La experiencia en la lógica de la investigación arqueológica

The Experience in the Logic of Archaeological Inquiry

Juan Carlo del Razo Canuto

Escuela de Antropología e Historia del Norte de México, México

carloxman@hotmail.com

Resumen: Este ensayo explora el papel crucial de la experiencia en la interpretación arqueológica y su relevancia en la investigación científica del pasado. Destaco el análisis detallado de esta noción, a menudo pasada por alto en las discusiones filosóficas sobre el conocimiento arqueológico. La tesis principal sostiene que la experiencia, concebida como una acción que progresa a través de etapas de actos constitutivos controlados, desempeña un papel fundamental. El argumento central distingue la experiencia según la lógica de la investigación empírica de Dewey de las perspectivas pragmáticas en arqueología. Subrayo la necesidad de considerar la investigación arqueológica como una actividad dinámica y controlada en constante crecimiento. Expongo argumentos basados en el pensamiento de Dewey, destacando la importancia de regresar al pragmatismo clásico para obtener una comprensión más profunda del papel de la experiencia en la investigación arqueológica y su contribución al entendimiento del pasado.

Palabras clave: experiencia, interpretación arqueológica, Dewey, lógica de la investigación arqueológica.

Abstract: This essay explores the crucial role of experience in archaeological interpretation and its relevance in the scientific inquiry of the past. I emphasize the detailed analysis of this notion, often overlooked in philosophical discussions about archaeological knowledge. The main thesis contends that experience, conceived as an action progressing through stages of controlled constitutive acts, plays a fundamental role. The central argument distinguishes experience according to Deweys logic of empirical inquiry from pragmatic perspectives in archaeology. I underscore the need to consider archaeological inquiry as a dynamic and controlled activity in constant growth. I present arguments based on Deweys thought, highlighting the importance of returning to classical pragmatism to gain a deeper understanding of the role of experience in archaeological inquiry and its contribution to the understanding of the past.

Keywords: Experience, Archaeological interpretation, Dewey, Logic of archaeological inquiry.

Recibido: 26 de enero 2024

Aceptado: 15 de febrero 2024

DOI: 10.15174/rv.v17i34.771

Introducción

La aplicación y desarrollo de una lógica en la investigación arqueológica ofrecen la oportunidad de profundizar en la comprensión de cómo los arqueólogos incorporan a sus interpretaciones diversas creencias respaldadas por distintos niveles de justificación epistémica. Estas creencias se basan en reglas metodológicas reconocidas y conocimientos de diversas disciplinas científicas. La integración de estos elementos, inherentemente complejos, es crucial para elaborar juicios sobre el pasado y así enriquecer nuestra comprensión. La pregunta central es: ¿Cuál es la naturaleza cognitiva, lógica, metodológica y epistémica que impulsa la investigación como una actividad en constante desarrollo? Al adoptar esta pregunta, no sólo examinamos los resultados de la investigación arqueológica para saber qué sucedió, sino que también analizamos los elementos y recursos utilizados en el desarrollo de cualquier instancia del conocimiento histórico humano.

En este trabajo realizo un análisis comparativo entre la filosofía de John Dewey y algunas perspectivas pragmatistas desarrolladas en la arqueología desde la década de los años 80. La estrategia se enfoca en examinar el concepto de experiencia para comprender su papel en la interpretación arqueológica. Aunque los autores analizados no abordan explícitamente el papel de la investigación como una práctica orientada a la resolución de objetivos de manera dinámica y controlada, sus textos ofrecen ideas que permiten identificar principios, estrategias y procedimientos relacionados con la investigación desde distintas perspectivas, y en relación con la noción de interpretación arqueológica.

Las alternativas pragmatistas en arqueología analizadas aquí surgieron como respuesta a las frecuentes “guerras teóricas” entre arqueólogos procesuales y practicantes de enfoques posprocesuales. Desde mi perspectiva, este debate parece ser una consecuencia de discusiones que han colocado a la teoría arqueológica como la categoría principal del análisis filosófico en una tradición metateórica, generando diversos debates, a menudo sin evaluar otras actividades prácticas relacionadas con la generación de conocimiento del pasado. Estos debates comparten un rasgo común que involucra la confrontación entre teorías que adoptan el positivismo y aquellas que adoptan posturas posmodernas para destacar el papel cognoscitivo del sujeto en las interpretaciones del pasado. La perspectiva pragmatista en la arqueología ha buscado actuar como intermediaria entre estos extremos filosóficos, mediante la confrontación de la noción de experiencia. Sin embargo, aquí muestro que algunas de estas alternativas, a diferencia del pragmatismo clásico de Dewey, abogan por abandonar los proyectos empiristas sin proporcionar un fundamento sólido ni buscar establecer otra alternativa que represente los procesos de investigación tal como suceden en tiempo real. En este planteamiento, sugiero que una comprensión más profunda de la experiencia, basada en la apreciación de los recursos cognitivos, metodológicos y epistémicos inherentes a la investigación del pasado como un proceso dinámico y controlado, podría ofrecer una solución al problema. Esto implica lo que afirma Guillaumin (2022), que la experiencia controlada cumple simultáneamente las tareas de delimitar, dirigir y regular en el tiempo y el espacio una acción determinada.

La experiencia en la interpretación arqueológica

La mayoría de los autores considerados en este trabajo concuerdan en que, esencialmente, la introducción del pragmatismo buscaba desenredar las discusiones que, desde la década de 1980, habían dividido la arqueología aplicada en dos facciones: una enfocada en lo teórico y otra que subrayaba el papel de las prácticas arqueológicas durante las actividades desarrolladas en las investigaciones de campo y los análisis de materiales arqueológicos. La inquietud central residía en la fragmentación del campo disciplinario en diversos “ismos” alimentados por las disputas ontológicas entre procesualistas y posprocesualistas. En diversos foros, se esforzaron por superar estas divisiones al reunir a especialistas comprometidos con la teoría para abordar problemas prácticos y discernir los dominios en los que el enfoque pragmático demostraba eficacia. Estas iniciativas se manifestaron en distintos encuentros académicos, publicaciones, conferencias, entre otros (Yorston et al. 107). En el marco de esta discusión, la literatura pragmatista se presenta como un escenario propicio para la introducción de nociones como “experiencia” con el objetivo de matizar la conceptualización de la interpretación arqueológica, considerada una tarea necesaria.

En la noción de experiencia en el pragmatismo se ha entendido generalmente como una interacción dinámica entre el empleo de la teoría y la práctica, mediada por la experiencia personal del arqueólogo. Para que esta interacción funcione de manera efectiva, los conceptos utilizados en la interpretación arqueológica no deben concebirse como entidades estáticas o abstractas, sino más bien como herramientas funcionales con un propósito definido. En otras palabras, se sugiere que la comprensión que se tiene de un concepto se configura según su aplicación y utilidad en situaciones de investigación reales, por lo que el pragmatismo en arqueología aboga por su adaptabilidad. Por ello se destaca que el enfoque debe promover los mecanismos para la flexibilidad y la capacidad de ajuste de los conceptos en respuesta a las circunstancias cambiantes en las que a menudo se lleva a cabo la interpretación de los materiales de interés arqueológico (Yorston et al. 108). Esto quiere decir que, durante los procedimientos de observación y análisis, hay una constante interacción entre conceptos teóricos y su aplicación en la práctica (Gaffney 12).

Richard Hingley contribuyó a la discusión al dirigir la atención de la interrelación a la valoración personal de los analistas dentro de la arqueología. Sostuvo que la valoración personal del analista influía significativamente en su manera de observar, recopilar y registrar la información arqueológica. Su predisposición, los conocimientos previos y el marco conceptual pueden moldear la interpretación de los datos, subrayando así el peso de la objetividad, el papel de la subjetividad y la conciencia crítica en la labor arqueológica (Hingley 89). Sin embargo, a pesar de la influencia condicionante de las ideas sobre los datos, estos últimos ostentan una independencia con respecto a la psique del investigador, al existir tangible y objetivamente en el ámbito concreto del mundo real. Por ello, en el caso de que el investigador adopte un enfoque autocrítico, se posibilita que los datos ejerzan una restricción sobre sus propias concepciones subjetivas. Contrariamente, en ausencia de esta autocrítica, individuos pueden interpretar los mismos datos dentro de un marco valorativo distinto, desafiando, de este modo, la teoría inicial. Esta idea se apoya sobre la premisa de que la evidencia subsiste de manera aislada de las ideas y, por ende, aunque sujeta a la interpretación, también detenta la capacidad de impugnar el resultado (Hingley 89,102).

En uno de los textos más influyentes de la década de los 90 del siglo pasado, “Semiotic Trends in Archaeology” (1992), Jean-Claude Gardin exploró algunas ideas cuyas implicaciones podrían conectarse con la noción de experiencia desde una perspectiva pragmática. Quiero aclarar que, aunque el concepto de experiencia no fue abordado de manera explícita por el autor, su desarrollo emergió en el contexto de un debate sobre la pertinencia de la teoría semiótica para entender el rol de la interpretación arqueológica. Este trabajo contribuyó significativamente a la comprensión de cómo las categorías pragmáticas y semióticas podrían moldear la conceptualización de la interpretación arqueológica.

Gardin criticó tres enfoques semióticos dominantes en la arqueología anglosajona, intentando unificarlos bajo el término “mentalidades”. Observó una característica común en la mayoría de las obras consideradas dentro de la semiótica de su época: la preocupación por los problemas de la interpretación en arqueología, específicamente en lo que respecta a los procesos de razonamiento utilizados en la reconstrucción de sociedades a partir de restos materiales. Su estudio exploró tres perspectivas vinculadas con diversas corrientes hasta los años noventa: trabajos inspirados en la lingüística estructural, especialmente asociados con la semiología de Ferdinand de Saussure; trabajos logicistas estrechamente vinculados a la lógica de Peirce y de Morris, y trabajos caracterizados por posiciones hermenéuticas similares a las de Ian Hodder (1988).

La noción de “mentalidades” se relaciona con la experiencia e implica el estudio de las formas de pensar, interpretar y concebir el mundo que definen a los grupos humanos en contextos específicos. Estos son marcos de referencia cognitivos y socioculturales que influyen en la percepción, comprensión y atribución de significado al entorno físico y acciones por parte de individuos y sociedades. Gardin exploró cómo las interpretaciones reflejan “cosmovisiones” arraigadas en la comprensión de las culturas pasadas. Desde la perspectiva estructuralista, las mentalidades se refieren a las estructuras mentales subyacentes en los comportamientos y productos culturales. En el enfoque hermenéutico, el énfasis recae en la comprensión de las mentalidades de los actores históricos estudiados, reconociendo la relevancia de la subjetividad y los sistemas de valores en la interpretación arqueológica. Desde la perspectiva logicista, Gardin adopta una posición singular al abordar la comprensión de las mentalidades desde el punto de vista del observador en lugar de lo observado. En este contexto, explora cómo los arqueólogos conceptualizan e interpretan los datos arqueológicos, analizando los procesos de razonamiento que influyen en la construcción de significado, la toma de decisiones y las perspectivas sobre el mundo. Estos procesos están intrínsecamente vinculados a la experiencia, ya que es la experiencia la que moldea la forma en que los arqueólogos desarrollan sus perspectivas del mundo a través de la información arqueológica.

Gardin sugiere que los proyectos estructuralistas pueden clasificarse en dos grupos: aquellos que utilizan sistemas de signos para mejorar la eficiencia de la recuperación de información y aquellos que utilizan sistemas de signos para generar interpretaciones sobre el significado de los restos arqueológicos. Los del primer grupo pueden evaluarse utilizando pruebas desarrolladas por científicos de la información, mientras que los del segundo grupo deben evaluarse en función de su capacidad para generar interpretaciones significativas corroboradas por evidencia empírica (Gardin 88). En estos dos tipos de proyectos, la experiencia puede manifestarse en la adopción de sistemas de signos específicos y en la creación de jerarquías taxonómicas para mejorar la eficacia en la recuperación de información del registro arqueológico. Esta experiencia busca superar las limitaciones del lenguaje natural y mejorar la accesibilidad a la información durante su procesamiento. En lugar de ver el lenguaje como una entidad autónoma, se analizan las dinámicas interactivas y relaciones entre los signos. La experiencia previa del arqueólogo puede afectar cómo comprende y aplica estas operaciones, centrándose en la interconexión y el significado de los signos en contextos de comunicación y representación de la realidad (Gardin 89).

La noción de experiencia también se vincula con las cuatro tesis fundamentales de la perspectiva hermenéutica. Gardin destaca la importancia de reconocer la dualidad entre Naturaleza y Cultura, donde la experiencia debería ser enfocada en la especificidad que tienen los objetos de estudio y ajustando nuestro razonamiento en las ciencias específicas que abordan el estudio de esos objetos. La experiencia también se refleja ante la necesidad de considerar al sujeto como agente y observador en el ámbito humano, reconociendo la importancia en la historia con sus propias representaciones y sistemas de valores. Es por eso que, en términos de la validación de la interpretación, la experiencia influye en la aceptación de criterios subjetivos propuestos por la hermenéutica, como la satisfacción o empatía del arqueólogo al interpretar un poema o el arbitraje de grupos interpretativos (Gardin 93).

La experiencia previa del arqueólogo se relaciona directamente con la necesidad de identificar correlatos subjetivos durante la evaluación de métodos de validación. Se destaca la importancia de reconocer la influencia de las interpretaciones personales en el proceso de validar explicaciones históricas o antropológicas. Además, al aceptar esta realidad, la experiencia del arqueólogo se refleja en la comprensión de que diferentes individuos y grupos pueden generar interpretaciones diversas sobre los mismos objetos de estudio en arqueología. Esto resalta la naturaleza subjetiva e inevitablemente conflictiva de la interpretación en las ciencias humanas (Gardin, 94).

En la relación de la experiencia con el Logicismo, Gardin identifica una idea central como resultado de su análisis. Según su perspectiva, la arqueología, al igual que cualquier otra ciencia, emplea lenguajes específicos o sistemas semiológicos para conceptualizar y comprender sus objetos de estudio. Estos sistemas lingüísticos, inicialmente, se asemejan o están estrechamente vinculados al lenguaje natural, pero con el tiempo evolucionan hacia sistemas autónomos, en particular a medida que las herramientas descriptivas e interpretativas de la disciplina se tornan más complejas. Gardin subraya que cada afirmación arqueológica puede relacionarse con un sistema lógico de representación del conocimiento, que abarca tanto datos descriptivos como conceptos interpretativos. Estos sistemas se clasifican esencialmente como “sistemas de signos” dentro del campo de la semiología (Gardin 89-90). Lo anterior lleva a Gardin a exponer dos aspectos del enfoque logicista que están vinculados con la noción de experiencia: el primero se centra en las esquematizaciones que buscan desentrañar los mecanismos y procedimientos subyacentes en las interpretaciones arqueológicas. Este objetivo enriquece el entendimiento de las “mentalidades” desde la perspectiva del observador y no de lo ob servado. El segundo aspecto se presenta como una parte estándar de la ciencia, enfocado en comprender los mecanismos y fundamentos de la interpretación desde una perspectiva metateórica.

Robert Preucel y Alexander Bauer (2001), por su parte, comenzaron a desarrollar algunos compromisos filosóficos con el pensamiento de Peirce y argumentaron que la interpretación arqueológica es inherentemente un proceso semiótico, donde cada etapa de la interpretación cultural implica la producción de nuevos signos que representan el pasado (Preucel y Bauer 85). Enfocándose en la idea de que la interpretación arqueológica es un proceso semiótico, a lo largo de los años, Preucel, individualmente o en colaboración con otros investigadores, ha desarrollado una semiótica que aborda los procesos semióticos vinculados a la asignación de significados, señalando la existencia de entidades antropológicas correlacionadas socialmente con la cultura material con la que los arqueólogos trabajan.1 Estas entidades culturales, que engloban fenómenos, prácticas, conceptos o materiales arqueológicos, son abordadas desde diversos ángulos –simbólicos, funcionales, adaptativos, etc.– con el propósito de obtener una comprensión profunda del pasado y sus múltiples expresiones socioculturales, pero su importancia es como, desde la experiencia, la conceptualización de estas entidades sígnicas sirve como principio que guía las interpretaciones en diferentes niveles.

Hay una razón de peso por la cual Preucel ha insistido en que la interpretación es una empresa semiótica, la cual creo pertinente para articularla con la noción de experiencia. En la interpretación arqueológica, es crucial prestar atención a las conexiones entre las teorías, la construcción de datos y las prácticas sociales que están siendo investigadas (Preucel 2-3). En el caso de la experiencia, es relevante destacar que la identificación de los diversos tipos de signos que los humanos empleamos para la representación está sujeta a la mediación semiótica de la cultura. Para entender esto, en los actos de semiosis, la mediación semiótica es un proceso complejo que involucra la interacción de tres elementos: un signo, un objeto y un interpretante, tal y como lo planteó originalmente Peirce. Técnicamente, los signos son entidades que representan o se refieren a otra entidad; los objetos son las entidades a las que se refieren los signos, y el interpretante es la idea, principio o sentido que surge de la relación con el objeto y que subyace a las interpretaciones que los individuos hacen de los signos. La mediación semiótica ocurre cuando un signo se utiliza para comunicar información sobre un objeto a un interpretante. En este proceso, el signo actúa como un mediador entre el objeto y el interpretante, permitiendo que los sujetos comprendan el objeto.

Preucel destaca la relevancia de la semiótica en arqueología al centrarse en la construcción de significado por parte de los actores originales y los arqueólogos. Esto subraya que la construcción de significado está presente en todas las actividades arqueológicas, desde la interpretación del contexto hasta la comparación de prácticas sociales entre culturas. La semiótica se vuelve esencial para la experiencia al mostrar conceptualmente cómo las acciones pasadas se basan en sistemas de significado, replicándose en la investigación arqueológica actual al descifrar estos sistemas (Preucel 4). La agencia social de objetos y personas es crucial, ya que los objetos arqueológicos no son significativamente pasivos; influyen y son influenciados en ensamblajes dinámicos en ambas direcciones.

Otro autor, Dean Saitta (2003, 2007), influenciado por Dewey y Rorty, destacó la fecundidad de la perspectiva pragmatista en la reinterpretación de conceptos filosóficos tradicionales y propuso redefinir la noción de verdad científica, la experiencia y las pruebas empíricas en el contexto arqueológico. La fortaleza de su enfoque radica en su capacidad para integrar estos conceptos en la investigación, conectándolos con las preocupaciones sociales y necesidades humanas, como la comprensión de la historia y la cultura. La fertilidad de esta perspectiva reside en su capacidad para reorientar estos conceptos en la investigación, vinculándolos de manera significativa con las preocupaciones sociales, valores y necesidades de la sociedad en la que se desarrolla la investigación (Archaeology 12).

En el primer aspecto, Saitta nos dice que el pragmatismo permite evaluar la verdad como lo que en la experiencia es “bueno creer” y útil para la vida cotidiana. Esta afirmación conduce a pensar que la verdad es una creencia que está justificada por algún tipo de necesidad social, idea que es radicalmente diferente a la sostenida por diferentes versiones del realismo filosófico en la que la verdad forma parte de cómo son las cosas en la naturaleza, y eso debería influir en la forma como percibimos el pasado: sostiene que la verdad no es una representación exacta de la realidad o de cómo son las cosas en la naturaleza. El realismo objetivo que critica postula la existencia de una realidad independiente y que diversas perspectivas la representan de maneras distintas (Collective Action 12). En cambio, la verdad la concibe como algo que está arraigado en la sociedad y en las necesidades humanas, algo es verdadero si es útil o beneficioso para una comunidad o sociedad en particular en un momento dado. Es por ello que, para Saitta, debe haber un énfasis al considerar el contexto cultural y social en la construcción del conocimiento arqueológico. De esta manera, Saitta argumenta que la arqueología, al adoptar esta perspectiva, debe ser sensible a las necesidades humanas y a las preocupaciones sociales en sus interpretaciones, en lugar de simplemente buscar una representación objetiva y sin contexto de la realidad.

El segundo aspecto se refiere propiamente a la experiencia. En lugar de restringir la experiencia a una mera observación pasiva, el pragmatismo de Saitta destaca la experiencia como un proceso relacional, interactivo y creativo que involucra comunidades y grupos de personas. La noción de que las verdades experimentales deben ser evaluadas a la luz de la experiencia implica que las afirmaciones o creencias derivadas de la investigación, especialmente aquellas relacionadas con la interpretación de hallazgos arqueológicos, deben someterse a una evaluación basada en su relevancia y utilidad práctica en la vida humana y en la sociedad en general. Dentro del marco del pragmatismo, Saitta aboga por que las “verdades experimentales” no se evalúen únicamente en términos de su precisión o exactitud en la representación de la realidad objetiva, destaca la importancia de analizar cómo estas afirmaciones influyen en la vida y las necesidades humanas. Esto implica que las afirmaciones arqueológicas no deben ser juzgadas exclusivamente por su coherencia lógica o su correspondencia con datos empíricos, sino también por su impacto en la forma en que vivimos y nos relacionamos con nuestro pasado. En este sentido, Saitta aboga por una evaluación más amplia y reflexiva de las verdades experimentales que tome en cuenta aspectos como la relevancia cultural, la sensibilidad hacia las comunidades afectadas y la contribución al enriquecimiento de la sociedad (Archaeology 12; Collective Action 10).

Como tercer punto, Saitta se opone a las posturas realistas que defienden la racionalidad basada en criterios, es decir, aquellas perspectivas que sostienen que las creencias o afirmaciones deben evaluarse y justificarse según un conjunto de criterios o estándares racionales. Esto implica que existen estándares o criterios racionales que determinan si una creencia o afirmación es aceptable o justificable, como la lógica, la coherencia interna, la evidencia empírica y otros principios racionales bien establecidos en la filosofía de la ciencia tradicional. En cambio, la “racionalidad difusa” que propone se refiere a un enfoque de la toma de decisiones y el razonamiento que no se basa únicamente en criterios lógicos o empíricos rígidos, sino que permite un grado de ambigüedad y flexibilidad en la evaluación de situaciones y problemas. Implica un reconocimiento de la complejidad y la subjetividad en la toma de decisiones, admitiendo que no todas las situaciones pueden abordarse con reglas o criterios precisos. La racionalidad difusa es especialmente relevante en situaciones en las que las decisiones interpretativas tienen implicaciones sociales significativas y no pueden reducirse a reglas o criterios simples. Permite entender aspectos más cualitativos y humanistas en la toma de decisiones, en lugar de limitarse a enfoques puramente lógicos o empíricos.

Pensar la experiencia desde la lógica

de la investigación empírica

Es crucial exponer en este momento la concepción de la investigación científica según el pragmatismo clásico, fundamento de mi propuesta. Dewey definió a la investigación como la transformación controlada o dirigida de una situación indeterminada en otra en la que las distinciones y relaciones que la integran estén de tal modo determinadas que conviertan los elementos de la situación original en un todo unificado (Lógica 177). Esto quiere decir que la investigación busca cambiar una situación en la que los elementos y relaciones no son claros o armoniosos a una situación más definida y unificada. Dewey concibió la lógica como una teoría de la investigación, centrándose en la naturaleza lógica de los hechos y de las ideas en el contexto de investigaciones empíricas concretas, donde la experiencia consiste en aprender a interpretar juicios, así como en darse cuenta de qué actos representan las ideas derivadas de ellos.

Relación organismo/entorno

Una premisa inicial de Dewey es su arraigo a una epistemología evolucionista, asignando a la experiencia un papel central. En un primer plano, la concibe dentro de una interrelación entre organismo y entorno, para luego conceptualizarla con la investigación como una relación situacional.

En la filosofía de Dewey, la experiencia surge de la interacción entre el organismo y su entorno, destacando que esta relación es activa, y enfatiza que, para preservar la vida, un organismo no sólo se adapta dinámicamente a su entorno, sino que ejerce control activo sobre aspectos específicos de dicho entorno. Este control implica que el ser vivo no sólo reacciona a las condiciones externas, sino que también emplea activamente herramientas cognitivas para su propio beneficio. En el contexto biológico, la palabra ‘control’ se interpreta como la capacidad del organismo para dirigir y gestionar las energías del entorno, como la luz, el aire, la humedad y el material del suelo, con el objetivo de garantizar su supervivencia y continuar su desarrollo. Desde la perspectiva de Dewey, la vida se caracteriza como un proceso de auto-renovación logrado mediante la acción activa y reflexiva sobre el entorno circundante (Democracy 4).

En cuanto a la relación situacional, significa que la experiencia se desenvuelve y se moldea dentro de las circunstancias y contextos específicos de la vida. Para Dewey, la experiencia humana no se restringe a lo puramente cognitivo; más bien, abarca dimensiones vivenciales, existenciales y dinámicas que surgen en la interacción entre el organismo y su entorno. Dewey sub-raya que esta interacción tiende a ser funcional, fluida y coordinada en situaciones de uso y disfrute.2 No obstante, cuando la coordinación se ve comprometida, la experiencia puede transformarse hacia lo cognitivo. En esos momentos de descoordinación e incertidumbre, el organismo recurre a la investigación, una actividad inherente a la naturaleza humana, para restablecer la coordinación. La investigación es un comportamiento específico que los seres humanos implementan en diversos entornos a lo largo de sus vidas. Esta idea subraya la naturaleza activa y adaptativa de la experiencia, destacando la función crucial de la investigación cuando la coordinación en la interacción organismo/entorno se ve comprometida (Del arte 21).

Desde esta óptica, la experiencia no adopta un carácter cognitivo a menos que en la interacción organismo/entorno surja un fenómeno que desarticule una situación previamente establecida en el contexto de estar en modo de uso y disfrute. En este escenario, se postula que la investigación surge en momentos específicos cuando el sentido común se ve desafiado, y es necesario abordar la incertidumbre mediante el comportamiento que el pragmatismo clásico denomina “investigación”.

Experiencia reflexiva

Una de sus facetas distintivas del pensamiento reflexivo radica en que no se trata meramente de una sucesión fortuita de pensamientos, sino más bien de una secuencia estructurada y consecuente de ellos. En este tipo de pensamiento, cada idea configura la siguiente como su resultado, y a su vez, cada resultado señala y está conectado con las ideas precedentes (Dewey, ¿Cómo pensamos? 19-20).

El pensamiento, como experiencia reflexiva, se despliega cuando una situación se convierte en un terreno indeterminado, teñido de dudas e incertidumbres. Resulta imperativo subrayar que toda investigación está intrínsecamente ligada a situaciones indeterminadas, y que la ciencia se arraiga en situaciones más allá de las circunstancias de uso y disfrute inmediato. Esta distinción es crucial para nosotros, pues al no reconocer debidamente la naturaleza eminentemente situacional de la experiencia y su desarrollo gradual conforme se resuelven dudas o situaciones indeterminadas, obviamos dos aspectos cruciales en la reflexión: primero, la experiencia reflexiva carece de vitalidad al estancarse en situaciones prácticas ordinarias y bien coordinadas; segundo, cobra dinamismo en la medida en que, en entornos de incertidumbre, la acción se torna desarticulada, descoordinada, caótica, torpe o, en muchos casos, inexistente, y es sólo cuestión de tiempo para que, a través de errores y fallos, se logre un control más profundo y efectivo de la acción que constituye la experiencia.

Esta distinción nos conduce a examinar la noción de interpretación arqueológica en dos contextos diferentes. En el enfoque conceptualizado como un proceso investigativo, no sólo desentrañamos el significado de un juicio o pensamiento, sino también la conexión entre varios de ellos y la secuencia en la que deben organizarse para desencadenar otros juicios. Hay momentos en los cuales los juicios operan de manera deliberada como indicadores que representan acciones específicas. Se destaca la complejidad de las interacciones en el proceso de aprendizaje al comprender cómo ciertas combinaciones de juicios dan lugar a la formación de nuevos juicios y, a su vez, cómo estos nuevos juicios conducen a acciones o movimientos adicionales en el proceso de pensamiento o toma de decisiones. Bajo el pragmatismo de Dewey, se enfatiza la dinámica y la conexión intrínseca entre los juicios y sus consecuencias en el proceso de aprendizaje.

El aprendizaje a través de la experiencia va más allá de simplemente entender el significado de una interpretación individual; implica aprender cómo integrar esa interpretación con otras para lograr un resultado específico. El desarrollo de la experiencia no ocurre en un vacío, sino en contextos específicos que dan sentido a los movimientos deseados. Algunos de estos movimientos se proyectan hacia el futuro, ya que hay un resultado deseado tanto en el ámbito de la investigación como en el uso y disfrute en el presente.

Situación y contexto

El rol de la experiencia es fundamental en el abordaje de situaciones indeterminadas en el ámbito de la arqueología. En el contexto de la interpretación, la experiencia no se limita a una mera observación pasiva de objetos o eventos; más bien, implica una interacción activa con el entorno, siempre contextualizada. La noción de “situación” denota un “todo contextual” donde los elementos individuales obtienen significado y relevancia a través de sus relaciones dentro de ese conjunto. Cuando nos encontramos ante una situación indeterminada al llevar a cabo una investigación arqueológica, donde los componentes no se integran armoniosamente, la experiencia se convierte en una herramienta para controlar y dirigir la investigación. Es la experiencia la que guía el proceso de transformación de una situación indeterminada hacia una donde las distinciones y relaciones entre los elementos se vuelven claras y definidas nuevamente. Dewey subrayó acertadamente que la experiencia juega un papel esencial en el camino hacia el pensamiento reflexivo, que implica actividades dirigidas y controladas para unificar y comprender los elementos constitutivos de la situación original. En este proceso, la experiencia desempeña un papel crucial al contribuir al conocimiento y a la resolución de la incertidumbre inherente a situaciones indeterminadas (Lógica 136).

En consonancia con Dewey, al evaluar generalizaciones sobre el pasado, debemos valorar que la función del pensamiento reflexivo en modo de investigación consiste en alcanzar la unidad mediante la unificación de datos, conceptos y otras consideraciones pertinentes en un todo coherente e individual. No obstante, se destaca que esta unidad implica la consolidación de elementos que, en determinadas circunstancias, pueden resultar confusos e incoherentes en la experiencia. Desde una perspectiva pragmatista, la idea de unidad adquiere valor y significado únicamente bajo condiciones específicas, y su aplicación indiscriminada puede conducir a una pérdida de su auténtico significado, enfatizando así la importancia de un enfoque contextual y situacional en la reflexión filosófica (Context and Thought 21). Es la consideración del contexto lo que le da sentido, relevancia y significatividad a las decisiones, hipótesis y juicios que mediante la reflexión se realizan en situaciones dudosas particulares.

Concebir la experiencia como parte integral de la actividad interpretativa en arqueología implica que, durante la investigación, las acciones son progresivamente controladas. La idea de crecimiento indica que inicialmente la acción es desarticulada y que, a través de errores y fallos, se logra un mayor y mejor control en el acto de interpretar. En el pensamiento de Dewey, esta preocupación por entender la naturaleza de este proceso de transformación, en el cual una acción inicialmente desarticulada evoluciona gradual, creciente y corregidamente hacia algo más preciso, adecuado y pertinente, es un tema recurrente en sus obras principales.

Subjetivo y objetivo

La afirmación de Hingley, que destaca que el valor de la experiencia reside en cómo la visión subjetiva de un analista condiciona la observación y registro de datos, aunque puede parecer obvia, demanda una explicación más detallada en el contexto de una lógica de la investigación en arqueología. En primera instancia, considero prudente establecer una distinción analítica entre la interpretación arqueológica y la valoración subjetiva. Parto de la idea de Guillaumin (253) que, al hablar de la naturaleza de la lógica de los procedimientos científicos, debemos concebir que “científico” se predica de un cierto tipo de actividad. Esta actividad no sólo puede desarrollarse en grados diferentes, sino que también requiere de ciertas habilidades, actitudes y hábitos intelectuales y morales. Estimo que la interpretación arqueológica constituye un tipo específico de actividad que se considera científica y que debe concebirse como la elaboración controlada de juicios basados en la experiencia, y no únicamente en la valoración subjetiva de los analistas. Por esta razón, una tarea fundamental para el pragmatismo clásico ha sido esclarecer cómo se relacionan de manera fluida los aspectos subjetivos y objetivo.

Dewey sostuvo que la subjetividad debería entenderse en relación con el entorno social, cultural e histórico en el que se desarrolla la experiencia. Para él, la subjetividad no es estática ni está aislada del contexto; más bien, está en constante interacción con el entorno y se desarrolla a lo largo del tiempo. En este contexto, Dewey enfatiza la continuidad y el flujo de la experiencia como elementos esenciales. Su perspectiva resalta la importancia de las consecuencias prácticas y la utilidad de las ideas y experiencias subjetivas, subrayando que la subjetividad dentro de la investigación está intrínsecamente orientada hacia la acción y la resolución de problemas, tal y cómo sostiene Saitta. Sin embargo, Dewey conecta la subjetividad con el proceso de aprendizaje y adaptación, considerando que las experiencias subjetivas son oportunidades para aprender y ajustar controladamente respuestas en función de situaciones cambiantes, situando la subjetividad en un contexto más amplio de acción, interacción y consecuencias prácticas, y destacando su funcionalidad y capacidad para contribuir al crecimiento y la adaptación en la vida cotidiana.

Dewey, además, aborda la noción de subjetividad con el objetivo de destacar su papel intrínseco en el proceso de pensamiento. Enfatiza que la subjetividad está inextricablemente entrelazada con toda actividad cognitiva y que no puede ser completamente excluida al examinar ideas, creencias y juicios. Dewey reconoce que la subjetividad, encarnada en el organismo, el yo, el ego o el sujeto, constituye una parte fundamental del tejido mismo del pensamiento. Sin embargo, advierte contra la simplificación que iguala la subjetividad con el solipsismo, subrayando que ésta no se reduce simplemente a ser un contenido mental aislado en la mente individual. Más bien, Dewey destaca que la subjetividad posee un contexto específico y ejerce una influencia particular en el pensamiento, especialmente en el marco de la investigación científica, y argumenta que cualquier análisis filosófico riguroso debe tener en cuenta esta dimensión contextual de la subjetividad. Desde esta perspectiva, se puede sostener que la subjetividad no es un obstáculo para el pensamiento reflexivo, sino más bien una parte inherente del proceso cognitivo. Al reconocer la presencia de la subjetividad, ésta se convierte en un componente esencial para comprender el significado en situaciones concretas y en contextos de investigación específicos, contribuyendo así a la elaboración de juicios objetivos (Logical Conditions 27)

Para cerrar este apartado, creo que es importante entender que la interpretación arqueológica, vista como una actividad que requiere habilidades, actitudes y hábitos intelectuales y morales específicos por parte de los arqueólogos, debe considerar que los juicios subyacentes a las interpretaciones son, en sí mismos, un acto. Sostengo que, a diferencia de la concepción convencional del papel de la interpretación en arqueología, que concibe los juicios como entidades completamente estáticas y se enfoca más en analizar el contenido y la estructura de las interpretaciones como entidades acabadas, no debería limitar la comprensión de que la naturaleza de los juicios es dinámica y participativa en el pensamiento y la toma de decisiones de los individuos dentro de un contexto de investigación. Por lo tanto, es crucial resaltar la importancia del proceso de pensar y juzgar en situaciones concretas dentro de la investigación arqueológica.

Conclusiones

Este análisis presentó la noción de experiencia en diversas perspectivas pragmáticas en arqueología y exploró cómo fueron incorporadas a la discusión sobre la interpretación arqueológica. Estas posturas, con diferentes niveles de aceptación, abordan la pregunta de si la interpretación arqueológica debe fundamentarse en elementos empíricos. Algunos defensores sostienen que la observación está sesgada por la subjetividad de los investigadores, abogando así por el abandono de cualquier enfoque empirista. La propuesta que presento aquí es una solución que considera que el pragmatismo de Dewey permite redefinir la experiencia en términos de interpretación como una actividad controlada. Por ello, se enfatiza constantemente que la investigación arqueológica es una actividad en constante desarrollo y crecimiento, desencadenada o sólo posible en situaciones de duda e indeterminación. Esto implica una reevaluación cognitiva diferente en el proceso de interpretación arqueológica, basada en cuatro consideraciones pertinentes.

Debemos concluir que la noción de control en la interpretación arqueológica abarca diversas dimensiones cruciales. Si tomamos estas dimensiones en serio, podríamos ejercer un impacto significativo en la comprensión del pasado.

En la relación organismo/entorno, la noción de control adquiere relevancia, ya que considera que la experiencia no se limita a una observación pasiva de los objetos o sucesos. Más bien, implica una interacción activa entre el intérprete arqueológico y el entorno que alberga los datos arqueológicos. En lugar de recolectar datos de manera pasiva, el intérprete se involucra activamente con el entorno, teniendo en cuenta el contexto en el que se encuentran los elementos arqueológicos. Esta interacción activa con el entorno es esencial para comprender no sólo los objetos individuales, sino también las relaciones y significados que surgen de su disposición en el contexto más amplio.

En cuanto a la experiencia reflexiva, cuando la situación no es clara o definida, el control activo implica tomar medidas deliberadas para entender y transformar esa situación en algo comprensible. Este proceso dinámico implica que el arqueólogo(a) utilice su experiencia y conocimientos para abordar la incertidumbre, ajustando su enfoque y perspectiva con el fin de lograr una comprensión más clara de los datos o de los contextos arqueológicos en cuestión. En esencia, la experiencia reflexiva y el control activo están interconectados para guiar el proceso de interpretación y contribuir a la construcción de interpretaciones arqueológicas más sólidas y fundamentadas.

Una tercera consideración recae en la idea de situación y contexto, reforzando la necesidad de considerar la totalidad contextual donde los elementos individuales obtienen significado a través de sus relaciones. En el ámbito de la interpretación arqueológica, es crucial entender y analizar los datos arqueológicos en el contexto más amplio en el que se encuentran. Este enfoque sugiere que el arqueólogo tiene la responsabilidad de controlar activamente la interpretación de los datos, tomando en cuenta el contexto en el que se encuentran. El control en este caso implica la capacidad de gestionar y dirigir la interpretación de manera consciente, considerando las interconexiones y significados que surgen de las relaciones entre diferentes elementos arqueológicos. Al comprender la situación y el contexto más amplios, el arqueólogo ejerce un control reflexivo sobre la interpretación, asegurándose de que la comprensión de los datos sea más completa y contextualmente informada.

Finalmente, la cuarta consideración recae en la dicotomía entre lo subjetivo y objetivo en el contexto de la experiencia controlada. Aunque la experiencia controlada implica la gestión activa de acciones, la interpretación de eventos y la regulación de procesos, existe la influencia inherente de la subjetividad. La valoración individual del arqueólogo(a), sus interpretaciones y juicios, introduce elementos subjetivos en el proceso de investigación, a pesar de la intención de objetividad. Esto podría ser problemático en un contexto donde la investigación no está concebida por fases. Así, incluso en la experiencia controlada, la subjetividad puede afectar la percepción y comprensión de los eventos del pasado. En lugar de eso, al considerar la investigación en fases crecientemente controladas, estamos diciendo que gradualmente ganamos control sobre nuestra propia interpretación. En el ámbito de la arqueología, la idea cobra relevancia ya que los arqueólogos deben reconocer y gestionar la interacción entre sus perspectivas subjetivas y la objetividad necesaria para obtener interpretaciones equitativas y fundamentadas en la realidad arqueológica.

Referencias

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  1. 1 Véase su desarrollo en Preucel y Bauer (2001); Preucel (2006, 2010, 2016), Tamm y Preucel (2022).

  2. 2 Estar en modo de uso y disfrute implica cómo las personas emplean y experimentan pensamientos, objetos, artefactos o prácticas culturales en su vida diaria. No se limita únicamente a la utilización práctica de estos elementos, sino que también implica la búsqueda de satisfacción, significado y beneficio cultural a través de estas interacciones.