Redefinir el trauma. Das verletzbare Selbst. Trauma und Ethik [El yo vulnerable. Trauma y ética]

Werner Theobald, Das verletzbare Selbst. Trauma und Ethik. Gießen: Psychosozial-Verlag, 2020, pp. 206.

El libro Das verletzbare Selbst. Trauma und Ethik [El yo vulnerable. Trauma y ética] aborda un desiderátum en la investigación sobre las consecuencias éticas para las personas traumatizadas. Se trata de un interesante libro que combina reflexiones filosóficas y agudas evaluaciones sobre el tema del trauma. El texto considera las opiniones de escritores y filósofos que apuntan, por un lado, a la ‘destrucción’ del trauma y, por otro, a la comprensión del yo, el sentido y el mundo.

¿De qué manera se podría hablar del trauma en el siglo XXI? Theobald se propone responder dicha pregunta a lo largo del texto. Este delicado tema está presente, por ejemplo, en los escándalos de los abusos de la Iglesia católica y otras instituciones educativas, que se han convertido en objeto de debate actualmente debido a diversas denuncias; el autor también menciona el comportamiento de soldados durante las misiones de guerra en Irak o Afganistán. Una preocupación del libro es explicar lo que se entiende por trauma, pues aunque se trate de un término que se usa con frecuencia, no se sabe realmente lo que significa. Por su parte, se exploran varias experiencias traumáticas basándose en pensadores, sobre todo filósofos, que, habiendo sufrido traumas, han adquirido conocimientos sobre la condición humana gracias a ellos. El libro se divide en seis capítulos junto a un epílogo, en el que se intenta describir una experiencia ética.

En el primer capítulo, “Phänomenologie traumatischer Erfahrung”, se define el trauma como una “ruptura” (15) de la conciencia, del yo y del mundo. La experiencia del mundo se traduce como una ‘negatividad’. Es decir, el mundo como espacio habitable carece de sentido, es ‘irreal’ y se interpreta como ajeno, de ese modo son el yo y la autoconciencia los que resultan dañados. Theobald relaciona la ética y el trauma, las experiencias de apego con los padres o cuidadores primarios: elementos importantes para el desarrollo estable, seguro y adecuado de la persona. De ello deduce que las causas de la inestabilidad pueden darse como carencia de los elementos mencionados. Sin embargo, dado que se debe prestar atención al trauma, si este no puede superarse se produce un ‘trastorno de estrés postraumático’, que no se presenta en la misma forma e intensidad en todos los pacientes. Por otro lado, el término ‘traumatización compleja’ supera la connotación de “mono-trauma” (21), la cual se refiere a los traumas secuenciales que se producen repetidamente. Un trauma surge de una experiencia externa que conduce a una ruptura con el yo, con el mundo, y que finalmente se disuelve: el yo vuelve entonces a sí mismo.

El segundo capítulo “Das Trauma der Moderne”, señala el relato de la muerte de Heinrich von Kleist, enfocándose en su fama y su obra. El texto se concentra en los aspectos biográficos de Kleist y concluye que él “estaba traumatizado” (27) por sus experiencias en las batallas de Pirmasens, Trippstadt y Kaiserslautern. Lo que Kleist solo pudo imaginar y representar en sus personajes literarios, según el texto, lo experimentan los niños-soldados hoy en día. Por su parte, se hace referencia a los estudios de Helmut Hark sobre la neurosis en el ámbito de la teología. Theobald se centra en la cuestión del “Yo”, basándose en la figura de René Descartes, quien intentó resolver las cuestiones metafísicas con la ayuda de la duda metódica. El libro considera la modernidad como una “autoafirmación racionalista” (32), una salida del trauma.

En la tercera parte, “Traumatisierte Denker”, se condensa el aporte filosófico del libro. El texto afirma que para comprender a estos pensadores se puede partir del análisis de los “protagonistas filosóficos” (35) que han utilizado en sus obras. Es importante señalar que el trauma no solo debe ser considerado clínicamente, sino que también puede analizarse filosófica y culturalmente bajo un enfoque teórico. El relato de estos ‘pensadores traumatizados’ inicia con René Descartes, quien tuvo varios acontecimientos traumáticos: una debilidad al nacer, la enfermedad y muerte de su madre y la ayuda que recibió de una enfermera. Característico de la experiencia de Descartes es el uso de imágenes en sus textos, es decir, un enmascaramiento. Entre los 8 y los 18 años entró en contacto con las ciencias (astronomía y cosmología), lo que supuso para él una experiencia traumática. A esta experiencia se añade la Guerra de los Treinta Años, que significa para él la pérdida de Dios. Theobald menciona corolarios (cinco en total) sobre Descartes, es decir, el legado que perdura hasta hoy. Kierkegaard, que ocupa más espacio en el análisis, puede denominarse como el poeta quien, atormentado, tiene la capacidad de expresar sus sentimientos, es decir, el “arte de gritar” (41). El autor analiza las obras más representativas del filósofo, buscando interpretaciones sobre el trauma, y se hace hincapié en el trasfondo teológico. Kierkegaard es un buen ejemplo de existencia traumática porque en él se condensa una cotidianidad traumática: la situación de su madre con su padre, entre otros casos, resultó una experiencia tormentosa; en su autoconciencia reside el nido de experiencias que señalan su extrañeza en el mundo; la vida de Kierkegaard estuvo llena de perturbaciones, por ejemplo, su relación con su padre. El “abismo de la existencia humana” (51) se revela en Kierkegaard y el trauma se comprende como una “posibilidad del ser” (51) que describe aspectos profundos de la propia existencia. A partir de Martin Heidegger (53), el siguiente pensador, se menciona sus primeras experiencias traumáticas: el intento de una vida sacerdotal, que lo llevaron a una crisis mental. A esta debe sumarse otra herida emocional, su matrimonio con una persona de denominación luterana. La simpatía de Heidegger por el nacionalsocialismo solo puede entenderse en el contexto de una disposición traumática (cfr. 50). Una sección se concentra en el libro Ser y Tiempo [Sein und Zeit], donde Heidegger señala que el hábitat en el mundo significa estados de ánimo, en los que se hallan también estados traumáticos, por ejemplo, el miedo. La siguiente cuestión trata de su filosofía tardía, en la que su visión del tiempo y del ser tuvo que invertirse. Por su parte, Ludwig Wittgenstein estaba “gravemente traumatizado” (60) y si se repasa su biografía es indudable encontrar un periodo de soledad, acompañado de escenas de suicidio; tres de sus hermanos se suicidaron. Sus experiencias bélicas como soldado son interesantes, pues Wittgenstein anotaba sus ideas filosóficas alrededor de bombas y obuses que caían a su alrededor; tras la guerra siguió una fase mística, en la que tuvo el deseo de convertirse en maestro religioso. Tuvo un interés por la arquitectura, seguida de una vida tranquila tras su doctorado; al Wittgenstein posterior el lenguaje no le convence, lo cual se traduce en una profunda ausencia: un signo de trauma como incapacidad de realizar tales ilusiones. Albert Camus, quien describió el sentimiento del absurdo como la base de su pensamiento, se define como una experiencia traumática: la vida se sitúa como ‘patria perdida’. El autor recorre las obras del francés para argumentar esta idea. Así la cuestión sigue con Jean Paul Sartre, para quien la “filosofía radical de la libertad” (73) es la forma de hacer frente al trauma. Al igual que Camus y Sartre, el texto describe la figura de Emmanuel Lévinas como un continuador de la sospecha sobre la materialidad, que reduce la trascendencia. Otro grupo de pensadores que se menciona gira en torno a la ‘lectura de la Shoah’, encabezado por Vladimir Jankélévitch, judío y filósofo, en cuyo pensamiento, junto con sus reflexiones sobre la ética, se puede encontrar la vía filosófica para comprender el sufrimiento. Otro autor es Georges Bataille para quien elementos existenciales se vierten en pensamientos que luego se condensan en filosofía, una transgresión que se ve en el erotismo. Fernando Pessoa, cuyo punto de partida es la duda de la fe y la religión tradicional, se caracteriza por su esbozo filosófico de las experiencias traumáticas; fundamental es la forma compleja de su trauma, en la que buscó la “disección del alma” (100).

El capítulo cuarto “Traumatisiertes Denken” está dedicado a los soldados estadounidenses traumatizados, a partir de sus experiencias de la guerra. Una sección analiza el fenómeno de la moralidad y otra el debate ético contemporánea. La última parte comprende ‘sufrimiento, ética y religión’, donde el trauma tiene forma abismal, en la que el sufrimiento, y su fuerte entrelazamiento con la religión, revelan la dimensión profunda del ser humano.

“Existenzielle Ethik” comprende la vuelta al fenómeno del trauma, desde la perspectiva de la ‘herida’. El trauma debe entenderse como forma destruida, el ‘yo destruido’. El autor aboga por una teoría de la moral, de la ética y la teoría del trauma. Varias secciones explican la ética y la moralidad y se mencionan los ‘sentimientos de obligación’, ‘Responsabilidad’, en los que se desarrollan las ideas de Hans Jonas: la responsabilidad inicia desde el recién nacido. Se describe de forma sólida que en última instancia una experiencia traumática conduce inevitablemente a la ética.

El sexto y último capítulo, “Trauma und Gesellschaft”, analiza la relación entre trauma y sociedad. El trauma se mueve entre el rechazo y la aceptación, de ese modo el trauma es un fenómeno que va en aumento, gracias a los diversos acontecimientos conflictivos. No se puede descartar que la esencia de la violencia sádica aflore en estas experiencias traumáticas. El texto aboga por una nueva normalidad ya que vivimos en el mundo de la “progresiva economización y comercialización de la sociedad” (186). Theobald recuerda la importancia de comprender el trauma en sí mismo, con todas sus implicaciones, sobre todo en relación con el individuo, el trauma en cada persona, pues en una sociedad donde el “terror y amok”, (191) están cada vez en aumento, hace falta comprender la complejidad de este fenómeno. En el epílogo, se concibe el trauma como fenómeno para sensibilizar a las personas sobre esta cuestión, es decir, “qué es y qué significa” (193). La visión puramente científica, racional del trauma no es suficiente, dado que el aspecto racional hace que el trauma pierda su aspecto de fenómeno; el trauma necesita una visión cognitiva y emocional.

En suma, se trata de un texto que se centra en la relación entre la ética y el trauma, enfatiza la incapacidad de comunicar y juzgar determinados tipos de comportamiento a raíz del mismo, y así intenta subrayar que el trauma tiene lugar en una vida social, por lo que sus efectos son sociales y, cabe resaltarlo, políticos. El documentado trabajo de Theobald pretende sensibilizar al lector sobre la necesidad de hablar abierta, social y científicamente de este fenómeno.

Osman Choque Aliaga

Universidad de Freiburgo, Alemania