Teología inversa y apertura de la historicidad: Benjamin y Adorno

Stefanie Graf, Como el papel secante con la tinta.

La teología inversa de Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, México, Gedisa / UAM-I, 2022.

En el libro Como el papel secante con la tinta. La teología inversa de Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, Stephanie Graf despliega una investigación filosófica orientada a realizar una contribución al campo de los estudios especializados sobre dos pensadores cuya obra, a pesar de la amplia estela de su recepción, no deja de resultar, en algunos aspectos, enigmática. Uno de estos aspectos es aquel que el libro se plantea como objeto de estudio: el lugar que la teología ocupa dentro de los proyectos reflexivos de Benjamin y Adorno. Se trata de una cuestión que ha sido ya estudiada, sobre todo en el caso de Benjamin, y que ha dado lugar a un espectro de interpretaciones, en general, divergentes. El sesgo particular desde el que Graf realiza su contribución consiste en identificar y desarrollar lo que la obra de estos dos filósofos judeo-alemanes puede entenderse como una “teología inversa”. Esta noción, sugerida por el propio Adorno, señalaría un rasgo compartido o, incluso, un proyecto común en el que ambos habrían tramado una complicidad reflexiva. Graf retoma, pues, esa alusión para reconstruirla y establecerla como un referente teórico desde el cual el proyecto filosófico de estos autores adquiere tonos y matices específicos.

La investigación parte de una premisa en la que coinciden algunos de los más agudos comentaristas de la obra de Benjamin, a saber, la idea de que la reflexión de este autor, peculiar como es en tantos sentidos, tiene como fondo y motor una tensión que se desprende del intento de articular materialismo y teología, marxismo y judaísmo, o mesianismo y utopía (como apunta Bolívar Echeverría en Valor de uso y utopía, Siglo xxi, México, 1998, pp. 119-152). Graf coincide, en lo general, con esta consideración, pero introduce con respecto a ella un enfoque propio, desde el cual esta serie de oposiciones se revela como aparente en sentidos precisos cuya apreciación requiere de una serie de distinciones conceptuales, filológicas e históricas. En este minucioso trabajo reside parte de la contribución que Graf ofrece a los lectores interesados en profundizar no sólo en la obra de Benjamin y Adorno, sino también en la tradición y el contexto intelectual en el que ambos se formaron y dentro del cual emplazaron sus escritos. Cabe destacar lo anterior en la medida en que, si bien el origen judío de los autores vinculados con la Escuela de Frankfurt es bien conocido –sobre todo en relación con la persecución y el exilio que les significó con el ascenso del nacionalsocialismo–, su estudio no siempre está mediado por una comprensión profunda de los muy diferentes modos en los que la tradición judaica estuvo presente en la formación de cada uno. En particular, Benjamin y Adorno, a diferencia de otros intelectuales de su contexto cercano, no provenían de familias o entornos especialmente inmersos en la doctrina, la ritualidad o las prácticas asociadas a la religión judía. Esto es de particular importancia porque, entonces, la presencia de elementos teológicos de la tradición hebrea en sus escritos es producto de una incorporación reflexiva y deliberada, de una suerte de afinidad electiva, antes que una expresión o una consecuencia natural de su formación cultural.

A ello se debe que la presencia de dichos elementos en la obra de Benjamin y Adorno dé cuenta de un juego complejo de figuras semánticas, retóricas y tropológicas. En efecto, lo que observamos cuando emplean nociones como secularización, redención, revelación, mesianismo, etc., es una gama de intencionalidades que, además de implicar connotaciones filosóficas no siempre evidentes, se elaboran en forma de alegorías, metáforas o ironías, mientras, además, aluden a referentes teológicos específicos que frecuentemente no figuran de manera explícita en los textos. Este juego, que abre un campo rico en matices y ambigüedades, explica las amplias divergencias que presentan las lecturas y los esfuerzos auténticamente exegéticos que se han ocupado de la veta teológica de estos autores. De ahí la pertinencia de la investigación realizada por Graf para dilucidar esas procedencias, resonancias, referencias y modos de uso de una serie de conceptos, figuras y motivos teológicos en la obra de Benjamin y Adorno.

Mediante esta estrategia metodológica, Como el papel secante con la tinta se da a la tarea de mostrar de qué manera estos autores movilizan elementos de ciertas vertientes teológicas en contra de las formas con las que la teología de las tradiciones hegemónicas pervivió en el proyecto filosófico y político de la Ilustración y aún persiste como una mitología que naturaliza las estructuras, patologías y efectos devastadores de la modernidad capitalista. La primera condición para la articulación de este enfoque reside en un movimiento que prefigura la divergencia de la “teología inversa” con respecto a la “teología negativa”, a saber, el desplazamiento de la figura divina como referente último de sentido y como fuerza determinante de los destinos humanos. Se trata de un movimiento dialéctico en el que se conserva el telos emancipatorio proyectado por la teología, al tiempo que se invierte su cauce, redirigiendo sus potencias desde el orden de lo sagrado hacia el de lo profano.

La teología inversa sería, pues, la operación de este vuelco que Benjamin y Adorno arriesgan en aras de visibilizar y someter al trabajo de la crítica las expresiones somáticas del inconsciente teológico de la civilización moderna; expresiones como la antropomorfización de la figura de Dios, la apoteosis de la subjetividad humana o la hipóstasis de una racionalidad formal y abstracta por referencia a la cual el ser humano moderno se erige a sí mismo como soberano de su historia y dominador de la naturaleza. Frente a esta secularización ilusoria o mezquina de la modernidad, donde las estructuras religiosas, con todo su entramado de instituciones y jerarquías, se mantienen operando desde lo oculto, la “teología inversa” opone una secularización radical, misma que no implica la supresión total de la teología, sino, antes bien, ese movimiento en el que su horizonte de expectativas emancipatorio es reorientado hacia la perspectiva de su realización posible, ya no en un plano ulterior o supramundano, sino en el de lo histórico-concreto. Graf define este movimiento como una traslación de la teología hacia una metafísica materialista, una concepción centrada en el mundo que los seres humanos construyen entre y para sí, en la que, para dar cuenta del modo en que el sentido y el decurso histórico de ese mundo se deben y se debaten en su pura inmanencia, es necesario, no obstante, apelar a un orden trascendente. Así, el propósito de esta inversión de la teología consiste en enfocar el mundo terrenal e histórico desde la perspectiva de una redención secular; un enfoque que, para Benjamin y Adorno, sería necesario adoptar en aras de traspasar el velo mítico e ilusorio que naturaliza el orden de lo existente y así revelar a cabalidad las cifras de la consistencia dañada, desolada y sufriente de la vida en el presente.

En ello consiste, pues, esa apuesta compartida por Benjamin y Adorno para articular una crítica a la altura de una época signada por la desesperación, por el malestar epocal de un mundo que, en su tiempo como en el nuestro, parece dirigirse a la catástrofe. En efecto, en el libro de Graf late como inquietud la idea de que aquel estado del mundo, que convocó los esfuerzos reflexivos de estos dos pensadores y que cabe entender como una crisis civilizatoria, no sólo persiste en la actualidad, sino que se ha agudizado, estrechando drásticamente los márgenes de una potencial reorientación de su destino. Es por ello que, en la actualidad, aumenta la urgencia de esa búsqueda de coordenadas, no sólo para una crítica radical del presente, sino también para la rehabilitación del horizonte de expectativas, hoy convertido en zona de desastre, lo cual exige, desde luego, construir nuevas maneras de mirar hacia el pasado.

Éste, precisamente, sería uno de los objetivos centrales de la “teología inversa”. Así lo sugiere el hecho de que, para explorar esta veta del pensamiento de Benjamin y Adorno, Graf retome el planteamiento de Auerbach acerca de que, si hay un problema que unifica, en su heterogeneidad, a las diversas vertientes teológicas, éste es, en el fondo, el de la interpretación de la historia. Así, la batalla que implica la inversión de la teología se dirime no sólo en el plano filosófico de la crítica a la epistemología moderna del sujeto soberano y la razón hipostasiada, sino, también, crucialmente, en el terreno histórico-político de la asignación de los sentidos del pasado. Un terreno, sobra decir, en el que la secularización ilusoria de las teologías escatológicas hace patentes sus efectos en las filosofías de la historia que supeditaron el orden de lo mundano a la realización de una trama trascendente, en las mitologías de la modernización y el progreso, y en las narrativas que aseguran que el mundo en el que vivimos es, si no el mejor, el único posible. Signos comunes de estas perspectivas son la petrificación del sentido del pasado y la clausura de la potencialidad del futuro, es decir, la negación o el ocultamiento de la condición, por principio, abierta de la historicidad del mundo de lo humano que, en las condiciones actualmente imperantes, paradójicamente, sólo puede visibilizarse a la luz de una exigencia proveniente de fuera de la historia. De esta manera, la invocación de figuras como la redención o el advenimiento del mesías, para la teología inversa que se reconstruye en Como el papel secante con la tinta, lejos de supeditar el sentido de lo histórico a una dimensión supramundana o de posponer el tiempo del disfrute para una vida ulterior, tienen, por el contrario, el propósito de emplazar esa exigencia de reapertura de la historicidad en el aquí y ahora de nuestros espacios de experiencia.

Andrés Luna Jiménez

Universidad Nacional Autónoma de México