Lilia Solórzano Esqueda,

De la ironía, el amor y la seducción en Kierkegaard, Guanajuato, Universidad de Guanajuato, 2013

En su libro, Lilia Solórzano analiza a profundidad y con fluidez los conceptos de ironía, amor y seducción presentes en el pensamiento de Sören Kierkegaard. La investigadora apunta que el pensamiento del danés se sostiene con ironía por la paradoja y la incertidumbre que, afirma, caracterizan la existencia: la angustia en la individualidad y la finitud enfrentada a una infinidad de posibilidades. La presente edición es un recorrido genealógico que contrasta teorías filosóficas y literarias que se ocupan de las pasiones, el cual termina en el siglo XIX y se remonta hasta una de las principales influencias para Kierkegaard: Platón, quien a través de sus diálogos “se erige como un seductor hacia el bien […] la belleza y la justicia”. El análisis que el texto propone explora la teogonía de Hesíodo, donde Eros, el amor-pasión, se establece como principio, como motor de la creación, y, junto con éste, los daimones como reminiscencia de la divinidad presente en “El furor o delirio de los amantes”.

Solórzano analiza la ironía y los daimones de Sócrates y Kierkegaard, encontrando las raíces del existencialismo de este último en los sofistas, cínicos y megáricos, ya que tienen en común la negativa a encasillarse en una determinada doctrina, a pesar de ser identificable en la corriente existencialista por su radical subjetivismo como reacción ante el Absoluto hegeliano. La ironía de los filósofos hasta ahora mencionados no es sólo se presenta como un recurso retórico, sino como una actitud de vida, una máscara que permite develar la falsedad, un método que conduce hacia las verdades, una conexión del individuo con el exterior y con la divinidad: el llamado Estadio Religioso. Es a la vez tanto una introspección como un alejamiento de sí que conecta al sujeto con el mundo exterior. Los diálogos platónicos que analiza Kierkegaard le conducen a la paradoja de que “lo más esencial es lo más vacío”.

Por otro lado, en la Edad Media el matrimonio es considerado como un mero contrato de interés en el que los sentimientos de los involucrados carecen de importancia. El amor pasional es considerado una forma de adulterio. Como reacción a las costumbres del feudalismo, surge el amor cortés que transformó sus relaciones de modo que la mujer pasó a convertirse en un ideal alcanzable en el que todo el erotismo era dirigido hacia una determinada mujer. Ésta forma gentil estableció nuevas reglas en las que los afectos participaban del ideal, uniendo el amor y la sexualidad.

En la modernidad también puede considerarse al amor como no sólo un sentimiento en sí mismo, sino como una construcción social y temporal arquetípica para grupos e individuos, que como tal está en constante transformación. Montaigne inaugura un espacio “en el que la subjetividad acaece” pero además entra en el terreno de lo social llevando al sujeto y sus transformaciones más allá de sí. Ficino concuerda con el concepto platónico del amor como motor universal, “una fuerza entre el poder y la muerte” con cuatro clases ascendentes de furor divino. Por otro lado, con Descartes y su borrón y cuenta nueva en el conocimiento, el cuerpo es considerado como un autómata que, a pesar de la voluntad, es agitado fuertemente por las pasiones del alma, por lo que el francés admite que no son tan malas, que sólo “hay que evitar su exceso y mal uso” a la manera del auriga del mito del carro alado. Además, distingue que hay un “amor de benevolencia” y un “amor de concupiscencia”.

Spinoza coloca las pasiones en un eje basado en el placer y coronado por la alegría suprema y continua. Para él, hay pasiones alegres que aumentan la potencia de los seres y pasiones tristes que la disminuyen. Coincide con Descartes en hacer un uso racional de las pasiones en vez de suprimirlas, formar ideas claras y distintas para buscar el sumo bien: la ciencia intuitiva de Dios. Sin embargo, existe la asociación de los enamorados con pasiones negativas, lo cual no se puede asegurar como “máxima rectora”, ya que también son considerados “frenéticos, exaltados y exultantes”.

La maestra Solórzano observa, al analizar la postura de Spinoza, que “Hay toda una tradición que vincula el humor melancólico con la creatividad artística”, la cual no resulta en una pasión negativa, sino en una propicia para la productividad, como en el caso de la pasión erótica, que busca el conocimiento total de su objeto. El hombre, como plantearía Shakespeare, se puede conocer a través del conocimiento de las pasiones, siendo éstas su impulso, como sucede en el caso del personaje de Cervantes: Don Quijote.

En León Hebreo, el deseo es carencia, negatividad, la nada que entraña potencia, mientras que el amor es positividad. El amor romántico es la insatisfacción. Hay toda una historia poética y existencial que se esclaviza a la pasión como principio creador; la paradoja de una fuerza de gravedad agridulce. Los amantes son caníbales perpetuos; hay un re-ligar con la divinidad en el acto de comer el cuerpo y beber la sangre.

En el romanticismo se dan dos vertientes: un amor patológico, contaminado, la locura criminal dominada por pulsiones irracionales, y otro esencial, puro, incontaminado. El amor se envuelve de lo extraño y lo sobrenatural, se transubstancia, vuelve de la muerte, simboliza su imposibilidad en la neurosis, en las enfermedades del cuerpo y del alma, como expone Poe en sus historias. La infinitud alimentándose de finitud.

Las puertas de la percepción del poeta están abiertas de par en par, de modo que parece un anormal y excéntrico para quien no se encuentra en ese estado de consciencia. La poiesis es un desorden de la sensibilidad: “sin pathos no hay poesía”, dice Kierkegaard. El amor en occidente nació con la tragedia, la cual se basa en un malentendido natural a las cosas heterogéneas que se juntan. El poeta y el enamorado se enfrentan a la incertidumbre de si la idealización de su amada coincide con su realidad.

Daimon se traduce del griego como “el que reparte”, sin embargo, con Sócrates se trata de una energía, una voz interior que nos dice qué estamos haciendo mal y ayuda a tomar una decisión sin ser determinante, es una voz inhibidora, negativa; pero también, son reminiscencias a un pasado remoto de la religión griega, una interiorización que lleva un camino retrospectivo de carácter apolíneo; son el enlace entre lo humano y lo divino. Kierkegaard apuesta por la eudaimonía, el equilibrio del alma mediante una rectitud moral. El daimonion de Kierkegaard es más un diálogo interior que una fuerza natural incognoscible.

La genealogía que esta edición presenta es una importante y esclarecedora herramienta para la comprensión tanto de los conceptos que la titulan como de la filosofía kierkegaardiana como base del existencialismo. La claridad de sus páginas no ofrece resistencia a la lectura y su profundidad y amplia bibliografía resultan una excelente guía para la investigación y para el lector en general que desee saber más sobre el tema.

 

Uriel Alejandro Díaz González

Universidad de Guanajuato

 

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