Agencia y transgresión en los personajes femeninos migrantes de Claudia Hernández y Antonio Ortuño

Agency and transgression in Claudia Hernández´s and Antonio Ortuño´s female migrant characters

Marissa Gálvez Cuen

Universidad de Sonora

marissa.galvez@unison.mx

Resumen: El presente trabajo analiza la configuración de los personajes femeninos inmigrantes y transmigrantes en las obras “La han despedido de nuevo”, de Claudia Hernández, y La fila india, de Antonio Ortuño, y observa los mecanismos de adaptación, las estrategias y las dinámicas sociales de las que se basan como forma de auto protección o de cuidado mutuo. Proponemos una lectura de la representación de las mujeres migrantes como sujetos complejos, activos, dotados de agencia y transgresores como forma de contrarrestar los imaginarios consolidados por narrativas anteriores en los que los sujetos femeninos no han tenido protagonismo en su representación o en su estudio.

Palabras clave: literatura salvadoreña, literatura mexicana, migración, violencia, género.

Abstract: This paper analyses the configuration of inmigrant and transmigrant female characters in Claudia Hernándes “La han despedido de nuevo” and Antonio Ortuño´s La fila India and observes the adaptation mechanisms, strategies and social dynamics that are used as a way of self-protection or mutual care. We propose a reading of the representation of migrant women as complex, active, provided with agency and transgressive subjects as a way of counter the imaginaries consolidated by previous narratives where the female subjects have not had the leading role in its representation or study.

Keywords: Salvadoran literature, Mexican literature, Migration, Violence, Gender.

Recibido: 27 de enero del 2023

Aceptado: 19 de abril del 2023

Doi: 10.15174/rv.v16i32.710

Repensar el desplazamiento desde sus intersecciones

Este trabajo parte de la premisa de que las representaciones literarias en las que tienen cabida personajes migrantes hoy en día son múltiples, diversas e inclinadas por la pluralidad y la transgresión. En otras palabras, ya no puede hablarse actualmente de una migración, un sujeto migrante y, por ende, un imaginario cultural uniforme en lo que respecta a fronteras y desplazamientos. El lenguaje representa este interés por partir de la pluralidad para entender o explicar los fenómenos sociales en materia de migración y subraya la importancia de observar los matices y las implicaciones que distintos términos tienen en cuanto a los modos de dar significado. Así, “encontramos refugiados de guerra, emigrantes económicos, desplazados, exiliados políticos, trabajadores…” (Balbuena, 2003), todos ellos pensados como nominativos que designan a quien se encuentra en movimiento y, sin embargo, marcan una diferenciación en cuanto a poder, pertenencia o estatus.

En la misma línea, Inés D´Ors (2002) hace un riguroso estudio lingüístico sobre el verbo migrar y sus variaciones, para observar la evolución de los términos, su aparición en el Diccionario de la Real Academia Española y las asociaciones semánticas que han tenido a lo largo de los años y que evidencian cómo, por ejemplo, los verbos relacionados con la migración fueron adquiriendo un sentido más político al relacionarse con el concepto de nación. Por su parte, Caren Kaplan ahonda en Questions of Travel (1996) sobre la diferenciación y las implicaciones sociales, políticas y culturales de términos como viaje, desplazamiento, migración y exilio que puedan redirigir a “mapas de producción cultural más complejos y adecuados”.

Uno de los aspectos que quizá ilustren más la pluralidad que designa las migraciones actuales es la denominada “feminización” de la migración, que rompe con la idea tradicional que conformaba al sujeto migrante como masculino, relegando los casos excepcionales de mujeres al rol de meras acompañantes, extensión pasiva del hombre migrante. Como apunta Raquel Guzmán, hablar de procesos migratorios feminizados supone “una apertura conceptual a la inmigración femenina” (2009: 570), por lo que su análisis va más allá de una mera observación sobre “un aumento de la participación femenina en los movimientos poblacionales”. La feminización de la migración supone repensar las configuraciones de los roles de género y las dinámicas familiares transnacionales, así como el reconocimiento que estas transformaciones tienen en el ámbito social y en el cultural.

Además de la perspectiva de género, los estudios sobre migraciones en la actualidad también se ocupan de atender cuestiones relacionadas al origen étnico y a otras categorías identitarias de las personas que migran. Propuesta en 1989 por Kimberlé Crenshaw como una forma de replantear el análisis de las violencias que experimentan las mujeres negras en Estados Unidos, la intersección de las categorías de género, raza y clase es asimilada en un discurso que va en contra de la uniformidad de las opresiones. Según Karlos Castilla,

la interseccionalidad se aplica como una metodología que sirve para analizar la forma en la que varios tipos de desigualdad y discriminación inciden y operan de manera conjunta en una persona por las características personales que ésta tiene, así como para establecer la forma en la que dichas causas de desigualdad y discriminación se exacerban mutuamente y multiplican entre sí de acuerdo al contexto social específico en el que son puestas de manifiesto o identificadas (2022: 8).

De esta manera se aspira a construir un panorama más integral sobre las migraciones desde una perspectiva interdisciplinar e interseccional. Este mismo enfoque es del que partimos para analizar un corpus de textos literarios sobre migraciones desde América Latina hacia Estados Unidos en los que se encuentran representados personajes femeninos como protagonistas, personajes secundarios o narradores. Si bien no todas estas novelas o relatos representan lo que previamente hemos denominado como feminización de la migración, sí ofrecen imágenes variadas de las mujeres migrantes, las adversidades que pueden enfrentar en sus países de origen, desplazamiento o destino y los mecanismos de los que se valen para actuar como agentes de cambio o transgresión.

Migración femenina: visibilidad y representación

En su estudio sobre migraciones en la narrativa escrita en español Me voy pal Norte. La configuración del sujeto migrante indocumentado en ocho novelas hispanoamericanas actuales (1992-2009), Fredrick Olsson (2016) observa cómo, con algunas excepciones, hay una ausencia de sujetos femeninos migrantes o, en su defecto, estos lo hacen como acompañantes o con la intención de reunirse en el país destino con una figura masculina que puede ser el padre o la pareja. Este investigador no pasa por alto cómo en algunos textos hay una asociación implícita y una relación arquetípica de las mujeres con la nación de origen, la tierra, de lo que se deriva a su vez que sean estos personajes quienes se queden, esperen o sean reducidos a una pasividad que no deja de remitir a la imagen de Penélope como la perfecta analogía de la fidelidad, en contraposición con el viajero, intrépido y aventurero Ulises. Aunque Olsson examina obras no solamente protagonizadas por mujeres migrantes sino también escritas por autoras –como el caso de Después de la montaña (1992), de Margarita Oropeza–, su generalización resulta pertinente para el caso de un gran número de textos escritos por autores masculinos y con protagonistas que en su mayoría son hombres latinoamericanos de mediana edad.

Sin embargo, en la narrativa de los últimos años, además de ser las mujeres las que lideran el proyecto migratorio, son también las que tejen las redes de apoyo en los distintos escenarios correspondientes a la emigración, transmigración e inmigración. Estas tres etapas, que son estudiadas desde una aproximación lingüística por Inés D´Ors (2002), corresponden hoy en día a los distintos procesos que refieren a la acción de dejar un país, al desplazamiento efectuado y, finalmente, a la llegada al país destino. Diferenciar estos procesos, más que establecer estrictas delimitaciones basadas en criterios espaciales (estar en un lugar con relación a otro), suponen una atención particular sobre la percepción y representación de los sujetos que protagonizan estos movimientos.

La narrativa sobre migración en la que aparecen personajes principales femeninos narra también sobre la transición y adaptación en el país de acogida, en donde son las mismas mujeres latinas, descendientes de migrantes o inmigrantes quienes fungen como guía y manual de supervivencia para quienes han experimentado la inmigración más recientemente. Para los personajes femeninos transmigrantes e inmigrantes que se desplazan o residen sin documentación que acredite su estancia legal en los países de tránsito o destino, las relaciones con otras mujeres con experiencia en la migración son fundamentales para garantizar su protección o su permanencia, e incluso ascenso social.

Para ello analizaremos “La han despedido de nuevo” (2006) de la escritora salvadoreña Claudia Hernández, en donde nos interesa observar cómo las dinámicas sociales representadas en el relato permiten, por una parte, tejer redes de apoyo por medio de las cuales las mujeres latinoamericanas, europeas, asiáticas o africanas que viven en Nueva York como inmigrantes recomiendan y toman oportunidades laborales que les permiten sobrevivir al desempeñar trabajos de limpieza, como cuidadoras, en tiendas o en cafés. Por otra parte, los discursos de estos personajes configuran a estas mujeres como actores dotados de agencia, en constante búsqueda de recursos y conscientes no solamente de las dinámicas de género sino de las estrategias que pueden generarse precisamente a partir de estas. Si bien entre los personajes masculinos también existen y son representadas las relaciones de camaradería entre latinoamericanos inmigrados en Estados Unidos, las redes entre mujeres van más allá y exploran, por ejemplo, aspectos relacionados con lo doméstico como la importancia de recurrir a alternativas de cuidado cuando ellas deben partir para emplearse en otro país y cómo deben “educar” o provenir a las migrantes más recientes sobre los peligros del acoso sexual.

Encontramos también pertinente la exploración de la novela La fila india (2013) del autor mexicano Antonio Ortuño, en la que los personajes femeninos transmigrantes transgreden su posición como sujetos víctimas de la violencia xenófoba y misógina para devenir en, como los personajes de Hernández, agentes de cambio. A diferencia de “La han despedido de nuevo”, en donde las mujeres inmigrantes asumen la verticalidad de las dinámicas de género tradicionales para tomar ventaja de estas como estrategia, los personajes de la obra de Ortuño subvierten estos roles para asumirse como victimarias de sus agresores masculinos y no migrantes.

Es de interés para el presente trabajo el observar la manera en que la narrativa latinoamericana más reciente se ocupa en representar a personajes femeninos migrantes como sujetos activos, agresivos y dotados de una capacidad de agencia y de transgresión. Si bien reconocemos que las personas migrantes, especialmente las mujeres, poseen una múltiple vulnerabilidad por su condición de desplazamiento, género, precariedad, falta de documentación o permisos para cruzar fronteras, nos centraremos en discutir cómo es precisamente ante esta situación que la agencialidad cobra un valor mayor y permite leer a los personajes femeninos y las relaciones que crean entre ellos desde una perspectiva distinta. Para esto entendemos la vulnerabilidad “como un proceso multidimensional en el cual confluyen los riesgos o las probabilidades de una persona, hogar o comunidad de ser dañada por los cambios en el entorno y/o por razones internas” (Perazzolo, 2013: 109), pero no como una categoría identitaria que pueda dar cabida a revictimizaciones o reduccionismos. La agencialidad, es decir, la capacidad de acción y reacción en este contexto complejo y a causa de la experiencia de la vulnerabilidad como un proceso derivado de su condición migrante será, para fines de este estudio, el elemento clave que nos permita dar cuenta de las estrategias, comportamientos y dinámicas individuales y sociales de mujeres que migran o han migrado. Las representaciones literarias aquí discutidas dan cuenta de este poder de agencia con el que estas mujeres logran un reconocimiento de sí mismas como instrumentos de acción y rompen con la construcción estereotípica de la mujer migrante como un sujeto pasivo, revictimizado y sujeto a paradigmas de género estáticos y caducos.

Antes de iniciar con el análisis de las obras literarias seleccionadas es necesario señalar la manera en que la feminización de la migración ha tenido distintas implicaciones en la construcción de nuevos imaginarios socioculturales sobre las personas que migran. A la constante representación de la transmigración como un proceso feroz hacia las mujeres y las niñas a causa de las violaciones por pandillas, sujetos migrantes masculinos o autoridades y a la de las violencias sistémicas y simbólicas experimentadas en el país destino (si se llega a consolidar el proyecto inmigratorio) se suman otras visiones en las que se predomina la búsqueda de recursos, los cuidados intercomunitarios e, incluso, la transgresión del rol de víctima a victimaria, como ya se ha señalado anteriormente. Al insertar este aspecto de la contribución de las mujeres en los distintos ámbitos relacionados con las vidas y experiencias de la emigración, transmigración e inmigración, de alguna manera se reconocen por un lado la feminización de la migración (pero también de la precariedad)1 y la “fuerza social femenina en crecimiento” a pesar “de la estigmatización y la triple exclusión que deben enfrentar las mujeres migrantes (como mujeres, como migrantes y como pobres)” (Patiño, 2010: 16).

Para entender cómo la feminización de la migración ocurre en distintos niveles y de variadas maneras en la narrativa contemporánea es preciso hacer una diferenciación de las distintas representaciones de las etapas de la migración. La narrativa sobre el proyecto de migrar suele atender una visión de las causas que en los países de origen orillan a las personas a emprender su desplazamiento y entre las que suele destacarse la precariedad (falta de trabajo), la violencia política (contextos represivos) o social (pandillas, narcotráfico). Narrativas sobre transmigración suelen ahondar más en los abusos cometidos por autoridades, grupos armados, polleros o coyotes, pandillas e incluso la sociedad no migrante hacia las personas que migran. Por último, en las representaciones de la inmigración en la literatura es posible identificar relatos sobre hostigamiento laboral, búsqueda constante de medios de sobrevivencia y referencias al deseo de reunificación familiar en el caso de la separación entre madre e hijos. En cualquiera de estos niveles la feminización de la migración se relaciona tangencial o directamente con la necesidad de gestionar recursos para la familia y el enfrentamiento a diversas expresiones de violencia en el antes, durante y después:

Como ya se ha mencionado, son fundamentalmente las mujeres las que han asumido en estas últimas décadas, la función de vender su fuerza de trabajo en el mercado internacional asumiendo ellas solas, por una parte, la migración como una estrategia familiar. Y por otra parte, cargando con los costos emocionales, psíquicos y materiales de desplazarse de un país a otro (Perazzolo, 2013: 110).

Algunas de las obras sobre migración internacional escritas por mujeres entre 1992 y 2021 con protagonistas femeninos que consideramos pertinentes mencionar, aunque por economía de espacio no son analizadas, son los cuentos “Biografía” y “Lorena”, de María Fernanda Ampuero (2021), y Después de la montaña (1992), de Margarita Oropeza; las novelas de la puertorriqueña Esmeralda Santiago, America´s Dream de 1975, escrita en inglés y autotraducida al español y American Dirt (2020) de Jeanine Cummins,2 escrita por una autora estadounidense sobre la transmigración de una mujer mexicana con su hijo. Además, están las narrativas autoficcionales entre las que podría destacarse The Distance Between Us (2012), de Reyna Grande, escrita originalmente en inglés y que narra el proceso personal de la propia autora cuando migró en su infancia a Estados Unidos. Por último, se encuentran las novelas sobre migración escritas por autores masculinos y con personajes o protagonistas femeninos, entre las que destacamos Paraíso Travel (2002), de Jorge Franco, Nunca entres por Miami (2002), de Roberto Quesada, El amor de Carmela me va a matar (2010), de Eduardo González Viaña, e Invisibles (2012), de Óscar Estrada. Estas obras, aunque difieren en sus enfoques –tienen personajes con distintos países de origen y que viajan en circunstancias diversas– coinciden (la mayoría) en representar personajes femeninos que sobresalen por ser sujetos activos o liderar el proyecto migratorio, hacer recurso de su agencialidad como personas inmigrantes o transgredir violencias machistas simbólicas y/o directas al migrar.

Género y agencia en Claudia Hernández

Claudia Hernández es considerada, junto a otro extenso grupo de autores centroamericanos, como una escritora representativa de lo que Beatriz Cortez denomina como estética del cinismo; definida como “una sensibilidad del desencanto que va ligada a una producción cultural” (2010: 23), situada específicamente en el contexto de las posguerras en Centroamérica. La problematización de lo individual y lo colectivo como rasgo que comparten obras consideradas por Cortez como afines a esta estética se encuentra presente en “La han despedido de nuevo”, donde hay una “subjetividad precaria” (Cortez, 2010) que se contrapone con la reconfiguración de la comunidad.

La comunidad está representada de diversas maneras en la narrativa de Hernández. Mientras que en su novelística aparece “en resistencia, dotada de inventiva, coraje y generosidad” (Jossa, 2023: 476); en sus relatos predomina otra visión y, “se destruye la utopía de una comunidad cultural homogénea, no sólo por la diversidad socio-cultural y por los moldes marginales que nutren una (des)integración social” (Ortiz Wallner, 2013: 386). “La han despedido de nuevo” oscila entre ambas representaciones ya que, si por una parte son los grupos de mujeres inmigrantes quienes fungen como apoyo y guía, por otra parte, también existe una reestructuración de las colectividades y las pertenencias, especialmente si estas son pensadas con relación al espacio. La “formulación de nuevas comunidades, identidades y patrones de convivencia” (Gálvez, 2018: 193) es en estas narrativas una consecuencia natural de desplazamientos y transiciones políticas de las que a su vez derivan temas como “la migración, la violencia, la precariedad, la soledad, la discriminación, la explotación” con los que Hernández “construye una serie de acontecimientos extraordinarios que develan la resiliencia y la valentía humana” (Sánchez Prado, 2023: 51).

“La han despedido de nuevo” es uno de los nueve relatos de Olvida uno (2006) que, como es característico en la obra de Hernández, se construye con un lenguaje caótico, impersonal y confuso3 que dificulta identificar el sujeto que describe o, en este caso, la voz que enuncia en medio de un tejido polifónico en el que convergen distintas mujeres inmigrantes y las visiones que tienen de su entorno en Estados Unidos. Estas visiones, que pueden variar dependiendo del estatus (con documentación en regla, sin ella), del tipo de ingreso (por tierra y sin papeles, por avión y con visa) o del nivel de asimilación cultural (habla inglés, no lo habla) se unifican sin embargo al ser todas mujeres que buscan acceder a los medios económicos (trabajo) o sociales (pareja proveedora) con los que subsistir.

El relato narra la llegada de Lourdes, una joven salvadoreña, a Nueva York; lugar en el que se encuentran varias mujeres de su familia y en el que eventualmente se relaciona con personajes también inmigrantes de nacionalidades como la marroquí, la china, la siria o la rumana. El relato menciona cómo la protagonista ingresa “con visa y por avión” (76) y cómo, al hacerlo de esta manera, su comportamiento y visión de mundo como inmigrante difiere de quienes han cruzado de manera clandestina porque “no sabemos lo que es caminar con miedo y aguantar hambre por días completos... no nos ha costado gran cosa” (76) y “no podemos siquiera compararnos con ellos” (77). Esta diferenciación establecida a partir del tipo de migración que se lleva a cabo infiere también en el desarrollo de una narrativa que se inclina en este caso por ahondar en los retos de este personaje en su proceso de asimilación de una nueva cultura. Como veremos más adelante en comparación con la novela de Ortuño, en este relato se priorizan las complejidades de estar en el país destino, no del desplazamiento hacia este.

De acuerdo con Linda Craft, “Hernández usa lo fantástico para representar la inhumanidad y lo absurdo de la vida de un trabajador inmigrante sin documentos que vive en el Norte” (2013: 185) como Lourdes, quien además de tomar clases de inglés, buscar constantemente trabajos de acuerdo a sus necesidades e intereses y reaprender dinámicas sociales y de género, debe escapar de los animales que en el cuento representan “las fuerzas del olvido y la nostalgia” (Craft, 2013: 185) y que la asedian con promesas seductoras. De esta manera por una parte la narración presenta ciertos elementos fantásticos4 y simbólicos (absurdos en palabras de Craft) que desestabilizan la lectura de la historia de Lourdes. Por otra parte, el relato ahonda en los ires y venires por los diners y casas en los que trabaja la protagonista y se ocupa de reproducir los consejos sobre qué hacer y cómo comportarse para sobrevivir como inmigrante e incluso ascender. La aspiración compartida por las voces aglomeradas en la narración: alcanzar estabilidad financiera y el permiso de residencia o la ciudadanía.

En “La han despedido de nuevo” la agencialidad opera de una manera particular. La enunciación atropellada y polifónica de voces femeninas crea la imagen de un colectivo que se funde en o con la visión de la protagonista, quien se ve inserta en todo momento en este sistema de juicios emitidos por otras mujeres, acentuando la noción de un sistema grupal y de cuidado mutuo (pero también de crítica) entre mujeres inmigrantes. Así, es el discurso el que incide en el accionar de la protagonista, quien en un inicio actúa de acuerdo a las expectativas o recomendaciones de las mujeres con las que se rodea pero que, conforme avanza la narración, adquiere mayor independencia en la toma de sus decisiones.

Este mismo discurso da cuenta a su vez cómo las mujeres inmigrantes representadas en el relato recurren a ciertos constructos de género y violencias simbólicas5 para hacerse de ellas. Con base en los consejos, dichos y experiencias narrados por distintos personajes es posible establecer un patrón en el que son las mujeres quienes refuerzan y reproducen las dinámicas de control y poder en las relaciones sexuales y afectivas con el género masculino. Conscientes de su carácter vulnerable como personas indocumentadas y con trabajos precarios y temporales, buscan relacionarse con otros hombres tanto migrantes como no migrantes con mayores credenciales sociales, mejor poder adquisitivo o con documentación en regla para verse así beneficiadas con protección, estabilidad financiera o promesas de regularización de su estatus migratorio.

Sin embargo, la manera en que se formulan estos consejos y experiencias colectivas dista mucho de configurar a estas mujeres como sujetos vulnerables. Al contrario, la agencialidad femenina en estos casos parece estar basada en la apropiación de una narrativa en la que son ellas quienes, a pesar de poseer menos recursos en estas relaciones, aprovechan los vínculos sexuales y afectivos con otros hombres para su beneficio personal. La retahíla de consejos entre los que se encuentran el evitar contacto con determinados grupos culturales, acudir a clases de inglés, elegir cierto tipo, horario y puesto de trabajo, se ve continuada por recomendaciones que van desde la mejora de la apariencia física para conseguir más propinas hasta casarse con hombres estadounidenses como estrategia para agilizar la obtención de ciudadanía.

Uno de los personajes narra cómo decide establecer una relación con otro inmigrante, motivada a su vez por los consejos de otra mujer: “La señora que me alquilaba la pieza me dijo que aprovechara, que me fuera con el chino, que le diera toda la cama que quisiera, pero que, mientras anduviera él trabajando, me pusiera a aprender algo, inglés, cosmetología, cualquier cosa” (Hernández, 2006: 56). Aunque este personaje reconoce que no siente atracción por el hombre, acepta la propuesta porque “no todos los días se le presenta a una la oportunidad de que un hombre la mantenga” y “estaba comiendo mierda” (55). Más adelante la misma mujer continúa su relato y reconoce que “me cogí al chino por necesidad los dos años que me llevó aprender inglés y aprobar el curso en la escuela de belleza y, luego, cuando conseguí un empleo en la ciudad —porque soy muy buena en lo mío—, lo dejé. Sin más” (57). Resulta interesante cómo, aunque este personaje reconoce la condición de vulnerabilidad que la lleva a tomar esta decisión, enfatiza su propia agencialidad de estudiar, conseguir trabajo y terminar la relación.

La plena conciencia que tienen estos personajes inmigrantes del valor de las relaciones en las que su compañía sexual y afectiva puede ser ofrecida a cambio de dinero o documentación desestabiliza la verticalidad previamente señalada en la que el sujeto masculino se posiciona con ventaja. Si bien queda establecido desde estas mismas voces que existe una desprotección y necesidad y que estas dinámicas no están desprovistas de violencia simbólica y directa al sexualizar a las mujeres inmigrantes, llama la atención el manejo que estas tienen de esta narrativa y permiten cuestionar si no es esta apropiación una forma de transgresión y no solo de agencialidad. En un escenario en el que estos personajes se ven particularmente violentados por ser mujeres (hostigamiento sexual, cosificación, trabajos precarios) resulta relevante cómo eligen aprender/educar sobre las dinámicas de explotación laboral y sexual para hacerse de ellas con la finalidad de sacar ventaja de estas relaciones con otros sujetos masculinos.

De la transgresión a la venganza en La fila india

Si en “La han despedido de nuevo” la agencialidad de los personajes se relaciona con la transgresión que implica apropiarse de ciertas dinámicas de género basadas en una violencia de carácter simbólico, en La fila india la transgresión ocurre con la ruptura de los roles entre víctima y victimario. Con diferentes estrategias y desde distintas posiciones, en ambas predomina una intencionalidad de romper con el establecimiento de patrones que dictan a estos personajes femeninos cómo comportarse ante su condición de sujetos vulnerados por ser inmigrantes o transmigrantes. En las narrativas de ambos autores la agencialidad de estos personajes se basa en la aparente pasividad, en la fabricación de una imagen de sumisión ante los roles de género o los personajes masculinos que posibilita eventualmente el alcance de la independencia económica, en Hernández, o la venganza, en Ortuño.

A diferencia del relato de Hernández que narra sobre las experiencias de la inmigración, La fila india se contextualiza en un escenario de paso y no de destino, cuyos personajes son transmigrantes o funcionarios que atienden problemáticas de la transmigración, como la violación de derechos humanos o los crímenes de odio basados en la xenofobia. Las historias de la trabajadora social Irma, también identificada como la Negra en la novela, la joven hondureña llamada la Flaca por su agresor (quien es expareja de Irma) y Yein, migrante sobreviviente que se aloja en el albergue local, se desarrollan en escenarios sumamente hostiles para las personas migrantes y en los que impera una cultura misógina, xenófoba y racista protegida por un sistema corrupto, negligente y precarizante.6

Los tres personajes femeninos de Ortuño rompen con la revictimización tradicional de la madre soltera (Irma) y la mujer migrante (Yein, la Flaca). Las tres escapan al menos en una ocasión de personajes masculinos y violentos y, aunque inicialmente y durante parte del desarrollo de la novela se encuentran limitadas en su capacidad de acción por el control del crimen organizado, deciden y ejercen su capacidad de agencia al escapar y convertirse en una migrante/aspirante a refugiada (Irma), al vengarse de su captor/abusor y escapar (la Flaca) y al asesinar a los cazadores de migrantes, invirtiendo incluso el rol de víctima a victimaria (Yein). Aunque estas tres mujeres resultan transgresoras al imponerse a un orden establecido gubernamental (cruzar fronteras sin documentación válida) y socialmente (viajar solas y/o desafiar la autoridad), nos centraremos solamente en las estrategias de sobrevivencia de los personajes migrantes y en su elección de la venganza como elemento de transgresión final.

Yein y la Flaca se ubican en escenarios distintos y son violentadas por diferentes sujetos, en ambas la violencia ejercida contra ellas se materializa a partir de una lógica basada en la xenofobia, principalmente. El hecho de ser personas transmigrantes las coloca en una condición particularmente vulnerable. Para Yein porque el tránsito la deja a merced de traficantes de personas que sistemáticamente abusan sexualmente de las mujeres que desplazan, porque en los lugares de paso donde se refugia es atacada junto con sus acompañantes y porque su clandestinidad parece suspender la garantía de sus derechos humanos básicos. Para la Flaca, porque su necesidad de buscar medios de subsistencia la lleva a trabajar sola en una casa donde termina siendo esclavizada con fines de explotación laboral y sexual, bajo la amenaza de ser deportada si intenta escapar u oponer resistencia.

Como también sucede en el relato de Claudia Hernández, una de las estrategias a las que apela el personaje de la Flaca es el de la falsa sumisión, la aparente aceptación de las violencias ejercidas contra ella, en ambos casos, pero en distintos niveles, de índole sexual. Encerrada por su agresor en una casa de la que no tiene escapatoria, amenazada con ser entregada a las autoridades mexicanas, sin compañía de otros personajes migrantes y en una desventaja física ante el hombre que la mantiene en cautiverio, para este personaje la pasividad se presenta más como un mecanismo de supervivencia que como la ausencia de una reacción, “soportando todo lo que quise hacerle soportar” (208) como bien señala su propio abusador. Es hacia el final de la novela sin embargo cuando por la voz del Biempensante sabemos que la mujer ha escapado, vandalizado su casa, robado sus pertenencias y objetos con alto valor personal y defecado en su cama.

Si bien los daños a la casa alteran al Biempensante y lo dejan afectado por el impacto de verse agredido por la que pensó que era su “salvación”, saberse traicionado por quien pensó que podría aceptar una vida de abuso es lo que le genera dolor y un odio descomunal, expresado inicialmente contra la madre de su hija, después hacia su víctima y finalmente contra todas las “putas”, los “perros”, mujeres o migrantes en los que este personaje ve presas para expiar su inconformidad socioeconómica y sus frustraciones sexuales.

El Biempensante nos dice cómo “fue lista, ganó la partida y se salvó, la muy puta” (208), haciendo referencia a la Flaca, quien logró huir, precisamente gracias a una pretendida pasividad que le permitió despistar a su violador y escapar provista de su dinero y sus bienes. La cita, por otra parte, solo utiliza el pronombre femenino y el nominativo de “puta”, lo que nos hace cuestionar si puede también jugar como un referente de su expareja Irma, a quien al inicio del mismo capítulo menciona odiar. Se extiende así, se generaliza, la idea de este personaje masculino contra las mujeres de la novela, idea que incluso se puede complejizar en cuanto a la correspondencia de los personajes con el ejercicio y la recepción de distintas expresiones de violencia. El Biempensante se presenta como un victimario, representante de la violencia misógina, directa contra la Flaca, simbólica contra Irma; burlado o derrotado por ambas.

Para continuar con el análisis sobre esta lucha entre personajes inicialmente configurados según las categorías de víctimas y agresores, es necesario desarrollar el concepto de violencia postestructural, entendido como aquel que “describe situaciones donde la víctima se transforma en verdugo, como único mecanismo de supervivencia en un entorno violento” (Izcara, 2016: 16). En su artículo “Escribir la crisis migratoria desde subjetividades múltiples” Margarita Reimon-Raillard (2018) propone esta expresión de la violencia para explicar las transgresiones de los personajes femeninos de la novela de víctimas a victimarios, lectura con la que en un primer nivel coincidimos. Sin embargo, la violencia postestructural opera de manera horizontal, es impuesta por otro agente con mayor poder y se dirige hacia sujetos en semejanza de condiciones. En otras palabras, explicaría las violencias cometidas por sujetos migrantes o ex migrantes hacia otras personas en tránsito,7 bajo amenaza de tortura, muerte o daño a familiares y obligados por grupos empoderados por el tráfico armamentístico, de narcóticos o de personas.

Diferente es el caso de las migrantes protagonistas de La fila india, que se sobreponen a su vulnerabilidad triunfando ambas en su cometido de infligir un daño emocional, material y/o físico a sus agresores y, en el caso particular de la Flaca, logrando además concretar su proyecto migratorio, como se presume al final de la novela. Para estos personajes no hay cabida para la complicidad y culpabilidad que según Izcara sí están presentes en los migrantes forzados a la criminalidad y a la violencia. Los crímenes de Yein y la Flaca son aislados, personales y dirigidos directamente a sus victimarios.

Por lo anteriormente señalado consideramos que los desenlaces de ambas mujeres migrantes se relacionan más con la venganza que con la violencia postestructural, en el entendido de que la violencia que ha sido ejercida contra ellas desde una verticalidad protegida por la misoginia, el racismo y la xenofobia, pero también por la corrupción y la negligencia, es después redirigida hacia los agresores y no hacia otros pares. Un punto que sí rescatamos de la violencia estructural es que esta actúa como una consecuencia de la violencia directa extrema, es decir que opera como una reacción al daño físico que incide en el actuar de quien es victimizado, porque “un migrante pacífico no se transforma en verdugo si no es sometido a una violencia que amenace su vida de modo veraz” (Izcara, 2016: 17).

Las repetidas violaciones, la humillación, la vigilancia extrema, el encierro y para Yein los repetidos intentos de asesinato son algunos de los aspectos más relevantes que de acuerdo a la anterior cita orillan a una persona a convertirse “en verdugo”. Podemos ver por ejemplo cómo en un inicio Yein, “pétrea” y con recelo, solamente recurre al hermetismo como mecanismo de defensa, esperando pasiva la improbable protección del albergue y de la Comisión Nacional del Migrante. El silencio de este personaje –que tanto calla ante los demás personajes de la novela como está desprovisto de la enunciación– podría interpretarse como un “espacio de resistencia ante el poder de los otros” (50), de acuerdo a lo que Josefina Ludmer desarrolla en “Las tretas del débil” (1984). Si “el decir público está ocupado por la autoridad y la violencia: otro es el que da y quita la palabra” (Ludmer, 1984: 50), el discurso pertenece a una instancia de poder de cuyas dinámicas Yein no aspira a ser partícipe. Si para hablar requiere la aceptación del proyecto y las condiciones impuestas por quien otorga la palabra, este personaje opta permanecer en un silencio que, a su vez, se opone a la parafernalia vacía de sentido de los comunicados oficiales enmarcados en la novela.

La actitud silenciosa de Yein la hace parecer pasiva inicialmente, aunque inmediatamente escapa, buscando una alternativa no confrontativa para poder sobrevivir. Tras ser perseguida y resguardarse un tiempo con Irma, agotados los medios y como sobreviviente de varios crímenes de odio, recurre a la venganza como una forma de “asegurar” su libertad al dar muerte a los sicarios, traficantes y trabajadores corruptos relacionados con los ataques y asesinatos de las personas migrantes.

Adrienne Erazo coincide con la lectura de la transgresión como única vía de escape de la violencia en la novela de Ortuño y propone una lectura que recurre al binomio chingón-chingada explorado por Octavio Paz en El laberinto de la soledad en 1950:

Similarly to other Mexican narrative, Ortuño’s novel emphasizes how gender roles are changing in contemporary Mexico, as exemplified in the single mother Irma who relocates cross-country for work, and the female migrants who travel alone. But through his portrayal of the two migrants’ violent response to the suffering they undergo, Ortuño hearkens to a fresh shift in female gender roles, in which women who are victims of violence then become perpetrators of it, flipping the traditional chingón-chingada dynamic on its head. In their rejection of the chingada identity, Yein and the Honduran become candidates for a new type of selfidentification (Erazo, 2018: 108).

Siguiendo esta lectura en la que quien chinga agrede sexual, espacial, física y simbólicamente, recurriendo a la penetración como símbolo de poder, y quien es chingado es el objeto de una violencia que se configura como masculina, podemos examinar el lenguaje con el que Yein describe o con el que son descritas las acciones que lleva a cabo camino a su venganza. Después de que Yein narra las violencias vividas durante su viaje a Irma, comenta mientras “mordía la carne en torno a sus uñas con rabia. —Me los quiero bajar. Joderlos. Cogérmelos, a los mamagüevos” (68), a lo que Irma decide no protestar o persuadir “porque me habría sentido pendeja”. Más adelante Yein hace estallar el salón en donde se encuentran reunidos los sicarios responsables de las masacres del albergue, quedando seriamente herida e incapaz de ofrecer mayor resistencia física. Encontrada por Irma y Vidal, es asesinada después a manos de este, burócrata de la CONAMI con quien Irma establece una relación sexo afectiva y quien resulta cómplice y responsable del tráfico de personas. Es en ese entonces donde Irma adquiere conciencia de la compleja red, protegida e incluso auspiciada por la misma comisión.

Aunque Yein es asesinada y a pesar de no haber podido dar muerte a Vidal, sí logra asesinar al resto de los involucrados y autores directos de estos crímenes. La joven “se había jodido a los hijos de puta, a la carroña que la había vendido como bestia y asesinado a su marido. Hizo más de lo que muchos siquiera llegan a imaginar. No caminó atada de manos al matadero. No era sólo carne. Jodió a los buitres” (211). Como lo menciona capítulos atrás la funcionaria, aunque sabe que debieron de haberse ahorrado “tantos horrores”, reconoce que Yein “nunca hubiera aceptado marcharse sin intentar su desquite” (167). Ese joder al otro, chingarlo sobre la interpretación de Paz y de acuerdo al análisis anterior, deviene de un juego de poder de control tanto político como físico y sexual.

El final de Yein representa la circularidad de una violencia que, más que ser terminada, es redirigida constantemente. Si, como señala Erazo, son las normas sociales las que dictan que los hombres pueden defender su masculinidad al expresar su virilidad física (2018: 101) a través de la violencia, en el universo narrativo de La fila india también la violencia es presentada como la única reacción posible, única expresión de agencia, en un escenario donde la libertad y el bienestar de los personajes femeninos y migrantes no tienen cabida. Ante cualquier atisbo de transgresión como lo pueden ser de búsqueda de solución (Irma), de escape (Yein) o de recursos (la Flaca), los personajes masculinos responden con el recelo de quien intuye y teme la capacidad de agencia de mujeres que simbolizan la desestabilización de un orden patriarcal y violento.

En el mundo de Ortuño conceptos como democracia, ciudadanía y derechos humanos corresponden a una instancia de lo ficticio y lo discursivo, como mera representación de la imagen mediática que se exporta en un esfuerzo diplomático de salvar las apariencias. La ausencia de estos elementos y el predominio del necropoder8 justifican lo que Jean Franco (2013) señala como masculinidad cruel, aquella relacionada con masacres y violaciones, con la performatividad de una violencia política en su origen y directa en su expresión. La subyugación, el dominio, el ejercicio de la vigilancia, la imposición del encierro y el abuso físico se combinan para controlar y torturar a las migrantes, “castigarlas” por haber transgredido este orden establecido, justificado y mantenido sobre las lógicas de una masculinidad cruel y extrema. Pero no son personajes que cumplan de manera integral con la configuración tradicional de víctima, mucho menos la revictimización. La agencialidad de Yein y la Flaca parece incrementarse a la par de la violencia que es ejercida contra ellas. Para Yein, su plan de venganza, fallido y exitoso al mismo tiempo, la conlleva a una muerte doble: primero al quedar gravemente herida por el ataque que ella misma perpetra y con el que mata a sus agresores y posteriormente al ser golpeada hasta la muerte por Vidal, autor intelectual de los crímenes y del tráfico de personas. Para la Flaca, los daños y el robo cometidos al momento de escapar permiten continuar con su proyecto migratorio, pero también redirigen las violencias, burlas y humillaciones soportadas como mecanismo de supervivencia, de manera que su liberación puede interpretarse en el margen de lo simbólico también.

Conclusiones

Este interés por representar la pluralidad de las identidades de las personas que migran, por diferenciar las implicaciones y particularidades de la transmigración y la inmigración, por atender la importancia de la feminización de este fenómeno social y establecer una relación entre este y la feminización de la precariedad nos orilla a inclinarnos por lecturas más integrales sobre el desplazamiento, sobre las expresiones de violencia que se generan alrededor de las personas que migran y sobre el papel que la literatura y la investigación literaria tienen en la articulación de discursos críticos.

Parte de esta apuesta por una representación más plural y diversa de la migración y de las personas que migran es el pensar más allá de la violencia como eje e incluso como estética. Como lo expresa Valeria Luiselli en “Contra las tentaciones de la nueva crítica” (2012) sobre la “fascinación” por lo marginal en obras mexicanas sobre narcotráfico o la frontera, existe cierto afán reduccionista y encasillador en la exhaustiva exploración de lo violento, lo abyecto o lo clandestino. En este sentido, atendemos por una parte a un análisis que permita analizar con base en su misma representación literaria a los personajes femeninos de estas obras como sujetos con capacidad de agencia, transgresores de órdenes socialmente aceptados y políticamente establecidos pero basados en lógicas machistas y xenofóbicas. Por otra, reconocemos la importancia que tiene la representación y estudio de personajes femeninos, sujetos a condiciones de vulnerabilidad, pero no reducidos a estas.

La violencia y la vulnerabilidad están presentes en la narrativa de Claudia Hernández y Antonio Ortuño de distintas maneras, aunque ambas encuentran correspondencias en cuanto a la construcción de un discurso en el que la toma de decisiones de los personajes los descubre como actores de sus propias experiencias en vez de ser configurados como sujetos pasivos, sepultados por un entorno hostil. Sin caer en revictimizaciones, estos autores tampoco ofrecen una visión romantizada de la precariedad y la lucha de los sujetos migrantes, fórmula atractiva para su consumo, pero distractora para la crítica social. Los personajes inmigrantes del relato de Claudia Hernández conscientes de la sexualización de la que son objeto, se hacen de esta para entrar de lleno a las dinámicas de género y tomar ventaja de ellas. Las mujeres transmigrantes de Ortuño eligen el camino de la venganza y manifiestan una violencia con la que responden de manera visceral.

En ambos casos, desde el accionar de los personajes femeninos se problematiza la construcción de las relaciones entre los binomios víctima-victimario y migrante-no migrante. Es, desde esta misma problematización, en donde encontramos que se abren nuevos horizontes interpretativos para repensar de manera más compleja las dinámicas y las experiencias del desplazamiento. Creemos que a partir de este replanteamiento se pueden generar miradas más empáticas para considerar las experiencias representadas en estas narrativas y no solamente consumir visiones arquetípicas de una migración pensada para la mirada ajena.

Referencias

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1 Para Patricia Balbuena, la feminización de la pobreza significa “la incorporación de la mujer a empleos precarios y a subempleos de diverso tipo para complementar la caída de los ingresos así como la extensión del esfuerzo de las mujeres para llenar los vacíos que trajo consigo la reducción del gasto social, aumentando significativamente la carga de trabajo de las mujeres” (2003).

2 Desde su publicación la novela de Cummins fue sometida a una discusión pública y mediática sobre las políticas de la representación y las implicaciones de la apropiación y comercialización de las historias de vida de personas migrantes. El texto de Sánchez Prado “Commodifying Mexico: On American Dirt and the Cultural Politics of a Manufactured Bestseller” es uno de los trabajos académicos más completos sobre este debate y el papel de la editorial en la apropiación de “social, political, and economic concerns and struggles in a catalogue mostly addressing white people” (2021: 376).

3 Este lenguaje confuso e impersonal es un rasgo característico de la escritura de Hernández, como ya lo ha notado Alexandra Ortiz Wallner en su trabajo sobre Mediodía de fronteras. Para Ortiz Wallner, la lucha por encontrar sentido y orden en la narración corresponde con una visión de la sociedad salvadoreña de la posguerra, caótica en sí misma.

4 Los relatos de Hernández, si bien comparten elementos con el género fantástico, son pensados también a partir de otras categorías entre las que destacamos la propuesta por Alejandra Amatto, quien plantea el descontento realista para hablar de narrativas que “abordan temas que increpan de manera incisiva al lector” y que “a partir de la irrupción del suceso insólito” postulan “la exhibición no solo de un mecanismo estético sino la interpelación de un universo cuyas características sociales y políticas transgreden, muchas veces, los parámetros culturales convencionalmente establecidos” (2020: 217). Patricia Sánchez Aramburu (2023) recurre a esta propuesta para un análisis más integral sobre el descontento y lo inusual en la obra de Hernández.

5 Entendemos este concepto de acuerdo a la propuesta de Pierre Bordieu (1998) que la clasifica como aquella violencia no tangible expresada en comportamientos, discursos o creencias y entre las que se pueden encontrar el machismo o el racismo. Para Johan Galtung (1969) este tipo de violencia también expresada como cultural legitima el ejercicio directo y físico de otras formas de agresión y control por lo que se considera sumamente relevante.

6 Aquí es donde podemos ver cómo ciertas expresiones de violencia no tangibles sostienen o validan aquellas que sí se manifiestan de manera directa y física e incluso estructural e institucionalmente.

7 Obras que en la que sí es representada la violencia ejercida entre pares como mecanismo de supervivencia son Las tierras arrasadas (2015) de Emiliano Monge, en la que se representa el tráfico de personas transmigrantes, y Amarás a Dios sobre todas las cosas de Alejandro Hernández (2013), que narra sobre el tránsito por México. En ambas hay personajes que se ven obligados a ejercer la violencia contra sus mismos compañeros bajo amenaza de muerte o castigo físico.

8 El filósofo Achille Mbembe se refiere en su Necropolítica al necropoder como “el funcionamiento de la formación específica del terror” (2006: 47) en lo relativo al control, vigilancia y separación de las personas. Si bien el autor se centra en el análisis de órdenes coloniales, Mabel Moraña señala cómo el autor reconoce que “las políticas anti-migración, al igual que la delimitación fronteriza, son formas de violencia organizada del capitalismo tardío, e ilustran las lógicas de abandono social y deshumanización que lo caracterizan” (2021: 336).