Asunción Rangel, 2021, Escritores viajeros: el nomadismo como poética, Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León.

La presente reseña destaca el valor de la fórmula homo viator como columna interpretativa con la que Asunción Rangel analiza la obra de cuatro poetas hispanoamericanos.

El verso de Lope de Vega, “Ir y quedarse, y con quedar partirse”, sirve para indicar cómo el viaje, desde sus inicios dentro de la tradición literaria, parece contener el germen de la contradicción, sirva el verso lopesco también para ilustrar esta condición innata del hombre en movimiento; de aquel que, lejos, lejos del hogar, de la morada (ya sea por necesidad, por deseo propio; o bien, por el capricho o mandato de un poder superior), se aproxima cada vez más al descubrimiento de sí mismo (a sabiendas o no de ello); de quien, cerca de lo inaudito, con un pie adentro de tierras nunca antes holladas, no deja de alojar en sí (en su intimidad) la ciudad, la isla (añorada u odiada), sentimiento en el que ahondó profundamente el poeta griego Cavafis y que encuentra eco en el mismo siglo, del otro lado del globo, en el verso de José Emilio Pacheco: “Dondequiera que voy me sigue hiriendo México”.

La contradicción es parte de la dimensión más profunda de ese homo viator que tanto interesa a Asunción Rangel, cuyo ensayo tiene como necesaria columna de sus razonamientos una figura paradigmática de la antigüedad (a la manera del Templo Erectión, sostenido aún por las cariátides): Odiseo, el de muchas vueltas, epíteto que hace alusión no solo al periplo de múltiples riesgos al que tuvo que sobreponerse para llegar a casa; sino, también, a su capacidad innata de elaborar ardides, de pensar astutamente para salir airoso de las dificultades y, con tal ingenio, ganarse la simpatía de Atenea.

Desde sus orígenes, señala con acierto Asunción Rangel, la fórmula homo viator sobrepasa entonces la idea del simple desplazamiento físico para aludir de igual forma a la necesidad constante de movimiento interior (traducida en curiosidad, ansia de conocimiento, anhelo de descubrir el velo del mundo); lo que implica, en suma, la renuncia del estatismo, del reposo, porque adscribirse a ello sería experimentar en carne propia el calvario del sufriente Tántalo. La historia de la cultura es la historia de los intercambios, la tradición literaria experimenta la misma aventura que la flor traída de otras latitudes para ser plantada; la misión de las semillas se ve impedida sin la influencia de Eolo. El ser humano encontró en la lectura y la escritura los sucedáneos del viaje, la afirmación contra la inmovilidad estéril, la posibilidad de, en un movimiento introspectivo, volcarse al exterior, salir de sí y conocer al otro; una vez concluido un libro difícilmente se es el mismo.

Por todas estas implicaciones, para Asunción Rangel el escritor es quien vuelve a vestir con justeza el mito del “hombre de muchas vueltas” (el homo sapiens en tanto homo viator; o, mejor dicho, en tanto nómada: el que está siempre presto a dejar huella); pero más precisamente cuatro poetas de la tradición hispanoamericana: José Emilio Pacheco, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Pablo de Rokha. Al leer en clave viajera distintos momentos de la obra de dichos autores, la autora propone en todo un capítulo una cartografía interpretativa en la que se revelan temas, emblemas, y obsesiones personales (ya sea la infancia, el viento, la derrota, la memoria), a manera de islas y puertos de llegada, en los que cada uno de ellos vivió, a través del acto poético, la reescritura de Ulises y su reinvención en carne propia: para Pacheco, por ejemplo, México es la Ítaca a la que se lleva en el corazón, pero como una herida a la que la memoria crítica no debe permitir cerrarse por completo, porque el olvido de su particular historia, con toda su violencia, es también una forma del crimen; para Gonzalo Rojas, su inclinación por el aire como motivo poético y como arjé de todas las cosas revela un “arraigo dinámico” (como lo denomina Asunción Rangel) que lo vuelve un habitante de la mítica Eolia; lo que hace un fértil contraste con el deseo de su poética de encarnar la intimidad de la piedra; Juan Gelmán encuentra en el acto de la escritura, acto que se revela contra el olvido, el periplo de la resistencia que elude los caminos poco ásperos y se recrea con la derrota; Pablo de Rokha extiende lo diferente y extraño en el mapa de su poética. Tal ruta de lectura sigue la enseñanza del trashumante, del nómada, del viajero: renegar los derroteros de lo predecible para hallar lo inusitado en los senderos de la interpretación: advertir la resonancia del mito de Deucalión y Pirra en la poesía de Gonzalo Rojas es ejemplo de ello. Volver a la obra de los cuatro poetas, al amparo de esta lente (catalejo a veces) arroja una luz provechosa.

Para llevar a cabo su análisis en Escritores viajeros: el nomadismo como poética, Rangel se vale de una claridad prosística que permite hilvanar sin complicaciones sus argumentos y reflexiones; en beneficio de su estudio, constantemente se detiene con tino para remontarse a la raíz de alguna palabra con el fin de aprovechar la pluralidad significativa que le otorga; proceder que no es muy distinto al de la mano que hurga con paciencia el canasto de mimbre hasta sacar la manzana más jugosa. Hay, además, un rasgo por demás interesante que figura en algunos momentos del texto ensayístico, esto es, la presencia de metáforas que emparentan el proceso interpretativo con el viaje, de forma que fondo y forma se implican a un nivel profundo: “Esta cartografía sobre los poetas de los que me he ocupado, ha llevado mi curiosidad intelectual a tomar conciencia de la infinitud del trabajo que implica ocuparse del nomadismo como una poética, pero también a trazar ciertas coordenadas reflexivas que apuntaré aquí” (113). Con ello se entiende que Asunción Rangel aprovecha la libertad y posibilidades diversas que otorga el “centauro de los géneros” (como definió al ensayo Alfonso Reyes en El deslinde) para entregar sentencias de un fulgor especial como las siguientes: “El escritor pare luz, escribe poesía” (9). Al cerrar el libro, el lector tendrá la impresión de haber recogido las velas tras haber experimentado un viaje de aguas transparentes, como el pensamiento que se vierte a lo largo de sus páginas.

Alfonso Pérez Reyes

Universidad de Guanajuato