad tres meses. Ciertamente no he encontrado indicio de que en esta ocasión pasaran por La Habana, como señala explícitamente Jesús Moreno en su Mínima biografía, pues en el capítulo de su autobiografía Zambrano no dice nada expresamente, salvo que habían recibido invitación de Cuba. Moreno dice que “tras una breve estancia en New York, ella y su marido se dirigen de nuevo a la Habana donde María puede dar su segunda conferencia en aquella ciudad, lo que les alivia un tanto su penuria” (Morena 67). En sentido parecido se pronuncia Gerardo Sánchez en el capítulo ya mencionado anteriormente. Sin embargo, Guadalupe Zavala sostiene que en este viaje no dio conferencia en La Habana (correo personal del día 28 de junio).

Lo que sí parece cierto es que, ya lo señalábamos, llegaron al Puerto de Veracruz el 24 de marzo, que de allí viajaron a Ciudad de México mientras Cosío Villegas realizaba las gestiones con el rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás, Natalio Vázquez Pallarés, quien acababa de tomar posesión. La carta es del 21 de marzo, y en ella le da cuenta detallada de quién es María Zambrano y de que llegaría con la “sugestión” (sugerencia) que ha hecho el Patronato de La Casa de España. Ahí le comentaba la inclusión como invitados del biólogo Enrique Rioja y de una tercera persona cuyo nombre no se menciona, pero que sabemos era Fernando de Buen, el hijo del gran oceanógrafo balear Odón de Buen, de la misma profesión que el padre, quien se incorporaría en julio. Ambos eran científicos de prestigio. El salario sería de 450 pesos, según ha podido probar Guadalupe Zavala, superior al que cobraban los propios mexicanos, quienes “en su mayoría impartían clases por asignatura y sin contrato de tiempo completo con partida presupuestaria” (Zavala 73). Así puede corroborarse con la propia documentación de la universidad. En la respuesta que el rector trasmite a Daniel Cosío Villegas se pone a su disposición y le da cuenta de la aceptación como profesora de María Zambrano en el puesto que había desempeñado el argentino Dr. Aníbal Ponce, recientemente fallecido. Era, pues, una plaza estable. La profesora Zavala ha estudiado con detalle las condiciones y características de esta universidad y de la ciudad en tiempos del general Cárdenas, las Facultades que la componían y la orientación ideológica próxima al socialismo y al comunismo. Para mayores precisiones en estos apartados a su estudio autorizado me remito.

Es, a propósito de esta llegada a Morelia, sobre la cual las palabras del poeta Octavio Paz han “enredado”, digámoslo con lenguaje coloquial, como buen poeta, capaz de crear una visión sugerente y brillante, aunque no estuviera documentada, tema que sería abordado por la propia filósofa y por la cual éstos se habían convertido en sospechosos para el buen Platón. Así escribió Octavio Paz:

A principios de 1940 —fecha, pues, errónea según ya hemos indicado— la guerra perdida, María y Alfonso llegaron desterrados —término que podemos considerar discutible dado que hubo exilio, pero también hubo elección del país de acogida—, México. Daniel Cossío Villegas, por recomendación quizá de León Felipe, la había contratado para que formase parte de La Casa de España —La Casa de España no contrataba— (después transformada en El Colegio de México). Pero hubo, según parece, cierta oposición entre algunos de sus colegas (¡una mujer filósofa!) y se decidió enviarla a Morelia. Sin darle tiempo a descansar y a conocer un poco de la ciudad, con aquella indiferencia frente a la sensibilidad ajena que era uno de los rasgos menos simpáticos de su carácter, Cosío la despachó inmediatamente a Morelia (Paz 23-25).

Por la fecha de publicación, se trata de un texto que ha precedido a las investigaciones más recientes que han completado epistolarios y han tenido la oportunidad de acceder a los archivos de la Universidad de Morelia y con ello corregir éstas que hoy podemos calificar de insinuaciones.

La propia profesora Zavala, nada sospechosa en su defensa de la mujer, sostiene que “es claro que no fue excluida ni relegada por ser mujer y filósofa, había una plaza como profesora residente de filosofía con contrato hoy diríamos definitivo. Reyes se había encargado de brindarles todas las seguridades laborales, además de un lugar de meditación y descanso que pensó convendría a su equilibrio emocional, años de guerra dejaban huellas profundas” (Zavala 78).

Sobre los estados de ánimo por los que Zambrano fue pasando a lo largo de su estancia en Morelia, expresados en cartas, debemos ser prudentes. No hace falta que aquí señale las razones.

Tras las cartas entre Cosío Villegas y el rector, el 4 de abril escribe la propia Zambrano a su interlocutor en La Casa de España, ya desde Morelia, dándole cuenta de otro de los puntos que han llevado a mostrar a nuestra pensadora como víctima de una imposición ideológica, pues le habría obligado a seguir una orientación comunista en sus clases. El rector le debió mostrar la orientación de la universidad y María Zambrano le habría expresado que ella nunca había sido comunista, lo que bien cierto es.4 La presencia del marxismo en España fue una opción minoritaria con un solo diputado comunista en las elecciones de 1933 y poco más de una decena en las de 1936. Los Zambrano, ni el abuelo ni el padre ni la propia pensadora, estuvieron cerca de la orientación marxista. Quede aquí esto apuntado, pues sería tema para otro momento. La España roja ha sido una imposición del franquismo.

Lo cierto es que tras la confesión de Zambrano, ésta fue contratada y no parece que hubiera ningún control sobre las clases. Es más, tras la visita de Recasén Siches a Morelia, éste le manifiesta a Alfonso Reyes que las autoridades académicas le habían elogiado la labor de nuestra pensadora. Al parecer, el propio Rodríguez Aldave habría sido propuesto para impartir la cátedra de Historia Universal y dirigir la revista de la universidad. Así se lo hace saber al cubano José María Chacón y Calvo en carta de 4 de mayo. Sin embargo, lo que parece más probable es que diera clases en la Escuela Normal (Chacón y Calvo 158-159).

Sencillamente, había condiciones objetivas difíciles de superar para los exiliados en el México de 1939, un año antes de las elecciones presidenciales que darían paso a Ávila Camacho y la restricción en la recepción de emigrantes y exiliados, una buena parte de los cuales hubo de pasar por República Dominicana. Para entender hasta dónde podía llegar la labor de Zambrano conviene leer las actas del Honorable Consejo Universitario que dan cuenta de las limitaciones que la universidad tenía, las limitaciones de los propios estudiantes y las circunstancias que rodeaban la vida cotidiana. Muchos estudiantes pedían exención de exámenes por razones bien diversas. El grado de compromiso debía ser, pues, débil en aquel momento (Gutiérrez).5

Lo más importante, sin duda, fue la dedicación y el legado que María Zambrano desarrolló en aquella ciudad de provincias, sin grandes figuras intelectuales y sin una vida cultural como la que podía ofrecer la Ciudad de México. Quienes han estudiado con detenimiento su labor coinciden en que fue sobresaliente, pues llevaba el bagaje de una herencia española que, durante el periodo segoviano, madrileño y luego en Barcelona fue excepcional.

El semestre comenzó el 9 de abril y no terminaba hasta el otoño. En carta a Alfonso Reyes del 15 de abril, le dice:

Tengo dos clases diarias, pues explico Psicología, Sociología e Introducción a la Filosofía dentro de la cual he defendido Lógica, Ética y Doctrinas Filosóficas [...] Ya he tomado contacto con mis ‘papeles’ que traje de España. Entre ellos vienen temas sobre ‘pensamiento español’ que quiero ordenar para las conferencias que dé en Méjico por la Casa de España (Enríquez Perea 80).

Sin duda, se apoyó inicialmente en la ordenación que la filosofía tenía en la Universidad de Madrid, en la que ella misma había estudiado, y que era un programa muy abierto a las lenguas, a la historia y a las ciencias sociales y que adaptó según las necesidades de la propia Universidad de Morelia.

Gracias a los anexos que ella insertaba en sus propias cartas para conocimiento de los interlocutores que la habían apoyado, conocemos los programas que desarrolló Zambrano en Morelia, un esfuerzo ingente en las clases regladas. Guadalupe Zavala, la mayor autoridad que hay para conocer esta actividad de Zambrano en la Universidad de Morelia, en quien nos apoyamos, señala que ha comprobado las actas de evaluaciones y constan dos: “Sociología y Ética y Estética en bachillerato de Farmacia y ahí da cuenta de los nombres de las alumnas registradas. Y en los cursillos extraordinarios o “a petición de los alumnos” de los que dio cuenta a Alfonso Reyes en cartas del 2 y 10 octubre, aunque no parece que dieran lugar a evaluaciones. Dejemos aquí constancia del programa de las lecciones que figuran en estos anexos. En cuanto al programa de Psicología, está en la orientación del viejo “De anima et vita” de Juan Luis Vives, cuya obra sobre Concordia et discordia in humano genere estaba siendo traducida y prologada en esos años en México por Laureano Sánchez Gallego para la editorial Séneca.6 Sobre Juan Luis Vives escribiría Rubén Landa un libro titulado Luis Vives y nuestro tiempo.7 Los tratados sobre las pasiones forman parte de esta herencia del Renacimiento que luego tuvieron su extensión en grandes filósofos de la filosofía moderna como Descartes, Hume, etcétera. Y el programa de Filosofía Moderna que desarrolló, parte de la figura de Occam para dar cuenta de los grandes problemas: el cogito cartesiano, la introducción de la física, el racionalismo de Espinosa, Leibniz, el empirismo de Locke y Hume, Kant, Fichte para concluir con Hegel.

Así pues, la principal atención a la vida de Zambrano en Morelia, a la que debemos hacer justicia, fue su labor como profesora, cuyas labores debió cumplir con gran dedicación. Seguramente, mayor repercusión han tenido los dos libros publicados y algunos de los proyectos en ciernes. Esto sí que da para un curso entero, pues ahí está buena parte del núcleo de la filosofía zambraniana gestada ya en Chile y alimentada en sus primeros pasos durante la guerra civil. Ahora encontraba en la ciudad de Morelia, en México, una expresión madurada. Fruto de las conferencias impartidas en junio en La Casa de España en Ciudad de México es su bien conocido libro Pensamiento y poesía en la vida española, publicado por la propia La Casa de España, que contó con la portada de Ramón Gaya. Su tesis sobre el realismo español es del mayor interés y lo desarrollaba ahora tras la propuesta formulada en Valencia en 1937 que ya mencionamos. Era, ni más ni menos, que revisar la posición de España y su filosofía durante los últimos seis siglos, al tiempo que contribuía a revisar, también, el desarrollo de la racionalidad filosófica desde su refundación a comienzos del siglo xvii. Este segundo punto está formulado de una manera reflexiva, en diálogo consigo misma en Filosofía y poesía, publicado por la propia Universidad Michoacana.8 Tras revisar el modelo de unidad a que había dado lugar en su momento fundacional en Grecia, el capítulo que Zambrano tituló “Poesía y metafísica” me parece crucial para entender cómo han sido esas relaciones en los últimos casi cuatro siglos y la necesidad, a la altura de este siglo xxi, de una nueva refundación de aquella vieja unidad. Este punto, planteado ahora en un mundo que se construye transversal y transnacionalmente, que apuesta por retomar la diversidad como elemento sustancial del orden que se desee construir, es clave en la vigencia del pensamiento zambraniano.

Retomo aquí algunas reflexiones y recupero algunos párrafos que ya ofrecí hace un cuarto de siglo. Releídos ahora, en este contexto, nos ayudan a mostrar cómo la obra de María Zambrano, durante los pocos meses que pasó en Morelia, mantiene su vigencia y fue base fundacional del pensamiento del exilio que luego mantuvo su continuidad al tiempo que fue madurando y enriqueciéndose (Mora (a)).

Siempre me sorprendió que María Zambrano se ocupara de la filosofía y la poesía y la novela nada más comenzar su exilio, y que, como le reconociera en una carta a José Luis Abellán, fechada 1984, que “la expresión ‘razón poética’ brotara en una nota publicada en la revista Hora de España sobre el libro La Guerra, colección de artículos de don Antonio Machado... que quizá esa expresión había nacido ya antes y con dolor [...] (Zambrano (f)). Es decir, que cuando escribe Filosofía y poesía o Pensamiento y poesía en la vida española y realiza su reflexión sobre el sentido del realismo español con referencias nada ingenuas, entre ellas a Galdós, quien ocupa una posición puente inexcusable en nuestra historia, está llevando a cabo una reflexión política dentro del más hondo sentido del propio realismo español. Es decir, se plantea el sentido radical del filosofar, precisamente en un acto intelectual y moral por el que trata de poner en claro la propia historia de España. Y lo hace hablando de lo más útil: no redactando una crónica, ni haciendo historia positiva propiamente dicha, sino a través de un acto de conciliación que no elimina o reduce las diferencias con la filosofía europea.

María Zambrano analiza con minuciosidad sobre qué bases nació la filosofía clásica socrático-platónica orientada a estabilizar las perturbadoras apariencias, reduciéndolas a trasmundo y haciendo que el hombre se sintiera seguro en un orden estable: en ese equilibrio que se llama razón. Así, de Platón a Hegel.

En sus orígenes, pues, la filosofía, parmenídea, la filosofía del ser, se afirma no sólo frente a la poesía, sino también frente a la historia. Es decir, se instala sobre una doble escisión. Del lado de la filosofía quedan, pues, el ser, la moral ascética, la consolación y la cura, la aparente inutilidad, pero... no menos el poder y el Estado, la soberbia de creer que puede poseerse el todo frente a la humildad del pensamiento en época de crisis. Del lado de la historia quedan el tiempo, la contingencia, la irracionalidad de lo temporal y lo singular, la necesidad de reconciliación entre pasado y presente y su capacidad de guía, con lo que se acerca a la poesía al recuperar la vida, lo que precisamente le habría faltado a Hegel en su gigantesco esfuerzo por integrar la historia. La poesía heraclítea es el cambio, lo otro, la luz, los colores y la vida. No renuncia a hablar de la herida ni del fracaso, sencillamente se abraza y se hunde con él. Por esta vía se recupera el idealismo en la mística y la literatura.

En definitiva, que en el acto fundacional no hay menos violencia que admiración, unión que habría quedado plasmada en una Europa cerrada, sistematizada, ordenada, en un gran conjunto sometido a unidad, ya en el siglo xiii. De este afán de unidad serían herederos los sistemas de la modernidad.

Claro que España fue durante la Edad Media un lugar de guerras, pero también de convivencia, de intercambio, de relación, de universalidad de las tres grandes religiones (Ramón 17-32), y esa situación produjo un tipo de cultura diferente, de pluralidad y crisis permanentes, pero también de cotidianidad y sensualidad, como refleja El libro del buen amor del Arcipreste de Hita publicado en 1330, del que Carlos Fuentes dice que es “la primera gran mezcla española de realismo y alegoría, grosería y refinamiento, sinceridad autobiográfica y crítica social” (Fuentes 43). Y un poco más adelante afirma que “lo importante, me parece, es subrayar que este libro, por primera vez en español, baña la realidad cotidiana con un flujo erótico totalmente ajeno a la enajenación carnal típica de la épica cristiana[...] es un rechazo de la noción del pecado y una exaltación de la carne, la imaginación erótica y la sensualidad de la existencia” (Fuentes 43). Y de la época de transición es La Celestina, de la que afirma que es la “primera obra moderna en la cual cobra cuerpo la reflexión interior sobre las acciones humanas, que más tarde, en formas diversas, culminará en las obras de Cervantes y Shakespeare” (Fuentes 47). Es la parábola de un mundo que repudia la cortesía, pone en tela de juicio la autoridad y genera situaciones humanas inciertas y vacilantes. Es el mundo de la realidad pedestre y la magia inasible, el de la tragedia y la comedia, dos elementos que forman ya parte permanente de nuestro pensamiento paradójico. Eso es básicamente lo que llamamos realismo español, mezcla de atención a las cosas, a las que nunca se renuncia, y de pretensión de proyectar sobre ellas imaginación para poseerlas, ¿ordenarlas quizá?, pero, desde luego, nunca mandarlas a ningún trasmundo. Además, no hay cosas sin sus apariencias, y puesto que no confiamos en que ninguna razón pueda con ellas, nos queda hacer otras cosas como jugar. Pero no se crea que es un juego inútil, es un juego compensador, alternativo en ocasiones, sugeridor y hasta educativo (siempre que esta palabra no se interprete en el contexto de nuestros manuales didácticos). A eso responden la novela, género de géneros, la comedia y el teatro popular, hasta el sainete, dos géneros más importantes de lo que nos creemos los filósofos.

A veces nos lo pasamos bien y a veces pagamos un alto precio por este juego. La historia así lo muestra. María Zambrano diría que nos quedamos en la admiración y descuidamos la fuerza de voluntad, es más, que nos volvemos perezosos para realizar cualquier sistema, que hemos optado por vivir la vida con la plenitud que permite el desorden.

Llegados aquí, y como señala la propia María Zambrano, hay que saber de qué y de quién se va a hacer la historia; señalar y esclarecer el sujeto de esa historia, “la estructura íntima de la vida, lo que podríamos llamar su historia esencial, fundamental, sobre la que luego se van a señalar, a insertar los acontecimientos históricos”.

Ella se remonta a la España anterior a los griegos y al cristianismo para explicar esta forma de conocimiento libre de violencia y de voluntad de poder y el predominio por lo espontáneo y lo inmediato; del hombre íntegro, de carne y hueso, entero y verdadero como dirá Unamuno.

La crisis de la primera parte del siglo xvii, periodo de conformación del pensamiento moderno, es clave para entender por qué España caminó básicamente por otros derroteros. Son conocidos los acontecimientos históricos, la crisis económica y política, la escisión entre los ideales y la realidad. Aún está por explicar cómo la gran escolástica de finales del siglo xvi y comienzos del siglo xvii, con un pensamiento político importante, se desplomó. Probablemente el pensamiento de base teológica no estaba capacitado para seguir el proceso de secularización que iniciaban las ciencias naturales. De esta manera, el pensamiento político (nuestra versión tacitista de Saavedra Fajardo sería lo más interesante en este sentido), con el aristotelismo como sustento, se atrincheró en las universidades, quedando relegado a apologética y provocando que la literatura —entendida como pensamiento no reglado en el sentido filosófico, no unitario, libre, de formas no dogmáticas— fuera el vehículo de expresión de la crisis del hombre moderno desde el lado de acá, es decir, de los que comenzábamos a ser los perdedores. Es difícil ser metafísico de verdad más allá del modelo matemático.

Sabemos que Hegel ha realizado el otro modelo, pero con grandes constricciones. Pero, ¿y cuando el problema no es explicar el orden sino la supervivencia, no la estabilidad sino la crisis y el fracaso? Entonces cabe utilizar las otras dos vías:

a) La mística que desea recuperar la admiración fundacional, que apuesta por la inmediatez, bien en su forma panteísta (disolución en el Uno) o en la forma del realismo español: sensualidad y espiritualidad (nombre que toma aquí la imaginación), las cosas y Dios (o Dios entre los pucheros). Aquí las palabras se convierten en el lugar de la dignidad, pues se confía en que el nombre haga presente la cosa nombrada y los sentidos sean tan sólo una mediación física necesaria, en tanto sin sensaciones no hay ni contemplación ni éxtasis, espacio de la consumación del conocimiento.

María Zambrano ya ha llamado la atención de las diferencias entre la mística alemana, que califica de mística para agonizantes, y esta española, donde aparecen la misericordia y la presencia del mundo y las criaturas y la carne, con su palpitar la materia misma de las cosas. “En España, ni el místico quiere desprenderse por entero de la realidad, de la idolatrada realidad de este mundo [...] Este apego a la realidad tiene sus consecuencias: imposible viene a ser el sistema, imposible casi la abstracción, imposible casi la objetividad”. (Zambrano (j) 137). Y, además, para reforzar la unidad ni siquiera se pretende la ruptura con el saber popular.

b) O la poética (poesía y prosa) de Cervantes, de Quevedo o Gracián, que son, antes que todo, un pensamiento de las cosas (por ejemplo, sobre la historia principal de El Quijote hay otra novela donde los caminos, el paisaje, los mesones, etcétera, son los protagonistas); o de las circunstancias en el sentido expresado por Borges, cuando habla de las tensiones entre las índoles: “una la obligatoria, de convención, hecha de acuerdo con los requerimientos del siglo y las más de las veces con el prejuicio de algún definidor famoso; otra la verdadera, entrañable, que la pausada historia va declarando y que se trasluce también por el lenguaje y las costumbres” (Borges 139). Es, sin duda, una forma inteligente de manifestar la importancia de las circunstancias. Lo que ocurre no es la razón geométrica, sino lo que hay entre la cuna y la sepultura, saber valerse en la vida y ser persona de bien en las argucias cotidianas, donde lo que Unamuno llamara la filosofía técnica, de poco vale. Aquí la vida es para vivirla y el saber tiene una función práctica en el mejor sentido del término. Es curioso que las mejores lecciones de cómo vivir en la Corte nos las hayan dado los clérigos. A estas alturas habíamos pasado del monasterio a la ciudad como espacio del filosofar. Al menos de esta forma de filosofar, pues ya nos dice Blanco White que en el último censo del siglo xviii había 32 000 monjas en España.

Y, segundo, este pensamiento se convierte, como muy bien ha expuesto Ernesto Grassi en su Filosofía del humanismo, en “Filosofía de la palabra” (Grassi). Digámoslo en dos palabras con Gracián: “Es el hablar efecto grande de la racionalidad, que quien no discurre, no conversa” o “es el hablar, atajo único para el saber” (Gracián 69).

Confianza por desconfianza: si “la metafísica europea es hija de la desconfianza y del recelo —señala la propia Zambrano— y en lugar de mirar hacia las cosas, en torno de preguntar por el ser de las cosas, se vuelve sobre sí en un movimiento distanciador que es la duda”, los pensadores españoles tenían motivos para “querer apresar problemas vivientes, no teóricas delimitaciones” (Zambrano (e) 87).

Así pues, dos libros determinantes, concebidos en Morelia, que buscaban cobijo en proyectos que fue desarrollando después: la crisis de la objetividad, la reducción de la razón a resignación estoica o la necesidad de abordar las relaciones entre filosofía y cristianismo o, incluso, hacer la historia de la mujer cuyo índice dejó formulado. Aquellos libros, sabemos por su propia autora, le causaron disgustos con algunos cofrades, como le comentará años después a Pablo de Andrés Cobos. “No me amilané —le dice— porque me sabía y aún me sé bastante ‘heterodoxa’” (Zambrano (a) 262-265). Nada casual esta confesión. Nos corresponde a los lectores interpretarla con cuidado.

Como no es casual que, después de abandonar México, no dejará de colaborar con México y de publicar en el país que la había acogido. Y ello a pesar de los proyectos de los que ya daba cuenta su marido al cubano Chacón en octubre de 1939. Por esas fechas recibió la invitación de Lezama Lima para dictar conferencias en La Habana y fue correspondida por la propia Zambrano (Zavala 87-88). Y a pesar, finalmente, de que no cumpliera con el contrato en la Universidad Michoacana que era permanente ni con la invitación aceptada para participar en la conmemoración del quinto centenario de la fundación de la universidad, cuya iniciativa había correspondido a Vasco de Quiroga y que ahora se quería recordar en la primavera de 1940. Según su propio testimonio, su nombre sería tachado en marzo de 1940 al no aceptar ella regresar a Morelia desde La Habana a donde se había desplazado a finales de1939 pese a los requerimientos de Cosío Villegas. Los juicios son encontrados, a veces casi contradictorios, pero de lo que no hay duda es de que se trató de un periodo casi “fundacional” de su exilio con el doble horizonte de la España y la América. Esta intensa relación explica que continuara con sus colaboraciones con México y que mantuviera vivos sus recuerdos casi hasta el final de sus días.

Así, por ejemplo, bien interesante es la colaboración con Carlos Fuentes en la Revista Mexicana de Literatura (1956) como respuesta a la encuesta que pasó a la propia Zambrano, a Américo Castro y a Ku Mo-Jo, miembro de la Academia China de las Ciencias. Fue nuestra pensadora la que ofreció una más profunda reflexión sobre la imperiosa necesidad de la literatura para impedir los totalitarismos. Merece ser leída su respuesta con detenimiento (Fuentes (a) 33-37).

Pasados los años, bastantes años, mantenía en su memoria aquella etapa fundacional con sentimientos encontrados que trataban de convivir más en su corazón que en su cerebro, pues ya le diría a Ullán, muchos años después, regresada a España, que eso de que el entendimiento reside en el cerebro es cosa muy moderna, que su lugar es el corazón. Así, por ejemplo, las palabras que puso “A modo de prólogo” para la edición de Filosofía y poesía, publicado precisamente por Fondo de Cultura Económica (fce) en 1987 (editado en México, pero impreso en España cuando era director de fce España Arturo Azuela, antecesor de Margarita de la Villa, que lo sería de 1995 a 2001). Creo que algunas afirmaciones de María Zambrano, escritas muchos años después de su estancia en México, han motivado la confusión a propósito de su paso por La Habana. Muchos años, decimos, habían transcurrido ya, de regreso en España, y parece claro que mezcló la experiencia del primer viaje camino de Santiago de Chile y de aquel primer regreso a España —“meses después, cuando fue llamada a filas la quinta de mi compañero, decidimos regresar a España”—, con el que siguió ya en 1939 —“a los finales de la guerra”— camino de México, país al que dice “había ido de un modo inverosímil”. “E inverosímilmente también —añade— esta edición la preparó para ser publicada en una colección mexicana”. Tras estos recuerdos alude al origen de este libro: “Filosofía y poesía fue escrito cuando, después de la derrota, fuimos a México”. En su texto “A modo de prólogo”, firmado en Madrid el 15 de febrero de 1987, señala:

Y tiene que ver íntimamente porque mi libro lo escribí en aquel otoño mexicano como homenaje a la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, descendiente directo de los estudios de Humanidades, fundado por Don Vasco de Quiroga no lejos de las orillas del lago Patzcuaro, que fue allí desde España, a la región de los indios Tarascos para fundar la Utopía de la República Cristiana de Tomás Moro. Utópico para mi el escribir este pequeño libro pues que, siendo irrenunciable en mi vida la vocación filosófica, era perfectamente utópico el que yo escribiera, y aun explicara, como lo hice, en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, Filosofía (Zambrano (e), 7-11).

Muy recordadas han sido también sus palabras, leídas con motivo de la entrega del Premio Cervantes en 1988. Cito por la edición del profesor Enrique Baena:

Por amor a tales recuerdos y vuestra generosa compañía, seguidme hasta una hermosa ciudad de México, Morelia, cuyo camino no busqué, sino que él mismo me llevó a ella, igual que a tantos otros españoles recién llegados al destierro. Allí me encontré yo, precisamente a la misma hora que Madrid, —mi Madrid, caía bajo los gritos bárbaros de la victoria. Fui sustraída a la violencia al hallarme en otro recinto de nuestra lengua, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, rodeada de jóvenes y pacientes alumnos. Y ajena desde siempre a los discursos, ¿sobre qué pude hablarles aquel día a mis alumnos de Morelia? Sin duda alguna, acerca del nacimiento de la idea de libertad en Grecia (Zambrano (b)).

No menos recordadas han sido sus palabras, escritas al cumplirse los treinta años del fallecimiento de Alfonso Reyes, “Entre violetas y volcanes” (13 de mayo de 1989), recogido por Mercedes Gómez Blesa en su edición nunca suficientemente celebrada de Las palabras del regreso:

Ya profesora de Filosofía como lo era en España, comencé a impartir clases —el mismo día que cayó Madrid en manos de los autollamados salvadores— en la Universidad de Morelia, una Universidad que tenía, como toda la ciudad, el color de Salamanca, dorada [...] Comencé a dar mi clase en medio de ese silencio del indito mexicano. Y cómo me escucharon, cómo me arroparon. Su silencio fue para mi como un encaje, como una envoltura o una mantilla de esas que les ponen a los niños que tiemblan. Porque yo temblaba por todo y me quitaron el temblar (Zambrano (d)).

En varias ocasiones había recordado a su mentor Alfonso Reyes. Lo hizo desde Roma (febrero de 1960) para El Nacional: “La muerte de Alfonso Reyes”; en la revista Semana con su “Recuerdo de Alfonso Reyes”, firmado en Roma (30 de noviembre de 1963) (Gómez Blesa 41-42); y dejaría su testimonio “Alfonso Reyes, mexicano universal” con una confesión sacada de las entrañas. El texto de María Zambrano da cuenta con emoción de su llegada México, “invitada por La Casa de España”:

Era un gesto inusitado. Ningún país quería a los refugiados españoles. Sólo México —¡no me cansaría de decirlo, como una oración!— solo México nos abrazó, nos abrió camino. Y una vez allí, claro, la vida comenzaba y la vida tiene sus dificultades; pero nos permitían vivir. Pero elegimos México, aceptando la invitación de La Casa de España, que llegó inmediatamente a vuelta de correo y aun con los medios económicos para hacer el viaje. Y con delicadeza infinita pensaron también en mi madre; pero ella prefirió quedarse al lado de mi hermana en Francia, con esa intuición que tienen las madres, que era a esa hija a quien habría de hacer falta (Zambrano 13-17).

Tras dar cuenta de su primera experiencia, ofrece una confesión profunda:

Y en México resultaba más duro, porque México era en cierto modo España, pero otro modo de ser España, otra versión de España. Se sentía uno ser español, pero serlo de otra manera, como si ser español fuera un inmenso órgano con varios registros y uno de ellos, o quizá el órgano principal, era precisamente México. No se trataba de trasponerse, sino de transportarse; era pues una cuestión musical, es decir, total (Zambrano 13-17).

Tampoco olvidó a Octavio Paz. Cuando vino a recoger el premio Cervantes (23 de abril de 1982), María Zambrano publicó en el diario El País su “Saludo a Octavio Paz” con estas palabras: “Un sutil racionalismo alimenta, más que sostiene, el paso entre la realidad. El infierno de la razón a solas no le toca porque poéticamente juega con ella. Y poéticamente ha servido a la razón sin descanso. No ha abdicado nunca” (Paz).

Interesante la entrevista que le hizo Silvia Lemus en la revista El Centavo (Lemus 9-12), recordando aquéllos ya lejanos meses en la ciudad de Morelia. Al preguntarle sobre su experiencia en México, respondió, tras afirmar que su exilio mexicano fue breve:

Después volví por segunda vez, pero por un tiempo más corto todavía. Pero ese segundo y más corto, me dio lugar a una especie de revelación de los dioses mexicanos. Porque yo les tenía miedo, a los dioses mexicanos y a México, porque México se parece demasiado a España, país de sacrificios.

Todo este número es bien interesante, pues César Antonio Molina da cuenta de los republicanos españoles que allí dieron cursos y todos ellos fueron nombres de prestigio. Zambrano aún era recordada por antiguos alumnos. De ellos recuerda a Alfonso Espita, quien le habría dicho: “Vino a enseñar con el prestigio de ser discípula de Ortega, diciéndonos que la mente va donde el amor la lleva y afirmando apasionadamente que el conocimiento es una forma de amor y también una forma de acción” (Molina 6).

Quizá convendría recordar, tras estas reflexiones, el texto que publicó en la revista Semana bajo el título “El descubrimiento de América” y que termina así:

En materia de duda que descubrimiento alguno pueda ofrecer al hombre esta impresión de haber encontrado [enfatizado en el texto] que aquellos hombres tuvieron. Aquel grito “tierra, tierra”, dado en español una mañana de octubre, quería decir muchas cosas; quería decir todo; todo lo que el hombre espera y anhela de encuentro de la patria prometida, del jardín donde cielo y tierra sin disensión, respiran en armonía; el lugar donde el hombre va por fin, poder él también respirar (Gómez Blesa 68-70).

Quizá las palabras que James Valender recogiera de la temprana carta enviada por Luis Cernuda a José Luis Cano (1951), quien apoyó a Enrique Canito en el proyecto de la revista Ínsula, refugio que fue para tantos exiliados, nos ayudan a una última reflexión porque reflejan el verdadero sentimiento que los exiliados guardaban en su corazón:

Algunos me preguntan si no echo de menos mi tierra, después de una ausencia de más de doce o trece años. Esa gente no comprende todavía algo que yo comprendo ya: que España, México, Cuba, y probablemente cualquier país de lengua española, forman una unidad, y no me siento extraño ni pierdo mi cariño a España, por vivir en otra tierra de mi lengua. Antes bien, siento, veo mejor a España, así como yo, andaluz, comprendía mejor Andalucía, sin nostalgia, desde Castilla (Valender 173-174).

Referencias

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  1. 1 Una versión reducida de este artículo sirvió de base para la lección impartida en el curso “María Zambrano y América Latina”, organizado por la Universidad de Málaga (España), en su ciudad natal, Vélez, Málaga, los días ٤ y ٥ de julio de ٢٠٢٤, al cumplirse los ciento veinte años del nacimiento de la pensadora (١٩04-2024).

  2. 2 Publicado inicialmente en Revista de las Españas, núm. 102, 1938, pp. 21-22. Cito por la edición moderna.

  3. 3 Las cartas entre ambos, junto con las dirigidas a Menéndez Pidal, Marañón y otros, están recogidas en Chacón y Calvo.

  4. 4 Carta fechada en Morelia el 4 de abril de 1939. Recogida por Zavala 75-76.

  5. 5 He tenido acceso a las mismas gracias a la generosidad de la profesora Guadalupe Zavala.

  6. 6 Fue la editorial Séneca puesta en marcha por exiliados. Laureano Sánchez Gallego fue un “abogado, político y escritor” nacido en Salamanca y fallecido en Tijuana. Había sido rector de la Universidad de Murcia al comienzo de la guerra, exiliado tras la derrota republicana y, finalmente, profesor del Instituto Técnico Superior de Aguascalientes. La traducción mencionada se publicó en 1940.

  7. 7 No se olvide que uno de los primeros colegios fundados por exiliados llevaba el nombre de este humanista valenciano.

  8. 8 Luego sería reeditada en 1097 por Fondo de Cultura Económica, cuando la editorial llevaba años establecida en España (Zambrano (e)).