Mario Teodoro Ramírez, El Nihilismo Mexicano. Una reflexión filosófica, México, Bonilla Arteaga Editores / Universidad Michoacana De San Nicolás De Hidalgo, 2022.
Hablar resumidamente de El nihilismo mexicano no es fácil. En principio porque se trata de un libro complejo y abarcador que realiza sus abordajes con suficiencia y rigor crítico, y porque además presenta con detenimiento y soltura las claves de un tema concreto: el de lo mexicano; el cual es un tanto espinoso si consideramos la cantidad ingente de aspectos problemáticos que implica y ha implicado a lo largo de los años.
Enfocándose en el cruce de este tema con el del nihilismo, el libro es una profunda y sólida indagación en las implicaciones colectivas de semejante y manido encabalgamiento, el mismo que muchas veces ha definido una visión pública de lo que somos, o de lo que plantean que somos y, asimismo, ha determinado infinidad de procesos políticos y culturales en el país, no siempre inclusivos ni mucho menos dialógicos. Para ello, me parece que su autor, el filósofo Mario Teodoro Ramírez, realiza la labor analítica de rastrear las fuentes intelectuales de tal pensamiento, revelando los aspectos medulares que lo definen y que, por sí mismos, han constituido una suerte de tradición reflexiva muy lucrativa (especialmente en el contexto político del siglo xx); pero también, establece argumentos críticos suficientes para modelar una visión diferente de la mexicanidad, si es que lo podemos plantear así, que considere nuevos retos y escenarios, y tome en cuenta o no pase desapercibido los argumentos desprendidos del Nuevo realismo filosófico, los cuales señalan que es evidente que se ha suscitado “un giro en la historia del nihilismo, que estuvo vinculada […] a las filosofías de la finitud, siempre antropocéntricas y a veces meramente quejumbrosas. El nuevo realismo, destaca, retrae el infinito al campo del pensamiento: de hecho y de derecho, el infinito es el proprium del pensamiento. En cuanto piensa el infinito, el pensamiento es libre, y la filosofía aprehende lo real como tal” (123).
En más de un sentido, al estudiar la mexicanidad ¿negativa? a la luz del criterio nuevo-realista es inevitable que Ramírez dialogue profusamente con la nómina de autores que hicieron del asunto de la identidad y psicología nacionales un valioso objeto de análisis; un insistente objeto de investigación que, dada su naturaleza poliédrica, o centrífuga, los impulsó a mezclar a mansalva conocimientos filosóficos, antropológicos, históricos, entre otros, y a reconocer enseguida la cuestión de que el mexicano, como tal, era un ser predeterminado desde el origen, ahogado una y mil veces por ese “nihilismo” que pareciera haber “inundado, de acuerdo con Guillermo Hurtado (prologuista del libro), todas las dimensiones de nuestra existencia” y obligado a los habitantes de este país a no creer en nada ni en nadie, básicamente porque los mexicanos “desconfían de todo y de todos” una vez que “los han intentado engañar” repetidamente y sus vidas parecieran flotar a la deriva, en “la indefinición más angustiante” (13).
En el caso de Ramírez, debe quedar claro que el objetivo de su propuesta investigativa no consiste en repasar exhaustivamente el cruce entre esta mexicanidad inoperante y el nihilismo. O expresado de otra manera: en sintetizar los argumentos de todos aquellos intelectuales que apostaron por efectuar tan reconocida interpretación del ser nacional y casi siempre cayeron, por desgracia, en la reflexión limitativa de comprender que el mexicano era un sujeto confuso, atado a un sinfín de complejos e inercias recurrentes que han limitado el desarrollo de su verdadero potencial.
Interesado sobre todo en cuestionar la vigencia de ese supuesto esencialismo, empantanado en la crisis eterna del atraso, del pesimismo y de la no redención, nuestro filósofo apuesta por otra cosa: entender que sólo en la medida en que se consideren los elementos contextuales e históricos del país y, en especial, se salga del agujero negro que constituye el “nihilismo mexicano”, será posible concebir otra imagen de ese ser aparentemente acomplejado, llena de máscaras y atrasos que tanto explotaron reconocidos e influyentes intelectuales como Samuel Ramos u Octavio Paz, y que da la impresión de pertenecer a un pasado remoto, o cuando menos a una realidad ida, concebida y vista de modo unidimensional.
Frente a tal esquematismo, que resulta poco útil para comprender su realidad actual, Ramírez apela a otra interpretación del ser nacional, la cual lo lleva a desmontar los constructos filosóficos e intelectuales del ya mencionado Ramos y de pensadores como Jorge Portilla, interesados en comprender las variables del nexo mexicano-nihilismo. De igual modo, estudia las audacias y extravíos de este sujeto y su ontología propuestos por Emilio Uranga, o las opiniones críticas y muy inteligentes sobre el tema de Luis Villoro.
Mención aparte, me parece, es la reflexión filosófica que hace de Paz y sus concepciones poéticas, señalando que la explicitud del concepto del nihilismo en las mismas ha favorecido, para bien y para mal, la iteración de un discurso que “niega la concepción metafísica de esa realidad, como algo sustancial, unitario y racional, como algo ‘necesario’” (71), y que gracias a ello revela una fuerte e incuestionable carga material expresada en la invocación constante y necesaria del cosmos y sus manifestaciones vitales. De este modo, la escritura poética paciana se constituye en un referente fundamental para distinguir la ideación, en la tradición mexicana, de un “pensamiento del ser como tal, en cuanto tal”; de uno que, si bien reconoce diversas fuentes de la cultura prehispánica, de “el mundo oriental y sus misterios” y de la poesía moderna y su distanciamiento objetivo del proyecto binarista de la ilustración, apela a la concepción de una ontología, en términos de que, de acuerdo con Ramírez, dicha ontología no “es una metafísica o es, incluso, una anti-metafísica”, debido a que con todas sus fuerzas se “opone a las concepciones dogmáticas y racionalistas que suponen que la realidad es unitaria, inmueble y sustancial, regida por un orden necesario, en concordancia con las estructuras y los requerimientos de la mente humana” (84).
Resumiendo, el planteamiento central que Ramírez hace en este libro consiste en desnudar oportunamente las limitaciones del nihilismo mexicano, en aras no sólo de realizar una crítica debida a las imprecisiones tóxicas de todo un paradigma del pensamiento nacional, que a estas alturas se encuentra totalmente rebasado y exige su franca y pronta reconversión. Por eso, en el penúltimo capítulo, intitulado “La superación del nihilismo”, el filósofo revisa las afectaciones de lo que él considera una suerte de “nihilismo extremo”, que sirve para impulsar los cambios que reclama nuestro país y que se manifiesta y se ha manifestado en “la corrupción presente en las distintas esferas de la sociedad mexicana, el machismo recalcitrante, la demencia delincuencial del narco y, desde siempre, el inveterado racismo y clasismo de cierto sector de la población: el odio, la negación y la cosificación del otro –y del sí mismo– como regla de relación social e interhumana” (206). Apunta el autor, finalmente, que existe la urgente necesidad de promover en México un neohumanismo que motive las transformaciones colectivas y suponga, en consecuencia, acciones concretas como las de concebir una política educativa que gire en torno a la promoción del valor de la vida, de los seres humanos y no humanos, y obedezca así un impulso verdadero de refundación y búsqueda del bien colectivo:
“Es importante que el gobierno, los agente políticos y la ciudadanía asuman –asumamos– la tarea de evitar que la polarización (real o artificial) crezca y nos lleve a una situación irreversible, precisa nuestro autor. Se debe apuntar desde la vida social hacia una política de conciliación nacional, de reforzamiento de la comunidad nacional. Más allá de gobiernos y partidos, la sociedad debe empujar al reconocimiento generoso de lo que los mexicanos tenemos en común” (204).
Termino: en su libro El nihilismo mexicano, Ramírez propone una profunda y obligada reflexión sobre las imágenes que se nos han impuesto y que toca empezar a desterrar como sociedad sobre la identidad nacional, y al mismo tiempo, una concepción teleológica sobre las posibilidades reales y materiales de una nación históricamente diezmada, a la que le urge reformar su vida pública e institucional.
Javier Hernández Quezada
Universidad Autónoma
de Baja California